Acabadas sus vacaciones -poco o nada hemos sabido del presidente del gobierno español desde antes de Navidad- Pedro Sánchez ha visitado la cadena Ser para decir que había vuelto al trabajo, aunque también se ha podido comprobar que todas las carpetas estaban allí donde las dejó. Incluso, la que más nos interesa a los catalanes, la solución al conflicto político planteado abiertamente desde la celebración del referéndum del 1 de octubre de 2017, la abordó con una evidente desgana y un punto de displicencia hacia el Govern de la Generalitat. Situado falsamente como estadista, señaló que él estaba en algo más urgente como es la pandemia, que a lo largo del año va a producirse más de una reunión entre ambos gobiernos y que había podido comprobar que los independentistas seguían "con sus posiciones máximas" -amnistía, referéndum y autodeterminación- y que aquí no habría ningún acuerdo y ningún avance.

O sea, habrá alguna reunión y ya veremos para hablar de qué porque algo se les tendrá que acabar ocurriendo para tirar la pelota hacia adelante. Y también que los temas que plantea el Govern está muy bien que los defienda pero que no habría ni ahora, ni el el futuro, ningún acuerdo y ningún avance. Mientras tanto, escondería la mesa tanto como pudiera y carpetazo a los temas para los que fue creada. Empieza el año, en consecuencia, con las cartas boca arriba por parte del gobierno español y sin que nadie se pueda llamar a engaño en el futuro. Eso sí, con un Pedro Sánchez respondiendo con un aire cansino al hecho de que se le vaya recordando qué pasa con la mesa y reiterando aquello de que tiene que haber un mayor diálogo entre catalanes, que no es suficiente que se pongan de acuerdo los independentistas.

Los que me leen en este diario saben de mi total escepticismo desde el minuto cero con la mesa de diálogo. No porque crea en abstracto que no es bueno el diálogo, que no lo creo, y que no sirve una negociación para avanzar en la solución del conflicto, que tampoco lo creo. Mi desinterés y, en eso, sí que coincido con Sánchez, mi cansancio, obedece fundamentalmente a tres razones. La primera: solo hace falta darse una vuelta por Madrid para ver que la mesa de diálogo no es para el Gobierno otra cosa que un burdo intento de, como coloquialmente se dice, marear la perdiz. No hay voluntad alguna en el PSOE de recorrer ningún camino consensuadamente y mucho menos por parte del denominado deep state que manda mucho más de lo que democráticamente debería. En segundo lugar, un cierto conocimiento del Estado español, sus resortes, también los mediáticos, a la hora de moverse en círculo y sin desplazarse ni un milímetro del sitio inicial. Uno de los errores que más abundantemente se comete en Catalunya es pensar que hay una masa crítica mínimamente importante fuera de aquí que realmente quiere cambiar el fondo de las cosas. Y eso es, simple y llanamente, falso.

En tercer lugar y muy importante el error de confiar en Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno es, hoy por hoy, parte del problema, no de la solución. Para que hipotéticamente llegue a ser parte de la solución se tiene que llegar a una situación similar a la de la moción de censura a Mariano Rajoy, en que lo ofrecía todo a cambio de llegar a la Moncloa. Jugada mal aquella partida porque, entre otras cosas, hubo muchos que pensaron más en liquidar a Rajoy que en cualquier otra cosa, la posición de ventaja se perdió. Y Sánchez, huidizo y esquivo como ninguno de sus antecesores, se desprendió de compromiso alguno contraido y la oportunidad, si la hubo, pasó a mejor vida.

¿Se puede volver a aquel momento de la moción de censura? No sin unas nuevas elecciones españolas en que se dé la circunstancia que el PSOE, debilitado, sea aun más rehén nuevamente del independentismo. Pero eso es mucho esperar y, además, falta mucho tiempo. Por eso, ahora Sánchez no va a hacer otra cosa que esconder la mesa, algunas fotos y poca cosa más.