El calendario olía a otoño y una cruz dibujada a boli tachaba el día 3 de octubre de 1992. No sabemos con exactitud qué hora era cuando Sinéad O’Connor decidió que esa noche sería la noche en la que el mundo se le giraría en contra, aunque el dato es irrelevante para esta historia. Lo importante es que doblaría la fotografía de Juan Pablo II que durante años había adornado el dormitorio de su madre muerta y se la guardaría con astucia para no ser descubierta.

Después, eso sí lo sabemos, la escondió en el camerino del estudio de la cadena de televisión americana NBC. Lo cuenta ella misma en su autobiografía Remembranzas: Escenas de una vida complicada (Libros del Kultrum), publicada en junio de este año. Faltaban pocas horas para que actuara en el plató del Saturday Night Live y para que se produjera uno de los actos de protesta más famosos de la década de los 90 encima de un escenario.

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Y es que tras cantar su tema Success has made a failure of our home, la voz rota y potente de Sinéad resuena sin música para entonar War de Bob Marley a cappella. Sobre el escenario y a su izquierda, reposan varias velas encima de una mesa alta y redonda; una tela de plegaria rastafari ligada al micrófono, ella con un vestido de punto blanco. La canción está a punto de terminar. Y en la última sílaba del tema, saca la foto del santísimo, la muestra a cámara y la rompe en 3 tiempos. Fight the real enemy, grita, seria. Nadie aplaude mientras se saca los pinganillos de las orejas y apaga las velas.

7 segundos y la industria la fulminó

Esa noche, Sinéad O’Connor firmó su funeral artístico. Lo sabía, pero le dio igual sacrificar lo que los otros esperaban de ella. Al fin y al cabo, ella ni era una diva ni quería ser una estrella del pop. “Tenía que sacar lo que tenía dentro. No buscaba la fama. El éxito había convertido mi vida en un fracaso, porque todo el mundo me trataba de loca por no actuar como una estrella del pop y no adorar la fama”. Esa noche y en esos apenas 7 segundos, quiso denunciar algo que todo el mundo callaba: que las iglesias estaban repletas de pederastas y de abusadores sexuales, que muchos niños irlandeses “habían sufrido abusos por parte de sacerdotes, pero ni la policía ni los obispos se creen a los padres que lo denuncian”.

Tras la actuación, la industria, el mundo, se le tiró encima. Numerosas llamadas - más de 4.000, de hecho - a la NBC acabaron con la cantante vetada de por vida en la cadena, y durante semanas se organizaron quemas callejeras de sus discos para protestar por tremenda ida de olla. ¿Quién en su sano juicio podría ponerse la lucha por montera y criticar al mismísimo Papa de Roma? Casi 30 años después, el gesto que la irlandesa tuvo esa noche sería brutalmente aplaudido, porque si algo ha demostrado el tiempo es que la artista rebelde tenía mas razón que una santa.

Fue maltratada por su madre durante años

Sinéad O’Connor es mucho más que el momento en el que rompió la foto del Papa en directo, aunque en las mentes de nuestros padres esa quizás haya sido su única función en la vida. Si algo tuvo de representativo esa acción, además de lo obvio, es que también la ratificaba plenamente a ella, su capacidad innata por salirse del tablero y por confiar en sus principios, esa insolencia admirable y sórdida de no dejarse arrastrar como títere sin cabeza. De hacer, simple y llanamente, lo que le daba la real gana. Aunque estubiera en la cúspide de la música internacional. Aunque, para entendernos, su éxito fuera como el de Rosalía en nuestro tiempo.

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Nunca lo tuvo fácil pero siempre fue una niña adelantada, curiosa, especial, genuina.Tenía 14 años cuando entró en el reformatorio. Sus padres se habían separado y en casa, con su madre, el drama estaba servido: la que debía ser su referente la pegaba, la maltrataba hasta hacerla sentir ínfima, pequeña, insignificante. A Sinéad le dio por robar, copiando a la madre, y se volvió cleptómana. La encerraron para buscar una solución, para que un alma descarriada tan joven pudiera tener una oportunidad. Fue durante su residencia allí cuando escuchó en directo la canción The Lonesome Boatman del grupo The Fureys. “La melodía más bonita e inolvidable que yo hubiera escuchado jamás”. Fue cuando supo que quería ser música.

Con Nothing Compares 2 U – escrita por Prince, de quien la cantante dice que la maltrató y que era una persona violenta – alcanzó el estrellato. Era 1989. Se posicionó en el número uno: en Irlanda, en Reino Unido, en Estados Unidos, en Australia, en el mundo. Era la estrella que todos querían, que todos aplaudían por su particular estilo y su autenticidad: obtuvo cuatro nominaciones a los Grammy y ganó el de Mejor Álbum de Música Alternativa, siendo la primera artista en ganarlo.

Sinéad O'Connor: "No quiero formar parte en nada que anime a la gente a creer que el éxito material es importante"

En 1991, un año antes de retar a la Iglesia, la artista irlandesa renunció a las nominaciones de ese año por su disco I do not want what i haven't got porque solo reflejaban valores materialistas y ella no quería formar parte de eso. “No acepto premios que se me hayan concedido por mi éxito material. Los Grammy se dan al disco que más ha vendido, pero no al mejor artísticamente hablando. No me interesan. No quiero tomar parte en nada que anime a la gente a creer que el éxito material es importante, especialmente si eso representa que te has de sacrificar personalmente para obtenerlo.”. Y dijo más. “Hay una guerra en curso (la Guerra del Golfo) porque nos importan las cosas materiales y es algo que premiamos en la industria de la música”. Una tía fuera de lo normal.

Trastorno bipolar, adicciones y conversión al Islam

“Mucha gente dice o piensa que romper la foto del Papa hizo descarrilar mi carrera. Yo diría que tener un disco en el número uno es lo que hizo descarrilar mi carrera y que romper la foto me volvió a redireccionar por el buen camino. Tenía que volver a ganarme la vida con actuaciones en directo y yo había nacido para eso, no para ser una estrella del pop”. Nunca dejó ni ha dejado de cantar, excepto cuando en 2003 anunció que sufría dos enfermedades mentales (trastorno bipolar y estrés postraumático) que la obligaban a cuidarse.

Sinéad O'Connor

Lo ha hecho bajo sus reglas, como lo hace una mujer empoderada que ha podido con todos los altibajos de la vida, con intentos de suicidio y una adicción a la marihuana que la ha acompañado más de 30 años. En 2018 se convirtió al Islam y se prevé, si la pandemia lo permite, que vuelva a los escenarios el año que viene. Sinéad O’Connor nunca fue una buena chica, si quien mira de reojo es la industria musical. Pero la artista hizo mucho más que sonreír a la cámara y convertirse en el maniquí moldeable que todos esperaban: se atrevió a vivir a su manera, a ser auténticamente entrañable (sin dejar de serlo nunca, con sus aciertos y fallos) y a denunciar lo justo, en un mundo presidido por el dinero, en una sociedad gobernada por hombres. En una época en que las que alzaban la voz, siempre y porsupuesto, estaban locas.