Abrí el Twitter y leí el titular: "Muere Sinéad O’Connor a los 56 años". La pena fue tremenda. Levanté los ojos de la pantalla y vi su cabeza rapada en blanco y negro colgada en mi salón: Sinéad O’Connor renunció al cabello porque habían abusado de ella y no quería ser bonita, y hasta en eso se mantuvo firme hasta el día que se marchó. No era consciente de que era tan joven. Ya era un icono cuando yo todavía no era un proyecto de feto. No es de mi generación. Y, sin embargo, fue la pionera de casi todo lo que las mías y las que siguieron imploramos como agua de mayo. 

Sinéad era una mujer fascinante y tuvo un valor inconmensurable que la llevó a luchar por causas ajenas antes incluso de que fueran públicas. Tuvo una personalidad volátil, tenaz, temperamental, impulsiva y extravagante cuando las mujeres solo podían ser guapas, estableciéndose como una nota incómoda. Y ella sola se rebeló contra la fuerza arrasadora de todo el establishment a costa de sacrificarlo absolutamente todo, abriéndonos el camino a todos los demás. Fue la antecesora de Britney Spears, de Lindsay Lohan y de tantas estrellas destruidas con la ayuda invisible de los medios. La llamaron loca tantas veces que se lo acabó creyendo, y después la sociedad se lavó las manos y le dio la espalda. Lo cierto es que era un ser demasiado especial para encajar en esta basura de mundo.

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Sinéad O'Connor murió tres veces. La primera  fue de rabia cuando en 1992 rompió una fotografía del papa Juan Pablo II en riguroso directo en el Saturday Night Live para denunciar los abusos sexuales perpetrados por la Iglesia. Cuando acabó de cantar, la NBC recibió más de 4.000 llamadas censuradoras, sus discos ardieron en protestas callejeras —llegó a infiltrarse en manifestaciones contra ella misma— y fue vetada en la industria de por vida. Firmó su funeral artístico para siempre en pro de la justicia social y de unas acérrimas convicciones que ahora son una asquerosa verdad absoluta. “Mucha gente dice o piensa que romper la foto del papa hizo descarrilar mi carrera; yo diría que tener un disco en el número uno es lo que hizo descarrilar mi carrera y que romper la foto me volvió a redireccionar por el buen camino. Tenía que volver a ganarme la vida con actuaciones en directo y yo había nacido para eso, no para ser una estrella del pop”.

Sinéad O'Connor: "Mucha gente dice o piensa que romper la foto del papa hizo descarrilar mi carrera; yo diría que tener un disco en el número uno es lo que hizo descarrilar mi carrera"

Con sus cenizas hicieron carroña barata de sus intimidades. La cantante irlandesa no tuvo una vida fácil. Su infancia estuvo plagada de violencia y gritos —su madre la maltrató durante años y se volvió cleptómana porque robaba imitándola— y con solo 14 años acabó en un reformatorio porque su padre fue incapaz de darle amor. Su vida cambió cuando escuchó por primera vez The Lonesome Boatman del grupo The Fureys —“la melodía más bonita e inolvidable que yo hubiera escuchado jamás”— y supo que quería dedicar su vida a cantar. En 1987 publicó su primer álbum, The Lion And The Cobra, pero su momento cúspide le llegó con Nothing Compares 2 U en 1989 y toda la industria postrada a sus pies. El álbum Do not want what I haven’t got fue número uno en todas partes y la convirtió en la primera artista en ganar el Grammy al Mejor Álbum de Música Alternativa.

Un par de años después, la cantante se rebeló y renunció a dichas nominaciones porque no quería formar parte de los valores materialistas que reflejaban los premios. “No acepto premios que se me hayan concedido por mi éxito material. Los Grammy se dan al disco que más ha vendido, pero no al mejor artísticamente hablando. No me interesan. No quiero tomar parte en nada que anime a la gente a creer que el éxito material es importante, especialmente si eso representa que te has de sacrificar personalmente para obtenerlo.” Políticamente incorrecta, genuina, contestataria, mujer valiente hasta los topes e insolente premeditada, O’Connor tenía una voz prodigiosa y jamás renunció a la música ni a sí misma. Icono indudable del rock alternativo y del folk rock de los 90 y figura indiscutible de la música contemporánea, hoy tiene un total de 10 álbumes publicados y antes de irse estaba trabajando en un onceavo disco, con el que planeaba salir a rodar en 2024 y 2025.

Sinéad O'Connor GTRES
Foto: GTRES

La segunda vez que Sinéad O’Connor murió fue de pena el 6 de enero del 2022, cuando su segundo hijo se ahorcó tras escaparse del hospital donde estaba ingresado. No era la primera vez que Shane, de solo 17 años, intentaba quitarse la vida. En redes sociales, la irlandesa escribió entonces: "Mi hermoso hijo, Nevi'im Nesta Ali Shane O'Connor, la luz misma de mi vida, decidió terminar su lucha terrenal hoy y ahora está con Dios. Que descanse en paz y que nadie siga su ejemplo. Mi bebé. Te amo tanto". Sus relaciones sentimentales también fueron un huracán inestable. Tuvo cuatro hijos de cuatro padres distintos y se casó cuatro veces. La misma Sinéad arrastraba varios intentos de suicidio, había sido diagnosticada en 2003 con trastorno bipolar y en 2015 se sometió a una histerectomía que desembocó en estrés postraumático complejo y un trastorno límite de la personalidad, además de confesar públicamente sufrir una adicción a la marihuana durante más de 30 años. De ello habló en su biografía Remembranzas (2021, Libros del Kultrum) y en el documental Nothing compares.

No hubo suficientes reconocimientos en vida y cualquier palabra amable ya llega tarde

La polémica volvió a llamar a su puerta cuando en 2018 se convirtió al Islam y se cambió el nombre por el de Shudada’ Davitt, con declaraciones impertinentes y un carácter agrietado por los años que le valió el rechazo del foco mediático y la etiqueta de perturbada, desequilibrada y chiflada. Hace 10 días escribió un mensaje en Twitter sobre su hijo muerto, ahora leído como premonitorio: “Vivo como una criatura nocturna no muerta. Fue el amor de mi vida, la lámpara de mi alma. Éramos un alma en dos mitades. Él fue la única persona que me amó incondicionalmente. Estoy perdida en el bardo sin él”. 

La tercera vez que Sinéad O’Connor murió fue de agotamiento y ya para siempre. Todavía no se saben las causas de su muerte, pero los traumas que arrastró durante más de cinco décadas alguna mella hicieron en un destino que podría haber sido distinto con una sociedad distinta. No hubo suficientes reconocimientos en vida y cualquier palabra amable ya llega tarde. Consuela pensar que O’Connor murió sin postrarse jamás ante nadie, levantándose de todos los obstáculos y haciéndolo siempre todo a su manera, sin pedir perdón ni permiso, pero sabe demasiado mal que ya no pueda saber que muchos echaremos de menos su presencia subversiva y transgresora. Fue una referente superlativa, un ejemplo de la importancia que tiene tener principios y una víctima de un sistema corrupto que quiso apagarle la voz para no avivar la llama de la revuelta. Ojalá haberla reivindicado más, ojalá haberla entendido más, ojalá haberla defendido mucho más.