La consellera d'Acció Exterior, Govern Obert i Transparència, Victòria Alsina, con poco ruido y notable eficacia, realiza estos días un complicado viaje a Israel después de que el Parlament de Catalunya aprobara el pasado mes de junio una extemporánea resolución en la que acusaba a Israel de practicar el apartheid, siendo el único legislativo de Europa que se ha pronunciado en estos términos. Una posición del Parlament que tuvo el apoyo de los diputados de Esquerra, el PSC, los comunes y la CUP; la abstención de Vox y Ciudadanos y el único voto en contra de los parlamentarios de Junts per Catalunya. El viaje tenía, por tanto, ingredientes suficientes para echar por tierra el esfuerzo de abrir una oficina de la Generalitat en Tel Aviv, de fuerte contenido simbólico y económico, tras la irritación de los israelíes, que ha ido menguando a medida que Alsina ha repetido una y otra vez que la posición del Parlament en aquella resolución aprobada no era ni la del Govern catalán ni la de la ciudadanía.

Después de cuatro días de visita, que ha incluido también un viaje relámpago a Cisjordania para visitar proyectos financiados con fondos de cooperación catalana, los entuertos han desaparecido y la inequívoca posición de la consellera de Exteriors ha desembocado en una agenda política de contactos significativa después de que desde el año 2013, en que viajó el president de entonces, Artur Mas, ningún otro miembro del Govern haya hecho una visita oficial a Israel. Quizás, el gesto político más significativo más allá de las entrevistas con ministros, y representantes de grupos parlamentarios, con el principal think tank del país (el Instituto de Estudios de Seguridad) y numerosos actores de la vida política, social y económica, ha sido la insistencia de Alsina defendiendo la inequívoca posición del ejecutivo catalán con un socio en el Mediterráneo como Israel. Como que en diplomacia los éxitos se miden con gestos, no pasó desapercibido que en la última visita del viaje, con el alcalde del Tel Aviv, Ron Huldai, este le recibiera con solo dos banderas en su despacho oficial y al mismo nivel protocolario, la israelí y la catalana.

Es obvio que más de alguna ampolla habrá reventado en algunos sectores políticos catalanes el viaje de Alsina, ya que no se ve cada día que un miembro del Govern desautorice contundentemente la posición de su socio parlamentario y menos en política internacional. Cierto que aquí Junts se reencuentra con una posición muy antigua dentro del espacio que ellos también representan, y no hacen más que seguir la estela ya iniciada por Jordi Pujol en los años 80. Pero la situación tampoco es la misma de entonces y ahora se tiende más a nadar y guardar la ropa, como explica el hecho que desde 2013 haya habido una especie de alergia sobrevenida con Israel. En un asunto en que, además, cabe añadir que la izquierda catalana es fuertemente antiisraelí.

El pasado mes de marzo, la Generalitat aprobó la apertura de oficinas en el exterior en Andorra la Vella, Dakar, Pretoria, Brasilia, Tokio y Seúl, pasando así de 14 a 20. El viaje de Alsina sitúa la de Israel en la rampa de salida para convertirse en una nueva embajada catalana para los próximos meses. Superando así la actual oficina comercial en Tel Aviv que tiene un sentido estricto de oficina exterior de comercio e inversiones y que depende de Acció, una Agencia para la competitividad de la empresa. El despliegue del mapa de las embajadas catalanas, que se ha tenido que recomponer del todo después de la extinción que supuso la aprobación del artículo 155 de la Constitución en 2017, tiene una velocidad de crucero más que aceptable en una materia que nunca es fácil y en que Madrid siempre mira cómo impedir todo lo que es proyección de Catalunya en el exterior al margen de España.