El título original de este artículo era Un tio educat, pero el Optimot dice que se hace un "uso abusivo de la palabra tio, tia en lengua oral coloquial" y recomienda utilizar las palabras siguientes: "paio, paia; nen, nena; nano, nana; xaval, xavala; noi, noia; tipus o pinta". Así que he hecho caso al Optimot y he cambiado tio por 'noi'.

He escogido 'noi' porque referirme a mi pareja como paio, pinta o nano sería extraño y feo, ya que estas palabras tienen una connotación negativa y bastante despectiva

También he escogido 'noi' porque referirme a mi pareja como paio, pinta o nano sería extraño y feo, ya que estas palabras tienen una connotación negativa y bastante despectiva. Bien, de hecho, ahora que lo pienso, también podría utilizar hombre, más que 'noi', pero como todavía ronda la treintena, prefiero decirle 'noi'. Bien, la cosa es que hoy escribiré sobre mi pareja o, mejor dicho, sobre una situación lingüística en que nos encontramos inmersos muy a menudo. Quiero dejar claro que tengo su consentimiento para explicar este tipo de anécdotas e intimidades y, puestos a hacer públicos detalles de mi vida privada, aprovecho para saludar a mi suegro, que es uno de mis lectores más fieles.

Últimamente, nos encontramos en situaciones lingüísticas en las que Jordi no puede mantener el catalán. Bien, no es que no lo pueda mantener, sino que directamente pasa al castellano porque presupone que el interlocutor no lo entenderá. Y él siempre apela a su educación y al hecho que por su profesión, donde hay una parte de atención al cliente, tiene muy integrado el cambio y que cuando trabaja, su prioridad no es abrir debates lingüísticos porque bastante trabajo tiene y que, además, todavía perdería algún cliente, con "todo eso del catalán". Y yo lo entiendo, en parte, pero no tiene razón.

Sin pronunciar ni una sola palabra y a través de la mirada, le digo: "¿Jordi, qué haces? ¡Conciencia lingüística, amor mío!"

Cuando él ya ha pronunciado las primeras palabras en castellano, yo lo miro fijamente a los ojos, me vuelvo parte observadora de la situación y, sin pronunciar ni una sola palabra y a través de la mirada, le digo: "¿Jordi, qué haces? ¡Conciencia lingüística, amor mío! ¿Pero por qué cambias a la primera de cambio? ¡Hazlo por el catalán o ni que sea por mi insistencia! ¡Va, tú puedes!". Y funciona. No sé si porque él lo recibe como una amenaza, porque soy muy pesada con este tema o porque realmente se ha dado cuenta de que lo hace inconscientemente. O quizás las tres cosas, pero el hecho es que después de mi mirada, él vuelve otra vez al catalán. Y eso que parece una absurdidad, en realidad es un pequeño, pero gran y poderoso avance, porque él mismo se da cuenta de que muchas veces tiene prejuicios lingüísticos. Y no solo eso: se da cuenta de que muchas veces, por este afán de ser bien educado, niega la oportunidad de hablar en catalán a los otros interlocutores que muy a menudo no solo le entienden en catalán, sino que también le pueden contestar en catalán.

Este afán de ser bien educado, niega la oportunidad de hablar en catalán a los otros interlocutores que muy a menudo no solo le entienden en catalán, sino que también le pueden contestar en catalán

Ahora esta situación se ha convertido en una especie de juego con un necesario comentario de la jugada (a posteriori). Tengo que decir que, de seis situaciones lingüísticas, cuatro han acabado en una conversación en catalán y dos han acabado siendo una mezcla entre castellano y catalán. En cualquier caso, es mejor que seis conversaciones perdiendo la oportunidad de comunicarnos en nuestra lengua. Un pequeño paso para Jordi, pero un gran salto para el catalán.

PS. Jordi, perdóname para inventarme eso del consentimiento. Sé que lo entenderás. ¡Te quiero!