La caja de Pandora abierta por el informe Oranich y sus conclusiones sobre la incorrecta actuación del diputado Francesc de Dalmases con una periodista de TV3 han tenido este martes sus primeras consecuencias. Dalmases dimite como vicepresidente del partido, miembro de la ejecutiva y también como miembro de la comisión de la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals del Parlament. La ejecutiva le acepta por unanimidad la dimisión después de tres horas de una reunión caliente en la que muchos de sus miembros le exigieron que lo hiciera y que se inició con una petición de la presidenta del partido, Laura Borràs, pidiendo su suspensión porque Dalmases estaba en el hospital con un ataque de ansiedad. No se aceptó y en un ambiente efervescente, con silencios significativos entre personas alineadas con la corriente laurista, la presidenta suspendida del Parlament perdió su principal escudero.

Es, por tanto, una baja muy significativa para Borràs, ya que forma parte importante de su núcleo duro y, de hecho, no es fácil encontrar fotos en las que no estén juntos en un acto del Parlament, del partido o en el territorio. Dalmases ha ejercido, en la sombra, como su principal asesor áulico en todo tipo de temas y fue la presidenta del partido quien lo propuso como su principal persona de confianza en la negociación con Jordi Turull para acordar las vicepresidencias de Junts en el congreso del pasado mes de junio en Argelers. Todo ello lo convertía, desde hace tiempo, en una pieza de caza mayor en la lucha interna que vive el partido, sometido a un test de estrés permanente entre los dirigentes que se pronunciaron por abandonar el Govern aún no hace 20 días y los que defendían que era mejor reconducir desde el Ejecutivo el rumbo trazado por Pere Aragonès.

No deja de ser una de las paradojas, entre cómica y trágica, de aquella abrupta salida del Govern, que una de las acusaciones que sufrieron los partidarios de mantenerse en el Ejecutivo catalán fuera que lo hacían por la pagueta y que ahora esta recriminación coja forma de boomerang contra Dalmases por haber dimitido de los cargos orgánicos en el partido y mantener, por ahora, el escaño de diputado. Una situación, esta última, que veremos si es temporal porque los grupos parlamentarios ya han pedido al presidente de la Comisión del Estatuto de los Diputados —el también laurista Jaume Alonso-Cuevillas— que la convoque para analizar si su intimidación a la periodista de TV3 es acorde al código ético de un parlamentario y, si no es así, qué consecuencias tiene. El recorrido de este frente es incierto, aunque la mayoría parlamentaria para, al menos, un informe crítico existe, pero no es tan evidente para forzar una renuncia o un cese como diputado.

En cualquier caso, el desgaste que está sufriendo el partido fundado por el president Puigdemont no es menor, ya que está en un torbellino negativo del cual parece no saber cómo bajarse y que preocupa en una parte significativa de su base electoral. A nadie se le escapa que los dos sectores enfrentados mantienen un pulso que emerge cada vez que hay una votación, una polémica, una discusión, una elección. El secretario general, Jordi Turull, hace esfuerzos para recoser esta unidad, pero a lo mejor es que es como mezclar el agua y el aceite en un mismo recipiente y acaba siendo una misión imposible. Si se tiene en cuenta que Junts per Catalunya ya vivió una auténtica guerra interna con la consulta a la militancia sobre la salida del Govern, el hecho de que algo más de dos semanas después se haya visto envuelta en un vendaval tan potente como el del caso Dalmases debería ser motivo de reflexión.

Porque entre tanto ruido, lo único que le puede pasar a Junts es que no encuentre el camino y no consiga salir de su laberinto.