Es España un país diferente, obviamente. Ha tenido hasta hace cuatro días presos políticos, tiene miembros de un gobierno legítimo como el de Catalunya en el exilio, artistas también en la prisión o en el exilio por ejercer la libertad de expresión y corteja a la ultraderecha tratando de sacar ventaja electoral. Eso sí, las estructuras del Estado respiran como respiran y a nadie le importa que se identifique la justicia española en sus instancias de mayor rango, el alto funcionariado o la defensa con posiciones que en países de nuestro entorno europeo no se ven. Claro que Vox es un problema y nada menor, pero exiliados y presos políticos los ha habido y, en parte, los hay, primero con un gobierno del Partido Popular y ahora con otro del PSOE y Unidas Podemos. Apartemos a Vox de las instituciones y de los gobiernos municipales y autonómicos: que sus votos no sirvan para nada es un acto de higiene democrática, pero tirárselos el uno al otro como hacen Pedro Sánchez y Pablo Casado es de un enorme cinismo que en nada contribuye al aislamiento de los de Santiago Abascal.

Desde la misma noche del domingo y una vez conocidos los resultados en Castilla y León, Partido Popular y PSOE lo único que están consiguiendo es agrandar los 13 diputados y el 17% de los votos que consiguió Vox. Casado ganó los comicios, pero el resultado de los azules fue tan pírrico que la formación de Abascal le tiene bien cogido y le ha reclamado la vicepresidencia. Su gesto chulesco frente a Vox responde más al miedo escénico de un político mediocre incapaz de salir del atolladero en el que se ha metido que a su decisión de mandar la formación franquista a la papelera y negociar en serio con los socialistas, que sería lo que harían muchos partidos europeos de su familia ideológica. En Alemania, por ejemplo, pactar con populistas y xenófobos ha sido un anatema para la excanciller Merkel hasta el extremo de sacrificar el gobierno de algún land.

Una obra de teatro muy parecida a la del PP está jugando el PSOE, que, lejos de hacer un planteamiento en clave de higiene democrática, está pensando en sus expectativas electorales y en cómo debilitar a los populares. Este martes, Sánchez ha instado a Casado a romper los pactos con Vox si quiere hablar de la abstención socialista en Castilla y León. En 2002, el entonces primer ministro del Partido Socialista Lionel Jospin pidió el voto en las presidenciales francesas para el candidato de derechas Jacques Chirac, para parar a Jean-Marie Le Pen, el padre de Marine Le Pen. Sin nada a cambio, sino como un gesto imprescindible para aislar a la ultraderecha. Alemania y Francia, diferentes en muchas cosas, pero con una manera muy parecida de entender cuál debe ser la respuesta a la ultraderecha. Nada de especular con ganar algunos votos si lo que está en juego es algo tan importante como aislarlos e impedir que sigan ganando posiciones.

¿Por qué en España no se hace así? Asistiremos en las próximas semanas a una situación de normalización de Vox por parte del PP y de señalamiento de los conservadores por parte de la izquierda y mucho me temo que los dos se van a encontrar cómodos con el guion que está trazado. Harán sus escarceos, claro está, pero eso también está en el guion con el que buscan hacer más comprensible la decisión para las franjas más templadas de sus electorados. El alcalde socialista de Valladolid, Óscar Puente, ha sido el único que se ha atrevido a hablar de facilitar la investidura de Fernández Mañueco, pero ha quedado desautorizado por la corriente mayoritaria, que espera que un acuerdo entre el PP y Vox movilice su electorado de cara a las elecciones andaluzas, municipales y españolas. El trío de comicios que vienen encadenados y que, en clave catalana, no hacen otra cosa que sepultar la mesa de diálogo tan al fondo, tan al fondo, que ya no la ven ni los que la han defendido.