Que Ciudadanos era una gran farsa era de sobras conocido para quienes vimos el crecimiento de un partido político sin otra ideología que el anticatalanismo. Allí, bajo el liderazgo de Albert Rivera, se juntaron una serie de desalmados que tan pronto querían ser liberales, como conservadores o socialdemócratas. Se trataba de aprovechar el desconcierto por el nacimiento de Podemos y el despertar del independentismo en Catalunya para situarse como la fuerza de choque capaz de construir el dique contra la lengua, las instituciones e, incluso, la convivencia. Este triple cóctel le dió primero financiación suficiente, después repercusión mediática y finalmente votos.

Cuando este viernes en Murcia tres diputados autonómicos de los naranjas se han descolgado de la moción de censura acordada por su partido y el PSOE, pactando con el PP para que esta formación retenga el poder regional, y, a casi 600 kilómetros de distancia, en el Parlament de Catalunya, en plena sesión constitutiva, sus seis diputados -de los 36 que tenían en la anterior legislatura- abandonaban el hemiciclo en una de sus habituales performances en la Cámara catalana, sin resonancia alguna, se constataba que el final del partido no puede estar lejos. Arrimadas, en busca de su salvación, ha tratado de acercar Ciudadanos a Sánchez y, a lo mejor, lo único que conseguirá será ponerse la soga al cuello ya que el lunes deberá abordar una complicada ejecutiva con sus críticos en pie de guerra.

A expensas de un final aún por escribir, la carrera política de Arrimadas languidece ya que Vox se ha apropiado de su radicalismo y, de rebote, Pedro Sánchez, que había trenzado lo que creía que era la operación perfecta maniatando la Comunidad de Madrid y a su presidenta con una moción de censura se encuentra en camino de fracasar en Murcia y tener que jugarse en las urnas la capital. Todo ello en un momento en que necesitaba un cierto sosiego para aclarar el escenario español y decidir si se lanzaba a la vuelta del verano a unas elecciones en España y qué hacía con los indultos comprometidos a los presos políticos catalanes.

Al final, Pedro Sánchez no es un gobernante, es un jugador. Incapaz de mirar más allá de las encuestas de las últimas 24 horas es un fiel reflejo de su libro, en que se define como un superviviente. Y, en Madrid, se ha encontrado con la horma de su zapato con Isabel Díaz Ayuso, frívola, desconfiada, pero también jugadora. Dos tahúres en una mesa. Un escenario peligroso para Sánchez pero que le sirve de coartada perfecta para ir alejándose de cualquier solución a la carpeta catalana