Para tomar café, sirven muchos independentistas; pero para negociar, solo Puigdemont. Esta frase ya ha calado en el Madrid político tras el desconcierto inicial del pasado domingo de tener que hablar —qué digo hablar; mucho peor, negociar— con el que pocas horas antes calificaban, sin necesidad de mentarlo, de prófugo y golpista. "Ha sido mucho peor que una pesadilla, pero de nada sirve lamentarse. Hay que llegar a acuerdos sí o sí, porque el escenario de repetición de elecciones tiene que ser el último posible. Y si hay que ir a Waterloo pues se tendrá que ir". Esta es una frase de un dirigente socialista. En el PSOE fueron los primeros en valorar si había posibilidades para la investidura de Sánchez y ahora creen que sí. Este sábado, el PP, obviamente con muchas menos opciones, parece haber despertado de la siesta y de la depresión: "Estamos dispuestos a hablar con Junts". Veremos exactamente qué quiere decir.

El manual Puigdemont sigue siendo el mismo que el utilizado en la reciente campaña electoral: le importa el qué —la negociación—, no el quién —un partido u otro—. Ante la pregunta si PP o PSOE, su respuesta era que le era indiferente, lo que no quiere decir que considere que los dos partidos sean iguales. Los socialistas fueron los primeros que abrieron el baile con declaraciones reclamándole responsabilidad para evitar "un gobierno con Vox". Este es un argumento, sinceramente, muy de andar por casa a la hora de querer impresionar al president.

Los segundos en hablar fueron los de Sumar y su delegación catalana, los comunes, por boca de Jéssica Albiach. Que la diputada le pida ayuda a Puigdemont y Junts y altura de miras después de los insultos proferidos durante estos últimos años es casi un ejemplo de justicia divina. ¿No eran xenófobos, hiperventilados y reaccionarios los de Junts? ¿No era Trias un representante del 3% que no podía ser alcalde de Barcelona y era mejor una alianza de los comunes con el PP para impedirlo? ¿Que dirían los comunes y Sumar si Puigdemont, para cerrar un acuerdo con el PSOE, pusiera también como condición que los de Yolanda Díaz no estuvieran en el gobierno? ¿Se apartarían generosamente, entiendo?

Mientras el president en el exilio sigue al segundo cualquier mínimo movimiento que se produce desde el pasado domingo, en que la aritmética electoral le situó en el mismo centro de la gobernación en España, los dos grandes partidos, PSOE y PP, hacen un curso acelerado de puigdemontismo. Para más inri, en la noche del viernes y a falta de que sea oficial, un diputado de Madrid adjudicado al PSOE cayó en manos del PP tras el recuento del voto emitido desde el extranjero, haciendo un poco más complicado el puzle de Sánchez, que ahora precisa el sí de Junts para su investidura cuando antes bastaba con la abstención. Y, a la inversa, a Feijóo le vale con la abstención. Esto último, hoy, política ficción pero política.

Este mismo sábado, Puigdemont ha enviado dos mensajes a través de Twitter: el foco de la negociación está en el conflicto político; no en las personas, sino en el país. Y está preparado para cualquier chantaje político que le puedan hacer después de los graves ataques e infamias que ha sufrido desde que en 2017 tuvo que exiliarse a Bélgica. Son los puntos cardinales para que todo el mundo los tenga claros. El camino existe, los obstáculos también. Pero Aznar incluso dijo que hablaba catalán en la intimidad y tuvo que firmar el pacto del Majestic en 1996 para llegar a la Moncloa. La investidura, si hay acuerdo, le costará un alto precio al inquilino de la Moncloa.