En algún momento de la vida tendrás que encarar la pregunta de si has leído alguna cosa de Paul Auster (Nueva Jersey, 1947) y la respuesta tiene que ser sí. Las novelas de este autor son una especie de vídeojuego. Puedes disfrutarlas a muchos niveles. Segun tu maña para ir pasando pantallas —profundizando— pueden dejarte en cualquiera de los estados que van entre herido y entretenido. Auster te ofrece todo este repertorio de sensaciones porque la materia principal de sus relatos es la aleatoriedad, todo lo que en la vida es random.

El desencadenante de sus historias es a menudo un hecho fortuito, casual, inesperado, que desconcierta profundamente al protagonista. Mareado por las graves consecuencias de la que le ha caído encima, se culpa de lo ocurrido y reacciona obsesiva y exageradamente. Se hunde. Se degrada. Se abandona a la soledad y al vacío, a la bebida y al sexo, a veces a la violencia. Piensa en matarse.

Todo parece muy bestia, pero Auster está muy lejos de la grosería y el sensacionalismo. Al contrario. Describe situaciones perfectamente verosímiles y pone en juego a personajes conmovedores, que desean salir del pozo. Sufres con ellos, pobres, porque luchan y nunca bajan los brazos. Aunque pocas veces encuentran lo que buscan, Auster siempre les ofrece dos salidas para seguir: la amistad y el amor. Auster, que rehúsa cualquier destino trascendente (en Diario de Invierno dice que la muerte es "entrar flotando en el reino de la nada") abre la puerta a algo más al recordar en el mismo ensayo a Joubert: "Hay que morir inspirando amor (si se puede)". Así también en las novelas.

El punto que te encantará: tendrás problemas para explicar a alguien de qué va esa novela de Auster que te gusta tanto. Todo lo que veías lógico y coherente mientras la disfrutabas te parecerá extravagante y estrafalario cuando lo expliques. Entonces te darás cuenta de que Auster te tenía secuestrado mientras leías, con su lenguaje fluido y sencillo y un ritmo intenso, con desconcertantes curvas argumentales. Es una sensación muy agradable.

1. Trilogía de Nueva York (1987)

Alguien que llama al teléfono equivocado toma por detective a Daniel Quinn, escritor de novelas policíacas, y le encarga un caso. Así arranca Ciudad de Cristal, primera de las tres piezas de esta trilogía. Puedes leerla como una serie de nuevas novelas negras deconstruidas hasta que caes en la cuenta de que alguna cosa no va bien y no sabes por qué, o perderte en los trasfondos que inquietan al autor: el azar, la soledad, la dificultad de conocer a los otros y, al mismo tiempo, la necesidad de unos para los otros. Estos temas son el material literario clásico de Auster y te asombararás con las variaciones que es capaz de desarrollar con las mismas piezas del rompecabezas. Es casi mágico. En Booket.

2. El libro de las ilusiones (2003)

El escritor David Zimmer ha perdido a su familia en un accidente de aviación. Una película muda de Héctor Mann logra arrancarle una risotada tras medio año sumergido en un delirio de alcohol y depresión, al borde del suicidio. Zimmer decide escribir los misterios de la vida de Mann en El libro de las ilusiones. Es el típico héroe austeriano: magnético, torturado, lleno de matices, genuino y desconcertante, conmovedor en su desmesura y con un pasado lleno de secretos. En Booket.

3. 4 3 2 1 (2017)

Puedes admirarla como un jeroglífico formal de cuatro novelas en una, una proeza técnica al alcance de cuatro o cinco escritores vivos, o tratarla como un ensayo hecho carne en el personaje de Archie Ferguson, que se tambalea entre la libertad y la ventura, las decisiones y circunstancias que determinan el camino de las cuatro infancias y adolescencias que el personaje protagoniza simultáneamente en cada capítulo, diferenciadas, una vez más, por hechos azarosos que él no elige, pero con los que tiene que construir su vida —sus vidas. En Booket.