El ambiente en el vestuario del Real Madrid vuelve a cargarse de tensión. Y el foco, otra vez, cae sobre Gonzalo García, un jugador que siempre muestra compromiso y entrega. Que se lo deja todo en los entrenamientos y en los minutos que tiene sobre el verde. Pero que sigue recibiendo un trato difícil de entender. La última prueba llegó en Montilivi, en un partido espeso, bloqueado, el típico choque donde el equipo necesita una referencia clara arriba. Pero Xabi Alonso decidió mirar hacia otro lado.
El equipo no funcionó. Faltaba profundidad, remate y presencia. Y cuando todos en el banquillo sabían que el partido pedía un delantero con potencia, llegada y juego aéreo, Alonso volvió a dejar a Gonzalo esperando. Su entrada en el minuto 90, sin tiempo para influir, fue vista dentro del vestuario como una nueva humillación. Un gesto que dolió más que cualquier suplencia.

Gonzalo García, marginado por Xabi Alonso
Porque Gonzalo no es un jugador cualquiera. Es, hoy por hoy, después de Kylian Mbappé, el mejor rematador de la plantilla. Domina el área. Gana duelos. Ataca centros como nadie. Su estilo encaja cuando el equipo sufre para generar ocasiones. Pero el entrenador insiste en convertirlo en una solución tardía. En un parche. En un recurso que solo aparece cuando ya no hay margen.
El contraste con otros compañeros agrava el malestar. Rodrygo continúa recibiendo oportunidades incluso en contextos que no favorecen su juego. Xabi Alonso lo mantiene como alternativa prioritaria, pese a que su perfil no siempre aporta profundidad, ni juego aéreo, ni presencia física. Y esa insistencia genera dudas internas, comentarios, miradas que empiezan a evidenciar un problema.
Es de lo mejor cuando juega, pero Alonso no le da bola
Lo más incomprensible de todo es el pasado reciente. En el Mundial de Clubes, Gonzalo fue uno de los nombres propios del torneo. Decisivo. Maduro. Con frialdad. Con una capacidad para definir en momentos clave que sorprendió incluso a algunos veteranos del vestuario. Su rendimiento en esa competición encendió expectativas. Parecía el inicio de una nueva etapa. Pero no lo fue.

Dentro del vestuario se percibe claramente que el equipo necesita lo que él aporta. Lo comentan los defensas, que ven cómo gana cada balón dividido. Lo comentan los centrocampistas, que agradecen tener una referencia clara a la que buscar cuando el juego se atasca. Lo comentan incluso futbolistas del núcleo duro, que empiezan a no entender la postura del entrenador.
El malestar ya no es un rumor. Es una realidad. Y crece cada semana. Gonzalo siente que ha hecho méritos. Que ha cumplido. Que ha respondido cuando lo llamaron. Y que, aun así, sigue recibiendo un trato que roza la falta de respeto. Su paciencia se agota. Y su entorno empieza a valorarlo como un mensaje frío y directo: “no cuentas”.