En una espiral rampante, las derechas españolas —las políticas y sus terminales mediáticas—, pero también con el silencio de muchos sectores de la izquierda que esperan que se les haga el trabajo sucio, han decidido plantear la que consideran que es la última de las batallas contra Catalunya. La definitiva. Contra su lengua y su modelo educativo. No es la primera vez que se produce y tampoco será la última, ya que no tengo duda de que la concienciación del catalanismo político ante el atropello permanente de los derechos nacionales de Catalunya tendrá siempre una respuesta adecuada, capaz de salvaguardar el nervio de la nación catalana. Cada vez que el catalanismo político ha reculado —la historia es magnífica a la hora de aprender, aunque los políticos la usen tan poco— el españolismo lo ha aprovechado para reforzarse en Catalunya. El salto político de la sociedad catalana en la última década no ha tenido una respuesta democrática por parte del Estado español, sino una represión desmedida desde el punto de vista judicial y policial. En una confrontación muy desigual y, hoy por hoy, aún viva.

Lo que estamos viendo con la lengua catalana, el ataque a la inmersión y los intentos por desarbolar la escuela catalana, eje imprescindible de la cohesión social, sobrepasa, ampliamente lo que hemos vivido en otros momentos recientes de la historia. El método goebbelsiano de propagación de mentiras se ha adueñado del discurso público y convenientemente amplificado por diarios, radios y televisiones muestra a Catalunya como un campo de batalla donde a diario se acometen atrocidades. Hay que acabar con este discurso de odio y mentiras y fake news permanentes. El Govern debe defender, es también su obligación, los derechos y la imagen de Catalunya, también en los tribunales. ¿Cómo es posible que la Fiscalía, siempre tan atenta a cualquier subida de tono en sentido contrario, guarde silencio ante las barbaridades que se están escuchando?

Lo último de Pablo Casado es más que revelador: "¿Se puede tolerar que haya profesores con instrucciones para no dejar ir al baño a niños que hablan en castellano? ¿Se puede tolerar que haya niños que por hablar castellano les metieran piedras en las mochilas? ¿Se puede tolerar que a los hijos de la Guardia Civil y de la Policía Nacional se les señale en clase y se diga que esos niños no pueden estar integrados? Pues eso es lo que haciendo no solo Esquerra Republicana, Junts per Catalunya y la CUP sino el partido que los hace imprescindibles a nivel nacional, el Partido Socialista". No es un cómico al que se le ha ido la mano en una gala de Navidad, tampoco la letra de una canción de un rapero insubordinado. Es el presidente del PP, con lo que representa, intentando crear una confrontación civil viendo que su liderazgo está más que cuestionado, una vez solo parece posible que Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid, sea capaz de agrupar a las derechas.

Hay muchos motivos para acudir este sábado a la manifestación convocada por Som escola en el centro de Barcelona en defensa del catalán, la inmersión lingüística y contra el 25% del castellano. También para respaldar la magnífica iniciativa del concierto de Lluís Llach y una legión de cantantes catalanes en el palau Sant Jordi por la noche. La evolución de la covid obliga a extremar las precauciones y es razonable que se adopten las medidas de seguridad necesarias. Dicho eso, quedarse en casa no es nunca una solución, ya que la historia enseña que solo cuando la movilización ha sido importante, el catalanismo ha tenido armas para defender con fuerza sus posiciones.

El catalán, la lengua de todos no es simplemente un eslogan. Es la imagen gráfica de un país pacífico que tiene su identidad y que se siente permanentemente asediado, cuestionado y rebajado. Que necesita defender en la calle cosas tan obvias como su lengua. Y no por una moda, ni para rebajar el castellano, que hablan perfectamente todos los niños de Catalunya. Sino porque una nación que no defiende su lengua no puede ser considerada como tal. Es así de sencillo. Aunque a 600 kilómetros cueste tanto de entender. Y, por eso, se recurra a Joseph Goebbels y a su propaganda.