En medio de un alud de noticias como el de estos días, muy marcados por la segunda ola de represión al independentismo y la aprobación de duras medidas para tratar de controlar la expansión del coronavirus, una noticia no ha conseguido tener la importancia que se merece ante la dura situación de crisis económica. Así, la decisión del gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias de subir el presupuesto de la Casa del Rey en un 6,9% para el año 2021 se ha librado de una severa crítica ya que el personal está, lógicamente, con otras cosas. Ascenderá en 2021 a 8,4 millones de euros, con un incremento de medio millón de euros, y eso que se ha producido una baja significativa, ya que el huído rey emérito, Juan Carlos I, ha quedado fuera de la recepción de dinero de los presupuestos generales del Estado.

Cuesta de entender que en los últimos presupuestos aprobados por el Congreso, los de 2017 y 2018, siendo ministro Cristóbal Montoro, ya que estos son las primeras cuentas de la era post PP, el incremento fuera del 0,56% y del 0,87% respectivamente. Muy lejos de la generosidad de la izquierda en este ejercicio, sobre todo si se tienen en cuenta dos cosas: el derrumbe de la economía española y que la familia real ha estado sometida en los últimos meses a un desgaste notable por los casos de corrupción que se han ido conociendo y que ha afectado muy seriamente a la monarquía. Un dato no debería pasar desapercibido: en los presupuestos que presentó Sánchez en 2019 y que no prosperaron, el aumento previsto era del 1,4%. Valdría la pena saber cómo es posible que ahora, con Podemos en el Gobierno, este incremento se multiplique por cuatro.

Esta noticia, unida al escandaloso acto celebrado en Madrid con un centenar de personas de lo que se pueden denominar las élites de la capital, con presencia de cuatro miembros del gobierno PSOE-Podemos, entre ellos el ministro de Sanidad, Salvador Illa, traslada abiertamente a la sociedad la idea de que hay muy poco a hacer para regenerar algunas pautas de comportamiento ya que el propio sistema acaba engullendo a unos y a otros, perdiéndose por el camino las diferencias entre las maneras de hacer las cosas de un partido de derechas y uno de izquierdas.

Eso que sucede en este capítulo concreto de los presupuestos o en el acto de los VIPS podemos hacerlo extensivo a la represión judicial ahora que se ha abierto un nuevo frente, en este caso centrado en un supuesto entramado de la sociedad civil independentista. Por ahora hemos visto mucho más humo que fuego, algo que tampoco nos debería extrañar a la vista de experiencias anteriores que han acabado en nada.

No es la primera vez que en este espacio se habla de la ejemplaridad y de la necesidad de que las medidas sean proporcionadas y entendibles por la opinión pública. No hubo, como era de esperar, ninguna dimisión entre los asistentes a la fiesta VIP que se saltaron todos los protocolos de sanidad, empezando por evitar las reuniones de más de seis personas. Una comisaria europea dimitió en agosto por una situación similar en Irlanda y a todo el mundo le pareció lo más normal, pero debe ser que España es diferente, como siempre se dice.

En este contexto de enorme sufrimiento para el conjunto de la sociedad en un año extremadamente difícil con un enorme incremento de los despidos, los trabajadores en ERTE, negocios cerrados, autónomos y pymes con el agua al cuello, no se entiende que no haya la sensibilidad suficiente para descartar un incremento de la partida presupuestaria de la Casa Real. Luego hay quien se sorprende del distanciamiento entre la sociedad y los políticos y que su valoración esté por los suelos.