Aunque sea una obviedad, quizás valga la pena recordarlo: los gobiernos se conforman para gobernar. Para intentar hacer más llevadera la vida de los ciudadanos con medidas en todas las facetas de la vida, tanto económicas, como sociales, ambientales, empresariales, sanitarias, culturales y así un largo etcétera. Por eso también se entra en política, desde el cargo más importante al menos relevante, aquel en el que tienes que combinar la labor de alcalde de un pequeño municipio y de servicio público con tu trabajo cotidiano, en muchos lugares del país como payés. En ese mundo rural catalán tan ignorado como necesario, falleció el domingo el alcalde de El Brull, Osona, en un accidente laboral con su tractor, cuando le cayeron encima dos balas de paja. En domingo, porque los payeses no tienen domingos, ni festivos, ni puentes como este de Sant Joan.

Toda una lección de como la política es trabajo y servicio, y se convierte en otra cosa cuando pasa a ser una profesión. He querido recordar el caso de Ferran Teixidó porque muchas veces acabamos creyendo que la política es solo discusión y zancadillas entre los partidos y, en el caso que nos ocupa, entre Esquerra Republicana y Junts per Catalunya. Este lunes, como todos los lunes, hemos oído una vez más los reproches que se lanzan desde sus respectivos atriles de opinión, una vez concluidas las reuniones de sus respectivas comisiones ejecutivas tratando de generar estados de opinión que culpen a su rival político. Quizás, por esa política de vuelo gallináceo, han desconectado una parte de sus votantes y el PSC se ve propulsado a las posiciones de cabeza, sin hacer nada, ciertamente, pero recogiendo todo el voto unionista, mientras el independentista se aleja de sus respectivos partidos.

Los republicanos, con su hoja de ruta más definida y estructurada, defendiendo una posición de diálogo, negociación y acuerdo con el gobierno de España, mientras Pedro Sánchez demuestra por activa y por pasiva que con los indultos que concedió a los presos políticos ha completado y pagado los votos que recibió para su investidura como presidente del Gobierno. De aquí no se mueve desde hace un año y su gobierno es un auténtico frontón a las demandas catalanas. Los ejemplos ya son inacabables: CatalanGate, incumplimiento en las inversiones en infraestructuras, cesión ante Aragón en el tema de los Juegos Olímpicos de Invierno, ley del audiovisual y así podríamos ir siguiendo. La mesa de diálogo está sin montar y la entrevista solicitada el abril se hará antes de irse de vacaciones en agosto. Y Junts no tiene representantes en esta mesa porque Esquerra vetó los nombres, ya que quería que no estuvieran los presos políticos y solo aceptaba miembros del Govern.

Por su parte, Junts per Catalunya sigue sin aclararse sobre si quiere o no quiere estar en el Govern, si se lleva el gato al agua Laura Borràs o Jordi Turull, mientras en la ejecutiva recién constituida se oyen voces de que hay que abandonar el ejecutivo catalán un día sí y otro también. El último episodio de confrontación ha sido el de la consellera Vilagrà y su entrevista con el ministro Bolaños, que fue, por lo que se sabe, inoperante e inútil, pero no un motivo para dejar el Govern. Cuando prima el ruido frente a la necesidad de servicio a los ciudadanos, se está haciendo propaganda y no política. Gobernar es otra cosa, es dar respuesta a las necesidades de los ciudadanos. Tendría que ser el principal objetivo de un partido político. Por algún sitio debe estar Oriol Junqueras esperando, mejor dicho deseando, que Junts deje el Govern y que deshaga el camino del acuerdo que firmaron, el 17 de mayo de 2021, Pere Aragonès y Jordi Sànchez. Porque Esquerra tiene plan B y Junts, por más que gesticule, no lo tiene. Y, hoy por hoy, la centralidad que necesita para intentar recuperar la hegemonía independentista solo es posible si influye, clarifica sus prioridades políticas y forma parte del Govern.