Explicaba el ministro de Sanidad alemán, Jens Spahn, que habrá que encontrar el camino hacia una nueva normalidad que sea el camino adecuado entre la protección de la salud, la vida pública y la economía. Y que su país estaba preparado para controlar el brote de coronavirus después del éxito del frenazo total acordado hace cuatro semanas entre el gobierno federal y los länder. Ha habido en Alemania una cooperación envidiable propia de un estado federal, donde el ejecutivo de Berlín no ha querido imponer nada sino buscar el máximo consenso en todo. La Alemania federal ha dado una nueva lección a la España autonómica y será, en buena medida, porque allí eso del federalismo sí se lo creen sin necesidad de llevarlo en sus programas electorales mientras en España el jacobinismo está en la propia raíz de los aparatos del Estado, diga lo que diga la Constitución.

Una nueva normalidad en un mundo radicalmente diferente al de hace muy pocas semanas y en el que todo lo viejo ha desaparecido, no sabemos cuánto provisional o definitivamente. Tenemos debates impensables como, por ejemplo, cómo debe abordarse un desconfinamiento después de una pandemia y cuando el virus no ha desaparecido y la curva de víctimas mortales no acaba de descender al ritmo que algunas autoridades políticas, no las científicas, esperaban. Esa nueva normalidad para los ciudadanos también ha pasado a ser vivir con angustia el presente y ver el futuro con un gran pesimismo.

Solo hay dos debates encima de la mesa: salud y economía. Países como el Reino Unido erraron a la hora de pensar que era lo uno o lo otro y su primer ministro, Boris Johnson, acabó en la UCI y teniendo que corregir su temeraria apuesta. Pero, en cambio, gracias a su programa de retención de empleo por tres meses en el que el estado bonificaba el 80% de los salarios de trabajadores en riesgo de despido, hasta un máximo de 2.500 libras (2.800 euros) si el empresario los mantenía en plantilla, Johnson es hoy el primer ministro mejor valorado del Reino Unido en la última década con el 55% de aprobación. Angela Merkel en Alemania está en el 62%  y Pedro Sánchez en la cola con el 27%. La crisis del coronavirus no sienta igual de bien a todos los políticos, eso es evidente.

Y todos, sin excepción, tienen, como obligación primera, escuchar, escuchar y escuchar. El anuncio del presidente del Gobierno de este sábado de alargar el estado de alarma hasta el 9 de mayo debería ir acompañado durante la reunión con los presidentes de gobiernos autonómicos de un horizonte calanderizado, territorializado y segmentado de previsiones de desconfinamiento. El Govern lo ha empezado a dibujar y el consenso para que los niños puedan salir a la calle escalonadamente en una franja horaria antes de que acabe el mes de abril es muy alto. Sánchez ya ha hablado: a partir del 27. La nueva normalidad se parecerá bien poco a la anterior.