El Govern ha anunciado para el próximo lunes el inicio de la desescalada de las drásticas medidas impuestas a mediados del pasado mes de octubre con el objetivo de doblegar la curva de la pandemia en Catalunya. Se inicia así lo que será una lenta vuelta a la normalidad que, en ningún caso será efectiva este 2020 ya que, por ejemplo, ya se ha anunciado que el toque de queda actual saltará al año próximo y se mantendrá, al menos, durante los primeros meses. Estamos, por tanto, muy lejos de poder pasar página y los sectores más perjudicados por la crisis del Covid-19 aún les queda un largo trecho para poder respirar tranquilos.

Las medidas adoptadas por el Govern supondrán un mínimo respiro para la restauración y los equipamientos culturales, los dos grandes sectores de actividad del país, juntamente con el colectivo de los autónomos, que han visto cómo se cerraban sus negocios y cargaban con la crisis en unas condiciones extraordinariamente difíciles. Pocas ayudas, ya que el margen financiero de la Generalitat tampoco es ilimitado y el gobierno español se ha puesto tan de perfil que siendo el único que tenía recursos económicos para paliar la situación ha apostado por debilitar a las autonomías.

El plan aprobado por el Govern queda lejos de las peticiones del sector de la restauración, la cultura y los clubs deportivos y su desesperación es comprensible. Cuesta no tener empatía hacia unos colectivos que tienen por delante un escenario tan difícil en lo profesional y en lo personal. En el caso de la restauración, sin duda el más reivindicativo estas últimas semanas, que se pueda utilizar un 30% de las terrazas y del interior de los locales siempre que estén bien ventilados y con un horario entre las 6 de la mañana y las cinco de la tarde es un alivio pero nada más. Además, teniendo en cuenta que estas medidas durarán hasta el 8 de diciembre y la siguiente fase solo permitirá pasar del 30% al 50% de ocupación durante otros quince días se hace difícil imaginar como podrán sacar a flote los establecimientos en un mes tan vital para aguantar el año.

Habrá quien piense que es más de lo que podían prever hace unas semanas y otros que defenderán que aunque hay una mejora diaria en los datos del coronavirus en Catalunya no se puede bajar la guardia. Son explicaciones muy plausibles y bien intencionadas. Pero cuando no hay ayudas económicas significativas detrás, las decisiones cuestan mucho de implementar por los gobiernos y de ser comprendidas por la ciudadanía ya que la amenaza del cierre de negocio es cada vez menos una quimera para un tercio del sector. La obligación de los periodistas es escuchar a los sectores afectados y a las administraciones y procurar explicar lo mejor posible las demandas de unos y las dificultades de otros para que el lector extraiga sus propias conclusiones. De la misma manera que la obligación del político es asesorarse con el máximo número de expertos, científicos y médicos en este caso, para adoptar la mejor decisión. Pero, al final, el gobernante no es el médico o el científico, igual que tampoco es el empresario o el trabajador. El gobernante es aquel que con todos los elementos sobre la mesa toma la mejor decisión a su alcance pensando en el presente y en el futuro.

La clave está, en momentos de tantas incertidumbres, en saber cuál es la mejor vía entre los que quieren ir más deprisa y los que esperarían a tenerlo todo absolutamente controlado antes de dar cualquier paso. Y, por en medio, miles de muertos que ya son la friolera de 15.200 en Catalunya desde el inicio de la pandemia.