La catalana Júlia Robert y el inglés Rudi Cole lideran la compañía de danza Humanhood, y este miércoles han representado el espectáculo Vortex en el Mercado de las Flores en el contexto del Festival Grec. Solo entrar en la sala, algunos trabajadores nos han repartido tapones, "especialmente está por las primeras filas". Esperábamos ruidos fuertes. En la web de la compañía se pueden leer los principios que los rigen: hablan de la transformación, de tener un impacto a la vida de los otros y la humanidad. Palabras mayores, difícilmente abarcables. Con respecto a Vortex, su espectáculo del año, lo definen como la fusión entre el misticismo antiguo y la ciencia moderna, todo a partir del movimiento centrífugo o de espiral. El remolino se encuentra en la psique humana y en la naturaleza, en los huracanes, o incluso, por qué no, en aquel girar enérgico de la lavadora.

Flotaban, y, sin embargo, se mantenía lo que creo que es central de Vortex: el desamparo ante las fuerzas del destino.
Respirar es bailar
La sala estaba a oscuras, y del techo ha descendido una luz blanca, como un punto. El escenario es el ojo del huracán. La música ha empezado, acompañada de las entradas y salidas de cuerpos encima del escenario. No veías de dónde salían ni cuándo se iban, aparecían al ritmo de una música entre electrónica y ritual, adecuada. Bailaban al sonido que toca el transcurso de la existencia, los golpeaba el ritmo, reaccionaban a la música con movimientos aparentemente inevitables y espontáneos, pero sincronizados. En el folletón|folletín se hablaba de resiliencia, de la capacidad humana, desconocida hasta que la ponemos a prueba, de navegar y de adaptarse al caos, a los golpes incontrolables del destino. Humanos a merced de los caprichos divinos. A pesar de la naturaleza abstracta de los movimientos, de entrada difíciles de asociar con ninguna tipología de danza concreta, la técnica de los bailarines era notable y bonita de ver. Flotaban, y, sin embargo, se mantenía lo que creo que es una idea central de Vortex, el desamparo ante las fuerzas del destino. En un momento determinado, en el círculo de los bailarines me ha parecido ver las figuras del cuadro Danza de Matisse, el pintor expresionista. De aquí la intención de combinar mística arcaica y modernidad, lo que ha perseguido todo el arte contemporáneo desde las vanguardias.
Más adelante, Júlia Robert y Rudi Cole han aparecido solos en el escenario y en torno al punto blanco de luz, sin llegar a tocarse las manos, como la imagen canónica de la Capella Sixtina, La creación de Adán de Miguel Ángel –aquella en que la mano del primer hombre no toca la de Dios. El dúo de los coreógrafos ha dado paso a un acto grupal de nuevo, esta vez a ras de tierra. Estaban de rodillas, los movimientos del cráneo eran|estaban adelante y hacia atrás eran secos, pero seguía una pauta más ordenada que el remolino inicial. Esta parte se ha alargado un buen rato, y me ha acudido interpretarlo como si los personajes ya estuvieran en otro el estadio, en concreto el de la oración y la plegaria para canalizar la ansiedad de estar vivos y, por lo tanto, ser sujetos a esta fuerza del huracán, este vórtice. Si antes estaban de pie y se afanaban por mantenerse en grupos, ahora les vemos en línea y a raíz de tierra, igualmente poseídos por|para una fisicalidad extrema, pero ahora sometida.

Todo aquel que haya estado en una 'rave' ha tenido la sensación de encontrarse dentro de una iglesia llena de devotos que botan ante el altar
Después ha venido la parte más previsible de todo ello, lo que asocia nítidamente la danza colectiva como un trance ritual. Incluso hemos visto a Júlia Robert elevada a una parte del escenario, como si fuera la disyóquey que orquesta todo este desbarajuste. Los movimientos han cambiado, han pasado a ser más reconocibles: imitaban el baile propio de una fiesta a altas horas de la madrugada. Quizás esta era otra fase, la de sustituir la iglesia por el templo de la noche. Todo el mundo que haya estado en una sala con música electrónica ha tenido esta sensación alguna vez, la de encontrarse dentro de una iglesia llena de devotos que botan delante del altar. La técnica de los bailarines era muy buena, no me ha dejado aquella sensación de farol que tuve en Le petite cirque, con bailarines que se tiraban en el suelo de una manera que me costaba de creer, sino todo al contrario. Los artistas de Humanhood bailaban de la misma manera que Miró o Picasso sabían pintar –y si no lo hacían "bien" era justamente porque querían señalarnos otra cosa más primitiva y más trascendente. Aparte del movimiento y la coreografía en un sentido estricto, también me han gustado los efectos de la sala, tanto visuales como sonoros, con una música adecuada, con el humo adecuado. El punto de luz, convertido en triángulo, incluso ha cegado a los espectadores, como si se nos dijera|llamara que todo aquello de la luz divina y de bailar al sonido que toca también fuera con nosotros.
El problema de Vortex es que impacta y suscita ideas, pero no logra emocionar

El latido del público
Núria Ramis, adjunta a la dirección artística del Festival Griego de este año, me dice que era un buen contexto y para acoger la compañía, porque la lideran una catalana y un inglés, y por lo tanto tiene este doble vertiente internacional y local, y porque ya han tenido reconocimiento en otros escenarios. Bailarines de larga trayectoria, Júlia Robert y el inglés Rudi Cole debutaron como dúo de coreógrafos en el 2016 con ZERO, galardonado al certamen coreográfico de Madrid y Hannover con el primer premio. Ya pasaron por el Festival Griego en el 2019 con su primera pieza de grupo, Torus, y la plataforma Aerowaves los seleccionó como artistas europeos emergentes. En el 2022, además, también estrenaron el espectáculo ∞ {Infinito} en el Mercado de las Flores. Ramis me explica que en València, aunque la representación de Vortex fue accidentada para|por cuestiones logísticas, la acogida fue muy buena. Mejor de lo que lo ha sido hoy en el Mercado de las Flores, con una sala llena a tope pero que ha reaccionado modestamente, con aplausos de poca intensidad. Poco habituada como estoy a los espectáculos de danza, esta respuesta tan tibia me ha sorprendido, porque creo que Vortex es un espectáculo de calidad que se ajustaba a su concepto. Después he dado vueltas y me pienso que el problema es justo el contrario, que Vortex impacta y suscita ideas, pero no consigue emocionar. Le petite cirque, el espectáculo que abrió el festival días atrás, pecaba de sentimental. A Vòrtex, en cambio, lo que faltaba era el latido –no el de los tambores, sino el de los corazón del público.