La primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas, que se celebrará este domingo, medirá básicamente el desencanto de los ciudadanos con la política, y, muy especialmente, con su presidente, Emmanuel Macron. El hecho de que el titular del Elíseo se mueva alrededor del 25-26% de voto, según los sondeos conocidos, y, lo que es más peligroso, el hecho de que no tenga asegurada la reelección en segunda vuelta frente a Marine le Pen, que le pisa los talones para la decisiva elección del domingo 24, deja bien a las claras el enfado o la indiferencia de los franceses con una clase política tradicional que no ha encontrado respuestas a la crisis económica, lo que va a ser el verdadero caballo de batalla en todas las próximas citas con las urnas.

No es en eso Francia una excepción. Pedro Sánchez vive una situación similar en España. En ambos países surgen debates incómodos para los gobernantes como las rebajas de impuestos o el control de los beneficios de las energéticas, cuando la inflación está al 10% y la cesta de la compra se ha vuelto inalcanzable para amplias capas de la sociedad. En Catalunya, el último sondeo del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) divulgado este jueves daba alguna pista en la misma dirección. El PSC de Salvador Illa mejoraba posiciones a las de hace un año por dos motivos: es más cómodo estar en la oposición que en el gobierno en estos momentos y acababa de rebañar los últimos votos no independentistas huérfanos de una posición política fuerte. ERC, aunque resistía en el sondeo con cierta comodidad, no capitalizaba la presidencia de la Generalitat y gestiones como la de Educació son muy mejorables. El caso de Junts aún es más paradigmático: en ocasiones, parece que a muchos dirigentes les molesta estar gobernando y se encontrarían más cómodos haciendo solo discursos en el Parlament.

Pero volvamos a Francia. Todas las crónicas y reportajes que se están publicando estos días muestran un país malhumorado, incluso encolerizado. Poca confianza en Macron y miedo a Le Pen. Es cierto que la ultraderecha lleva al extremo la demagogia, pero el caldo de cultivo para la candidata del Reagrupament Nacional se ha ido construyendo a base de su falsa moderación verbal y de una exagerada impermeabilidad a las preocupaciones reales de los ciudadanos. Así, la ultraderecha ha encontrado un terreno abonado.

En plena conmoción por la guerra de Putin en Ucrania y todas las incertidumbres que la acompañan, las presidenciales francesas son por todo eso tan importantes y, sin duda, marcarán un camino en Europa. Al menos en la Europa más próxima a nosotros y con problemas parejos. Porque si Francia tiene a Le Pen, España tiene a Vox. Con el añadido de una ley electoral diferente y que obliga a articular mayorías, lo que acaba favoreciendo las alianzas entre Vox y el PP. Y eso es igual con Casado, con Feijóo o con Ayuso. Al menos, así ha sido hasta la fecha.