La estrafalaria propuesta de Junts per Catalunya pidiendo al president Pere Aragonès que se someta a una moción de confianza justo después de que se comprometiera desde la tribuna del Parlament a complir su acuerdo de investidura, sin concreciones, ciertamente, ha situado al Govern en un callejón sin salida. Aragonès se siente cuestionado y desautorizado por sus socios de gobierno, mientras su partido y muchos consellers de Esquerra Republicana le empujan a romper el Govern. Y Junts per Catalunya se encuentra atrapada entre la radicalidad dialéctica expresada en el Parlament, la unanimidad de sus consellers considerando un error salir del Govern y una división evidente en el seno del partido. Un reencuentro en estas circunstancias es una tarea harto improbable ya que la mirada cortoplacista y partidista solo prevé desde hace mucho tiempo poner parches, no resolver el problema.

El president Aragonès ha dado a Junts 48 horas para que la formación que lideran Laura Borràs y Jordi Turull aclare su posición sobre su continuidad o no en el Govern alegando que en la actual situación, la institución solo hace que degradarse. En tan corto período, Turull no tiene suficiente tiempo para cerrar una crisis de esta magnitud, con una consulta anunciada por activa y por pasiva a las bases del partido sobre la continuidad de Junts en el Govern. Es un jeroglífico en el que las piezas del puzle y el timing no encajan, ya que el primero tiene prisa y el segundo necesita tiempo. Habría un recorrido si Junts precisara que la moción de confianza solicitada no tenía carácter imperativo, sino que era simplemente una sugerencia con la voluntad de reforzar el Govern. Ciertamente, muy enrevesado, pero las soluciones, si se quieren, nunca son fáciles.

La hipótesis de un Govern sustentado solo con los 33 diputados de Esquerra de los 135 que tiene el Parlament produce vértigo en sectores del partido de Junqueras, pero, al parecer, más mareo producen las continuas desautorizaciones de Aragonès. El president, en este alambre en el que se encuentra, estaría dispuesto a iniciar un complicado camino de geometría variable: falto de los votos de Junts podrá intentar otras alianzas con PSC —primera fuerza política, también con 33 diputados— y En Comú Podem —sexto partido en la cámara y ocho diputados— para tirar adelante votaciones en el Parlament. También cree que Junts algunas iniciativas no podrá dejar de votarlas. O incluso la CUP. Ese encaje para lograr los 68 diputados necesarios en el Parlament no sería fácil ya que con la mirada puesta en las municipales del próximo mes de mayo ERC tiene la atracción de tener todo el poder en la Generalitat pero el obstáculo de depender demasiado de los socialistas, algo que le podría restar recorrido. Solo hace falta recordar cómo se irritó Oriol Junqueras cuando el conseller de Economia, Jaume Giró, abrió la puerta a negociar los presupuestos también con el PSC y la campaña que ha hecho ERC contra los pactos en la Diputación de Barcelona entre PSC y Junts. 

El problema de Junts es otro muy diferente: ¿qué políticas defenderán desde la oposición? ¿podrán cambiar el discurso como un calcetín con propuestas que no han hecho desde el Govern desde 2017? ¿tendrán credibilidad? Que todo este penoso espectáculo se produzca cinco años después del éxito del 1-O —que se conmemora este sábado— no deja de ser una muestra más de cómo se ha desbaratado todo: que de aquella ilusión del 1 de octubre de 2017 tan solo quede la frustración y las batallas de 2022. Las dos mayorías en el Parlament del independentismo de 2017 y de 2021 no han acabado con la desunión y la confrontación y, como niños, han preferido echarlo todo por la borda. Un triste espectáculo, sinceramente.