Parece confirmado que una colilla de un cigarro, supuestamente lanzada imprudentemente a través de la ventana de un coche, es el origen del incendio en el Parc Natural del Cap de Creus, al norte de las comarcas gerundenses, que aún está activo pero que los bomberos creen haber estabilizado. Hasta la fecha se han quemado desde el viernes unas 400 hectáreas en el Alt Empordà, entre Llançà y Port de la Selva. El anterior incendio importante, el que se ha producido esta semana entre Castellví de Rosanes y Martorell, y que ha quemado unas 200 hectáreas, también fue provocado. Podríamos dar más ejemplos y llegaríamos lamentablemente a la misma conclusión: la imprudencia, la negligencia, o la mala fe, acostumbran a estar detrás de la gran mayoría de los fuegos estivales que se producen en Catalunya.

Año tras año se quema masa forestal, las causas son las mismas, y me atrevería a decir que los lamentos también. Suceso fortuito, descuido, o argumentos por el estilo. En pocas ocasiones la imprudencia o la negligencia desemboca en una causa judicial efectiva. Y, en consecuencia, la masa forestal quemada a final del verano es una combinación de suerte, de las temperaturas que se hayan producido y de la lluvia que haya caído durante la primavera y en verano.

Este año se nos anuncia que el verano va a ser difícil y que el peligro de incendio es bastante alto si no se produce un cambio en las previsiones realizadas para julio y agosto. De hecho, la semana pasada la Generalitat de Catalunya ya se vio obligada a activar el plan de emergencias por el elevado riesgo de incendios en todo el territorio. A ello se une que, en muchas zonas de Catalunya, sobre todo en el Pirineo, el bosque está mal cuidado, y los caminos que suelen actuar de cortafuegos naturales se encuentran llenos de escombros, ya que hay un trabajo acumulado en los últimos años que no se ha hecho. Hemos tenido ya dos avisos que, por suerte, han quedado en eso: en un susto. Pero el verano acaba de empezar y los bomberos no podrán llegar a todos sitios si el verano es tan malo como los de 1986, 1994, 1998 y 2012.

Aunque la sanción por un incendio forestal provocado por una colilla mal apagada puede acarrear hasta seis años de prisión, lo cierto es que no se llega de mucho a estos extremos, queda en una sanción económica como mucho, y la ciudadanía tiene una cierta sensación de que la imprudencia queda sin sanción. Como en muchas otras cosas, falta una cultura de vigilancia y conservación de la naturaleza si se quiere revertir la situación actual. Y sí, sancionar a los que actúan con negligencia.