Pedro Sánchez ha anunciado, con la habitual potencia mediática que utiliza el presidente del Gobierno, que el próximo lunes estará en Barcelona para defender los indultos en un gran acto en el Teatro del Liceu. Será la tercera visita en dos semanas, ya que asistió el pasado día 7 a la entrega de la medalla de Foment a Javier Godó y estará este viernes en la clausura de las jornadas del Cercle d'Economia y con el primer ministro italiano Mario Draghi, de nuevo, en Foment. Y, como las cosas en política nunca suceden por casualidad, es evidente que quiere sacar el máximo partido a la medida de gracia y a su propuesta, por ahora vacía del más mínimo contenido, de "reencuentro" entre Catalunya y España.

Está muy bien que venga a Barcelona todas las veces que quiera y explique su proyecto. También, saber si los indultos son un punto final o, por el contrario, si se trata del inicio de un cambio de actitud del Gobierno con Catalunya. O bien si es el reconocimiento de su error, ya que apoyó el 155, la suspensión de la autonomía, validó la violencia policial del 1 de octubre, el discurso del Rey del día 3, la prisión y el exilio de los líderes independentistas, y toda la represión que ha venido desde aquel octubre de 2017. Incluso, por qué no, podría ir a Lledoners a visitarlos, a los presos políticos. Como que nada de eso va a suceder, el acto del lunes se circunscribe en tratar de sacar rédito en Catalunya de los indultos que aprobará el Gobierno en breve y que apoya el 87% de la sociedad catalana.

No se trata de convencerlos sino de subirse a la ola, prácticamente unánime, de una sociedad que ha visto en la prisión un acto de una gran injusticia y de falta de humanidad. Si Sánchez quiere convencer a la gente, no tendría que salir de Madrid. Con convocar un acto similar en el Teatro Real o en el Casino de Madrid tendría suficiente y cumpliría con su función de hacer pedagogía y desmontar todas las mentiras que buena parte de la clase política española y de los medios de comunicación se han dedicado con ahínco a predicar. Y que, ahora, viendo venir la fuerza con la que llegan las informaciones de la justicia europea enmendando todo el andamiaje que el Tribunal Supremo ha construido hay prisa en desmontar.

El deep state quiso construirle a Felipe VI su 23-F con el 3 de octubre y alguna de las mentes poco preclaras que por allí habitan confundió aquel golpe de estado de 1981 con una acción parlamentaria, de raíz democrática, en defensa de la independencia de Catalunya. Ahora hay que echarlo para atrás, ya que más allá de los Pirineos nadie se lo cree y el independentismo sigue siendo ampliamente mayoritario en escaños y en votos. Ahora, con los indultos, se pretende echar agua al vino de la amnistía, el referéndum y el derecho a la autodeterminación. Y volver a hablar de tercera, cuarta o quinta transición sin haber acabado aún la primera.