Las declaraciones del presidente francés, Emmanuel Macron, asegurando que piensa joder ―dijo en francés emmerder― hasta el final a los 5 millones de ciudadanos de su país que no se han vacunado contra la covid-19, han desatado, como es lógico, una auténtica tormenta política. ¿Hasta qué punto un gobernante puede usar un lenguaje insultante a la hora de comunicar a sus conciudadanos drásticas medidas para reducir el movimiento de los antivacunas y negacionistas? ¿Es lícito decir en voz alta lo que muchos de sus colegas piensan en privado? Y, finalmente: ¿no estaremos frente un medido cálculo electoral ante las presidenciales francesas, cuya primera vuelta está prevista para el 10 de abril y la segunda quince días más tarde?

Las declaraciones de Macron coinciden con un pico de contagios que se sitúa por encima de los 332.000 nuevos contagiados cada día (en España hubo este miércoles 137.000) y en pleno debate en la Asamblea francesa sobre qué tipo de restricciones se podrían aplicar a los no vacunados utilizando para ello el pasaporte covid, para que, sin él, no puedan acceder a bares, restaurantes, teatros y cines. Todas ellas medidas, por otra parte, vigentes en España y también en Catalunya. La Asamblea francesa ha aplazado unos días el debate sobre el pasaporte covid.

Más allá del inapropiado y denunciable lenguaje de Macron, que está del todo fuera de lugar en la forma y en el fondo, es evidente que los gobiernos tropiezan con problemas insospechados a medida que se constata que la propagación de nuevas variantes del coronavirus acaba desbordando los planes trazados. Lo hemos visto en Catalunya, donde las medidas anticovid han superado las previstas hace muy pocas semanas, mientras en otras ocho comunidades autónomas las restricciones han sido mucho más laxas e incluso no ha habido. En Catalunya, lo más polémico ha sido el toque de queda, que difícilmente habrá reducido algún contagio, ya que las plazas y calles han estado repletas de jóvenes en condiciones ciertamente precarias por la climatología, pero sin ningún tipo de mascarilla.

Boris Johnson, en plena rebelión del partido tory por los malos augurios de las encuestas, que le sitúan ocho puntos por debajo de los laboristas, con 218.000 contagiados en el Reino Unido este miércoles, 48 muertos y una presión hospitalaria desconocida desde hace casi un año, insiste en el plan de vacunación, el teletrabajo y descarta nuevas medidas. Estados Unidos también está apelando a la vacunación masiva, aunque con resultados muy variables según los estados sean demócratas o republicanos.

El liberal Macron se ha metido él solo en un problema a menos que no haya calculado que es el empujón que le falta para las presidenciales francesas. Conociendo el nivel de profesionalización del Elíseo y el importante valor que se concede a las encuestas, es fácil pensar que Macron haya querido, a costa de empeorar su imagen en el conjunto de la población, cerrar filas con su electorado más fiel. Pero estas cosas de querer joder a los ciudadanos y declararlo abiertamente, aunque sean los no vacunados, son siempre un arma de doble filo.