No conozco una familia en la que el tema de discusión de estos días no sea la organización de las fiestas de Navidad (24, 25 y 26 de diciembre) y las de salida y entrada de año (31 de diciembre y 1 e enero). Aquí han de casar las restricciones de la comunidad autónoma por la pandemia, la movilidad entre comunidades, los diferentes toques de queda, el número de personas de una o varias familias que pueden reunirse a comer, a cenar o a convivir en una misma vivienda y, lo que lo acaba de complicar todo, la más o menos flexibilidad de unos y otros para que el sudoku termine cuadrando.

Vamos a tener unas fiestas complejas en las que la recomendación será la menor movilidad posible pero la realidad  ya veremos qué resultado acaba dejando ahora que ya hay algunas cosas fijas. Entre ellas, la más importante es que los encuentros quedan limitados a un máximo de diez personas, con la recomendación de que no haya más de dos burbujas de convivencia. El Ministerio ha ido cediendo con el paso de los días y la inicial cifra de seis ha acabado en diez, una de las recomendaciones de la Generalitat que se ha aceptado.

No es fácil cuadrar el círculo entre la negativa absoluta y la apertura total, sabiendo, como se sabe, que cuando se levanta el pie del acelerador de las restricciones lo siguiente que viene es un alza incontrolada de nuevos contagios, aumento del número de muertos, mayor presión hospitalaria, así como un incremento del índice de contagio y del riesgo de rebrote. Al final, todos hemos aprendido a convivir con estos datos y a preocuparnos cuando el índice de contagio se aleja del 0,7. Algo que, por ejemplo, está pasando ahora en que este miércoles se reportó desde Salut un 0,89 después de varias jornadas en que parecía que el descenso era firme, con diez días entre el 0,77 y el 0,78. Son números que, situados en la incubadora de procesos matemáticos, nos permiten, con todas las precauciones posibles, avanzarnos al futuro.

Recientemente, un prescriptor ilustre, de aquellos que está casi todos los días en los medios de comunicación, me apuntaba algo imposible. Lo ideal sería que no hubiera fiestas de Navidad. Es lo que nos vendría mejor y tendríamos una base sólida para evitar la tercera ola. Era una opinión científica pero esta persona no está en el potro en movimiento permanente que son en estos momentos los diferentes gobiernos con millones de ojos analizándoles por una cosa y la contraria. El éxito en la lucha contra el coronavirus suele ser muy efímero ya que la situación es tan cambiante y afloran tantos factores incontrolados que, aunque sepa mal decirlo, excepto las medidas más drásticas, que ya nadie parece querer del todo, lo mejor es trazar una hoja de ruta de desescalada con unos parámetros inflexibles y que ese sea el manual de instrucciones.

De todas maneras, como también a alguien hay que hacer caso, las medidas de la Generalitat parecen razonables, equilibradas e incluso bastante flexibles. Hace unas semanas, el horizonte era mucho más negro y el esfuerzo, y por qué no decirlo, la ruina de muchos sectores de la sociedad, han abierto esta ventana para una Navidad especial. Pero Navidad, al fin y al cabo.