Sandro Rosell seguramente nunca pensó en darle la mano a Joan Laporta en cuanto fue elegido el presidente con mayor votación del barcelonismo. Y menos cuando planteó la acción de responsabilidad civil sobre la junta saliente.

Entonces se podía haber escrito un artículo sugiriendo a Rosell que olvidara esas cuentas y que recordara que cuando Laporta era candidato y lo captó para su campaña, y eran amigos, se pasó mucho tiempo hablando de que iba a “aixecar totes les catifes” de la etapa presidencial de Joan Gaspart y de Enric Reyna. Y, al final, Jan no levantó alfombra alguna. Quizás, en ese momento, Laporta pensó en la paz social del club, y no en la transparencia de la entidad.

Odio y revanchismo

Desde que Rosell, impulsado por la Asamblea de Compromisarios, empujó esa acción hacia los juzgados, los directivos salientes se sintieron traicionados, maltratados, heridos y, en consecuencia, sufridores de una situación que no esperaban y desconocían. Y desde entonces se ha escuchado repetidas veces, en sus bocas y en la de algunos periodistas, que lo que llevó a Rosell a abrir esa vía judicial contra ex compañeros de junta no fue otro sentimiento que el del odio y el del afán de revanchismo.

Nunca, en cambio, se ha escuchado de las mismas voces y plumas que lo que pretendía era transparentar unas cuentas que sus auditores no vieron claras. Simplemente coincidían en asegurar que era rencor e inquina.

Cuando Josep Maria Bartomeu llegó a la presidencia lo primero que hizo fue brindar su mano a los directivos enjuiciados. Anunció públicamente su propósito de que esa acción de responsabilidad no salpicaría sus economías. Los directivos que aceptaron un pacto judicial seguro que eran los que más estaban sufriendo. Los que no aceptaron el pacto, seguro que tenían claro que tarde o temprano iban a encontrar una interpretación que les serviría de recompensa para gratificar su dignidad.

Oferta de paz social

Hace unos días, Bartomeu, que ganó las últimas elecciones a Laporta claramente, al ver la sentencia final de la Audiencia llegó a un consenso con su junta para no recurrir al Supremo. Y dijo que para él y su directiva el asunto de la acción de responsabilidad –que afortunadamente apenas ha incidido en el éxito deportivo del equipo, ni en la ausencia de público en el Camp Nou– quedaba finiquitado. Toda una oferta de paz.

Por eso la pregunta: ¿Qué pasaría si Laporta da su mano a la invitación de finiquitar el caso? ¿Qué pasaría si en lugar de presentar una moción de censura o de pedir la dimisión de la actual junta, elegida democráticamente para un período de seis años, decide también cerrar este caso?

Champions, Liga y Copa

Los laportistas han ganado su Champions viendo como un juez mantiene en prisión sin fianza a Sandro Rosell. Mayor triunfo que ese para todos sus seguidores, imposible.

Según su interpretación han conquistado la Liga al ver como la Audiencia les daba la razón en el caso de la acción de responsabilidad civil.

Y están en la final de su Copa particular viendo como Bartomeu está citado en otros dos casos judiciales. El desquite es mayúsculo. ¿Qué más pedir?

Entablar nuevas acciones judiciales sólo llevaría a la interpretación de que al laportismo también le mueve lo mismo de lo que acusó a Rosell: odio y rencor, venganza y desquite.

Pensar en el Barça

Con un acto conciliador, probablemente, Joan Laporta obtendría más adeptos en su campaña por la recuperación de la presidencia del Barça, que trabajando justamente en lo contrario. Y lo más grande es que sería el comienzo de la pacificación del club, de la unidad del barcelonismo, del acabar con el hazmerreír que está siendo el Barça como institución, especialmente en su parte dirigente. De la unidad, algo de lo que en este momento hace falta también al catalanismo en general. Pensar en el Barça, no en el beneficio personal, dijo sabiamente un día el ex directivo Evarist Murtra.