A diez días de las elecciones en la comunidad de Madrid la extrema derecha roza la mayoría absoluta. La suma de PP y Vox —si Ciudadanos se suma ya no habría partida— tiene mayoría en todas las encuestas publicadas, por encima de los 69 escaños que marca la mayoría absoluta y superando entre las tres formaciones el 55% de los votos. Un dato tan solo: el pasado 14 de febrero, en las elecciones catalanas, el voto por estos tres mismos partidos se quedó en el 17,11% de los sufragios y alcanzaron tan solo 20 de los 135 diputados posibles. Casi 40 puntos de diferencia explican muy bien la evolución de Catalunya y de Madrid, pero también la incomprensión e intolerancia que se tiene desde el centro peninsular, convertido ya en una isla de la extrema derecha que se presenta con tres cabezas a los comicios, pero que se diferencian bastante poco en muchas cosas.

No es extraño, entonces, que se produzcan situaciones que nos cuesta entender a quienes no estamos en el epicentro de la capital de la extrema derecha en Europa. No es Vox el único problema de la intolerancia, ni lo es Isabel Ayuso, la representante de una formación conservadora y mucho menos Edmundo Bal —el hombre de Arrimadas que encabeza la candidatura de Madrid—, abanderado de una formación centrista. Llamar centrista a Arrimadas suena casi a broma en Catalunya. Tampoco son el problema El Mundo, el ABC o La Razón; tres periódicos comparables a Le Figaro, el Frankfurter o The Times, diarios conservadores en materia política pero implacables con la ultraderecha. El collage de todo este espacio es difícil de diferenciar y de alguna manera las posiciones de unos y de otros son como las capas de una misma cebolla.

El PSOE ha jugado tácticamente a dar protagonismo a Vox cuando le ha interesado y ahora paga las consecuencias. Lo hizo Pedro Sánchez el pasado febrero cuando vergonzosamente destacó a Santiago Abascal como un político con sentido de Estado. Alguien —Iván Redondo— en su mercadotecnia electoral estableció una arriesgada doctrina: con Vox en el tablero político español, el PP y Pablo Casado no podrían llegar nunca a la Moncloa. Ahora no saben cómo sacarlo del mismo: si abandonando con Pablo Iglesias los debates ante los insultos y la intolerancia de Vox, o quedándose. Y es que no se pueden jugar siempre todas las cartas. Cuando juegas a partido de izquierda con políticos de derechas y jacobinos, te acaba pasando que, con los años, se pasan al otro partido, como Joaquín Leguina o Fernando Savater.

En las elecciones del 4 de mayo en Madrid no está en juego solo el gobierno de una comunidad. En función del resultado, la implosión de la política española está asegurada y la fragilidad del Gobierno se hará evidente. Sánchez tendrá que convocar elecciones o recomponer la mayoría parlamentaria. Y, en medio, los indultos a los presos políticos y las nuevas noticias de represión política y económica al independentismo.