En pocas ocasiones se puede escuchar un discurso a la vez duro y acertado como el que este miércoles pronunció el presidente de Òmnium Cultural, Jordi Cuixart, ante el espectáculo, terrible, de desencuentro para la confección de un Govern independentista que responda a los resultados del pasado 14 de febrero y que reúna todas las sensibilidades del histórico 52% de los votos. Cuixart fue para muchos el mejor altavoz posible de lo que hoy piensan muchos independentistas, alejados de los vaivenes partidistas y con una única mirada en la amnistia, la autodeterminación, la defensa de los derechos vulnerados, el orgullo de defender una causa justa y de libertad y la confrontación democrática con el Estado español. Cuixart apeló a volver a llenar plazas y calles de Catalunya no como una frase vacía, sino en el sentido más literal de la expresión.

El presidente de Òmnium removió conciencias en el auditorio de La Farga de l'Hospitalet, repleto hasta donde las medidas de seguridad anti-Covid lo permiten. En la primera fila, desde Pere Aragonès hasta Laura Borràs, pasando por una selecta delegación de otros dirigentes de Esquerra Republicana, Junts per Catalunya y la CUP, aplaudían una y otra vez la intervención de Cuixart, quizás pensando que sus palabras, llenas de sentido común pero también de una honda preocupación por las descalificaciones de estos días, se dirigían, sobre todo, a su rival político. Solo uno de los representantes políticos encajaba la intervención de Cuixart desde la tranquilidad que le daba no sentirse aludido por el rapapolvo, el del ayuntamiento socialista de l'Hospitalet de Llobregat, que dirige Núria Marín.

Aunque el acto de Òmnium, bajo el título Fem-nos lliures, había sido cuidadosamente preparado para huir de la coyuntura política, coincidiendo con el 60 aniversario de la entidad, y como punto de partida para identificar los retos que tiene Catalunya como país en ámbitos como la cultura, la lengua, la cohesión social y los derechos civiles y políticos, y también el trabajo que tiene por delante la sociedad civil, era inevitable aterrizar en la compleja realidad política del momento. También para advertir a los dirigentes independentistas, cuando solo faltan 14 días para el límite de la investidura de un president independentista y la conformación de un Govern de esta misma ideología, que la entidad soberanista no estará si se impone la disputa estéril entre los partidos.

Con el acto acabado y con Jordi Cuixart regresando apresuradamente a la prisión de Lledoners, donde debía llegar antes de las 21 horas, los políticos presentes hacían corrillos y se saludaban educadamente. Nada más. En la sala aún resonaba el ultimátum de Cuixart: "Que se acaben los linchamientos y los insultos entre compañeros de luchas compartidas". La razón de Cuixart frente al vértigo del independentismo.