La decisión del Reino Unido de desaconsejar a sus ciudadanos que viajen a Baleares y Canarias, siguiendo así las recomendaciones que ya se habían hecho para el resto del Estado, es una sonora bofetada a la diplomacia española y un ejemplo más de la pérdida progresiva de peso en las decisiones que se toman más allá de los Pirineos. De nada han servido las continuas apelaciones a Londres para rescatar a las islas del rejonazo propiciado por el ejecutivo de Boris Johnson a la economía española, que se desangra precipitadamente más por errores propios que por goles ajenos.

La falta de política diplomática con una ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, que cuenta sus batallas con sus colegas europeos por derrotas, no deja de ser una muestra más de por qué  la vicepresidenta y ministra de Economía, Nadia Calviño, no obtuvo la presidencia del Eurogrupo, que perdió frente al candidato irlandés cuando en Madrid se daba por seguro el cargo, o la antesala de algo que muy pocos observadores neutrales discuten en estos momentos: la ayuda aprobada por los jefes de estado y de gobierno en la última cumbre europea, siendo muy importante, será del todo insuficiente y el rescate estará encima de la mesa.

La doble decisión imponer una cuarentena a los turistas que hayan visitado cualquier lugar de España cuando retornen al Reino Unido y las severas recomendaciones de Francia y Bélgica a sus ciudadanos están desbordando el grado de irritación del sector, que ve como se evaporan las escasas opciones de una mínima recuperación durante el período estival. En el caso catalán, el turismo inglés no llega a ser tan importante como el francés pero ocupa la segunda posición entre los países europeos por delante de Alemania, Italia, Rusia y Bélgica. En cualquier caso, no dejan de llamar la atención dos factores. Primero, que habiendo más muertos por coronavirus en el Reino Unido que en España, las medidas de las autoridades londinenses sean tan drásticas. Y segundo, que Fernando Simón se ponga a ironizar sobre las ventajas de que no visiten los ingleses o los belgas justo cuando se están manteniendo conversaciones diplomáticas para resituar el foco y abrir un carril seguro entre Londres, Baleares y Canarias.

La exageración dialéctica a la hora de la puesta en escena para explicar los datos de la situación sanitaria y la demanda a los jóvenes para que reduzcan sus salidas, retomen las medidas de seguridad y se olviden de participar en grandes concentraciones es una combinación tan necesaria como peligrosa. Este lunes, restauradores, comerciantes y el sector servicios en general estaban que trinaban en Catalunya después de la intervención del president Torra alertando de nuevas medidas, incluido en el confinamiento, si en diez días los datos de la pandemia no mejoran. De nuevo el volumen de negocio les había vuelto a caer, las reservas se habían anulado mientras las terrazas y las plazas estaban igual de repletas que durante el pasado fin de semana. Ese es el final el drama: que, cuando hay grupos en la calle, la mascarilla prácticamente desaparece y lo que se gana teóricamente por un lado se pierde por el otro.