La esperanza de la vacuna para luchar contra la Covid-19 es ya una realidad. Aunque faltan muchos meses, a lo mejor incluso casi un año, para que se pueda considerar que el coronavirus está bajo control —el número de personas vacunadas debe ser significativo—, es obvio que estamos ante un gran avance que debería devolver en un plazo razonable una cierta normalidad al planeta. La vacuna de Pfizer y su socio alemán BioNTech ha echado a andar este martes en el Hospital Universitario de Coventry, en el centro de Inglaterra. Es probable que a finales de semana las autoridades sanitarias de Estados Unidos le otorguen los permisos necesarios para que allí también sea una realidad.

Hay en marcha otras vacunas que será cuestión de semanas que sigan el mismo camino que la de Pfizer. No deja de ser chocante que mientras muchos ciudadanos se lanzan compulsivamente a comprar saltándose todo tipo de consejos de las autoridades sanitarias, en unas imágenes que parecen calcadas a las de la época pre-Covid, la comunidad científica luche para que haya un remedio efectivo a la pandemia, como sabiendo que debe darse prisa, ya que el agotamiento o el cansancio hace que consejos tantas veces repetidos como la distancia física dejen de ser una prioridad.

La llegada de la vacuna es el preludio del próximo debate que ya no será exclusivamente científico sino que la opinión pública tendrá mucho que decir: "¿Me he de poner la vacuna?". Uno oye opiniones para todos los gustos: desde los que tienen claro que sí hasta los que opinan lo contrario y por en medio una mezcla de desinformación y expectativa. En cambio, entre las autoridades sanitarias el consenso es bastante alto, casi unánime, en que es un debate artificial y que está claro que la población debe vacunarse cuando le llegue el momento. 

Y, mientras tanto, vigilancia máxima y a esperar que el tiempo de espera sea el menor posible. Y un deseo: que la batalla política no se traslade al tema de las vacunas. Ya hay bastante politización para añadir una de nueva.