No es ninguna casualidad que los disturbios que se han producido en Barcelona y en otras ciudades catalanas para reivindicar la liberación del rapero Pablo Hasél hayan coincidido con la necesaria búsqueda de los acuerdos políticos para confeccionar el Govern en Catalunya para los próximos cuatro años. La inestabilidad catalana siempre tiene beneficiarios y el hecho de que entre los detenidos haya alborotadores de nacionalidad italiana o francesa es una prueba más de que hay que saber distinguir entre los manifestantes que protestan pacíficamente por un encarcelamiento arbitrario y desmesurado, y aquellos otros, siempre una minoría, que asaltan comercios o incendian una furgoneta de la Guàrdia Urbana con un agente en su interior. Un acto que merece una repulsa sin paliativos.

De la misma manera que hay que distinguir el cuerpo de Mossos d'Esquadra de aquellos agentes que han protagonizado escenas impropias y denunciables y que deberían haber sido expedientados. El aroma a desgobierno, fruto de la excepcionalidad del momento, tampoco ha ayudado a ello. El conseller de Interior ha llegado tarde a todos los debates, una figura tan importante en el organigrama policial como el major de los Mossos no ha dado ninguna explicación pública en los catorce días de incidentes, y al conjunto del Govern le ha faltado pulso político para ofrecer la mejor de sus respuestas. En parte, encajonado como está, entre su quehacer como gobernante y los complicados pactos para establecer un ejecutivo estable y que responda a lo que han votado los electores el pasado 14 de febrero.

A estas alturas y una vez los partidos han puesto sus cartas encima de la mesa, el único camino posible a recorrer en las próximas semanas es el de un acuerdo entre Esquerra y Junts, con el apoyo externo de la CUP. La única variable posible pasaría por que los comunes rectificaran su posición inicial y se sumaran al Govern. El resto de opciones se han ido descartando tanto por Esquerra como por el PSC.

Aunque es cierto que los pactos requieren de tiempo y de que completen su correspondiente liturgia, la situación tampoco está para muchos juegos florales. ERC y Junts deberán hacer voluntad de enmienda y conjurarse para que la situación de deslealtades y zancadillas de los últimos tres años no se vuelva a repetir. Y como la confianza tampoco se gana en unos días, cuando antes empiecen mejor. Si no, corren el riesgo de que los desencuentros se enquisten, los alborotadores profesionales mantengan el pulso en la calle y la opción de nuevas elecciones acabe teniendo un recorrido. Y, con ello, quién sabe si poner en riesgo el 52% de los votos y los 74 diputados.