La necesidad de que Catalunya llegue a ser un día un estado independiente tiene en el plano económico muchas razones de peso: desde el histórico deficit fiscal que ahoga al país y lo condena a ser un territorio de segunda división hasta el maltrato en las infraestructuras, tantas veces denunciado como tantas veces han fracasado los anuncios de solución. Pero ha tenido que llegar la Covid-19 para que se evidenciara en toda su extensión el fiasco de la arquitectura de cartón piedra del sistema autonómico español: ahora, con las comunidades tratando de salvar la vida de sus ciudadanos y, al mismo tiempo, no llevar a la ruina a cientos de miles de empresarios, autónomos y el resto de trabajadores. Es una cuadratura imposible.

Las primeras medidas están reñidas con las segundas ya que en la caja solo hay telarañas y es imposible dar respuesta a tanta y tanta demanda, justa en la mayoría de los casos. Una respuesta que, fuera del sistema de régimen común de las autonomías, con un concierto económico o con la independencia, sí que se podría llegar a plantear.

No queda más, en las actuales circunstancias, que plantarse ante el gobierno español y exigirle que haga frente a sus responsabilidades como la única administración que dispone del margen económico suficiente para hacer más transitable este camino imposible. La demanda del vicepresidente en funciones de presidente, Pere Aragonès, exigiendo una moratoria de impuestos y de cotizaciones sociales para las empresas afectadas por las medidas para luchar contra el coronavirus es del todo razonable y debería aplicarse en el IVA, el Impuesto de Sociedades y las cotizaciones de la Seguridad Social, todo ello acompañado de un aplazamiento de la devolución de préstamos.

El Estado, como poseedor de la gran mayoría de la contribución vía impuestos de los catalanes, no puede felicitar al Govern por las duras medidas adoptadas y, al mismo tiempo, darle la espalda en las necesidades económicas. La autonomía ya sabemos que es un freno para las necesidades políticas y económicas de Catalunya pero en las actuales circunstancias es una soga al cuello que acaba dejando en papel mojado cualquier medida que se pueda tomar y que acaba siendo un boomerang contra la ciudadanía de Catalunya.

El otro día, el ministro de Sanidad, Salvador Illa, salió raudo a felicitar a la Generalitat por las medidas adoptadas para doblar la curva de crecimiento del coronavirus. Nada diferente a lo que hizo en su día el ministro de Hacienda del PP, Cristóbal Montoro, aplaudiendo las famosas retallades de Artur Mas y Andreu Mas Colell en 2011 y siguientes. El PP no hizo nada pero aplaudía a Catalunya y Mas cargó de por vida con el sambenito del president de les retallades. Ahora siguen aplaudiendo pero la caja común no hace más que penalizar a Catalunya.