La reunión entre el president de la Generalitat, Pere Aragonès, y el vicepresidente de la Comisión Europea, Margaritis Schinas, este jueves en el Palau de la Generalitat, supone de facto el restablecimiento de las relaciones entre el gobierno catalán y las instituciones europeas después de que hayan transcurrido siete años de la última reunión a solas con una comisaria y once de la última visita de un vicepresidente de la CE a la plaza de Sant Jaume. La reunión, que obviamente ha necesitado del plácet del gobierno español, que previamente había vetado en pleno auge del proceso soberanista cualquier visita de las instituciones europeas a Catalunya y también que miembros del Govern fueran recibidos en Bruselas, supone un cambio y una vuelta a la normalidad. Entendiendo por normalidad el poder interlocutar y explicar cuál es la situación real del Principat. El club europeo está en contra de la independencia de Catalunya, como ya ha demostrado en el pasado, y en este aspecto no supone un cambio de fondo, pero sí permite una interlocución que hasta ahora estaba rota.

Salvando todas las distancias, igual que Pedro Sánchez ha tenido su foto con Joe Biden, estos días en la cumbre de la OTAN, que le ha permitido poner una pica en Flandes, ya que las relaciones entre Estados Unidos y España estaban seriamente deterioradas tras el abandono de las tropas españolas de Iraq, inmediatamente después de llegar José Luis Rodríguez Zapatero a la Moncloa en 2004, y hay múltiples ejemplos de la displicencia con que los presidentes de Estados Unidos habían tratado a Rajoy pero sobre todo a Sánchez, Aragonès ha tenido la visita al Palau de Schinas, un personaje desconocido para el gran público pero bien ubicado en las instituciones europeas en las que ha ocupado diversos puestos desde 1990, siendo su portavoz entre 2014 y 2019. De Schinas no hay que esperar ningún apoyo en el terreno de las aspiraciones políticas y nacionales de Catalunya por sus conocidas posiciones antiindependentistas, remarcadas, además, por situación familiar, ya que está casado con Mercedes Alvargonzález Figaredo, asturiana y otrora jefa de gabinete del presidente del grupo parlamentario del Partido Popular Europeo.

Pero el terreno de las instituciones europeas hay que cultivarlo, aunque solo sea para poder explicar, más allá de foros multinacionales, como ha hecho este jueves Jordi Cuixart, el expresidente de Òmnium, en la ONU, cuál es la situación de Catalunya, la represión que padece y la persecución por parte de las autoridades españolas. El último y clamoroso caso del CatalanGate es el ejemplo más claro, como ha puesto de relieve Cuixart, de que España continúa y continuará espiando la disidencia y que el Estado ni ha hecho nada, ni piensa hacer nada para corregir el que es el mayor caso conocido en Europa de espionaje ilegal por parte de un Estado. Cuixart lo ha podido hacer en Ginebra, en la sede de Naciones Unidas, pero Aragonès si ha querido, lo ha podido hacer en el Palau con el vicepresidente de la Comisión Europea.

Porque la labor de denuncia que se realiza desde el Parlamento Europeo a través de los eurodiputados de Junts y de Esquerra, encabezados por el president Carles Puigdemont, es una labor importante e imprescindible para que se sepa la cruda realidad de la política catalana y del exilio que padece una parte de ellos. Una realidad que sigue muy instalada en la represión, como se ha visto esta semana con la decisión del Tribunal Constitucional de prohibir la delegación del voto del conseller en el exilio y diputado de Junts en el Parlament, Lluís Puig. Esa es la auténtica 'agenda de la reconciliación' y lo demás son palabras huecas que se las lleva el viento.