Desde hace mucho tiempo, uno de los principales embajadores del independentismo catalán en el extranjero por sus continuas meteduras de pata es el Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, el socialista Josep Borrell. Las deslices diplomáticos de Borrell han dado alas a una política exterior del Govern de perfil muy bajo desde 2017 debido a la represión y a la falta de interlocutores en el extranjero. Con las puertas de la Comisión Europea cerradas por la presión del gobierno de España, primero con Mariano Rajoy y después con Pedro Sánchez, la única política exterior que se ha podido hacer en el extranjero ha sido la de los eurodiputados y, a otro nivel, la de alguna delegación de Catalunya en el exterior. Las cancillerías extranjeras en Madrid, siempre muy pendientes desde el 2012 de todo lo que sucede en Catalunya, están desconcertadas, ya que desconocen los efectos de una victoria independentista en las elecciones del próximo 14 de febrero y el uso que se hará del resultado si este es el de una mayoría absoluta en el Parlament de Catalunya.

Que el independentismo catalán sigue vivo en la esfera internacional lo ha comprobado Josep Borrell en su visita a Moscú cuando el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, ha recurrido al caso de los presos independentistas catalanes y la represión en España cuando el representante de la UE le ha echado una arenga y le ha citado el caso del opositor ruso Alexei Navalni. No solo eso, Lavrov le ha hablado de decisiones judiciales en su país, o sea, España, motivadas políticamente. Lo que en lenguaje mucho más sencillo quiere decir que la justicia española ha adoptado con los presos políticos, unos exiliados y otros en prisión, unas decisiones que son mucho más políticas que judiciales. No sorprende este rifirrafe entre Moscú y Bruselas ya que Borrell  sabe que tiene un problema muy serio en Europa con la independencia judicial en España después de las sentencias que han emitido la justicia belga, alemana o escocesa sobre los exiliados catalanes y las sucesivas demandas de extradición formuladas desde la Audiiencia Nacional o el Tribunal Supremo.

La geopolítica internacional no juega a favor de Borrell ya que Alemania quiere los menores líos posibles en pleno invierno con Moscú, su principal suministrador de gas y aliado imprescindible para amortiguar el frío de este largo mes de febrero. Borrell es en este aspecto un pollo sin cabeza jugando su partida doméstica con Catalunya y aparcando las necesidades del principal socio de la UE. No es la primera vez que al dirigente socialista español le puede su agenda propia y confunde sus objetivos con los de la Comisión Europea, que está lejos de querer un conflicto serio y hasta el final con Moscú.

España se ha dedicado en los últimos tiempos a tensar la cuerda con Moscú queriendo involucrar a Putin en la agenda catalana y en un interés por desestabilizar el Mediterráneo utilizando como base las ansias de independencia de una parte muy significativa de la sociedad catalana. En esa operación ha intervenido la policía española con informes sorprendentes y surrealistas en los que Moscú estaría dispuesto a prestar miles de soldados para ayudar a la independencia de Catalunya.

Obviamente, no ha ganado credibilidad la justicia española con situaciones como esta, ni tampoco ha salido reforzado el prestigio del país que acumula a sus espaldas desde la desintegración del Estado a la fuga del rey emérito a los Emiratos Árabes Unidos de la cual se cumplen ya seis meses y a la que el gobierno español sigue dando total cobertura mediática y el sustento económico necesario. Resumiendo: mucha atención a Alemania que de la partida catalana no se ha borrado, ni mucho menos.