Hace un tiempo que mi amiga Marina Pintor me había recomendado Ocàs i Fascinació, y mi jefe de Cultura, Oriol Rodríguez, me sugirió que este Club de Lectura podría dedicarlo a Eva Baltasar, uno de los nombres que más suenan de la literatura catalana. La han traducido a un montón de lenguas. Su primera novela fue Permagel, y Baltasar reconoció que era un encargo de su psicóloga (poner los pensamientos en su sitio, o dejar que el torrente de pensamientos tome la forma de un libro, a veces es útil). Baltasar después completó la trilogía que había empezado con Permagel, la 'trilogía de la mujer', con dos novelas más, Boulder y Mamut. Cada novela de la trilogía supera a la anterior, y la función terapéutica que el primer libro debía ejercer sobre la autora ya ha quedado atrás. Baltasar se ha consolidado como una escritora que se merece su éxito.
La protagonista de Ocàs i fascinació tiene un problema más urgente que elegir si será o no será madre, y es que de un día para otro se queda sin casa.
El ocaso del bienestar y la cadena de la desgracia
En Ocaso y fascinación, Baltasar ya no tenía ningunas ganas de hablar de la maternidad, del hecho de ‘ser mujer en sí’ –es pesadísimo, pero ser mujer tiene mucho que ver con ser madre o no serlo, no hay escapatoria: la prueba es que casi hay tantos libros sobre la maternidad como libros que justifican el hecho de no serlo. En cualquier caso, la protagonista de Ocaso y fascinación no es como las protagonistas de la trilogía anterior, porque ella sí que parece libre de la elección de la maternidad (y lo explicita en una sola frase y después en ninguna más). Pero tiene un problema más urgente, y es que de un día para otro se queda sin casa. La protagonista de Ocaso y fascinación tiene 27 años y trabaja media jornada en una ludoteca y también limpia algunas casas. Según ha explicado ella misma, Eva Baltasar había limpiado casas, cuando era estudiante, y ha aprovechado el bagaje para reflejarlo en la obra. La novela nos habla de la espiral de la precariedad, cada paso pequeño que nos lleva un escalón más abajo hasta que tocamos fondo. A pesar de la desgracia de la protagonista, no hay nada de lacrimógeno en Ocaso y fascinación. Es una mujer que no nos resulta muy simpática, porque parece desconectada del mundo: no ama a los demás, no se vincula de verdad. Incluso antes de perder la habitación en el piso compartido, vive en una indiferencia notable hacia los demás. Es un personaje arquetípico moderno de la literatura, una especie de Bartleby de Melville, el oficinista que iba al trabajo y que se quedaba sin hacer nada, y que cuando le preguntaban lo único que respondía es ‘preferiría no hacerlo’. Es casi una filósofa, una cínica, una estoica. Al margen de la temática, lo mejor de la novela es la voz, el tono de la narradora en primera persona.
Los libros buenos sirven de termómetro y de baremo de nuestra moralidad
La protagonista no nos despierta una empatía excesiva, pero, aun así, sufrimos un poco por ella y por cada paso en falso que da. Siempre estira más el brazo que la manga, y cuando parece que se recupera un poco (la ayuda Trudi, una mujer de la limpieza que vive en Nou Barris y es castellanohablante) vuelve a caer más abajo. Se lo busca ella, en parte. Y, sin embargo, si lo piensas no es justo: ¿es lícito que te echen de un trabajo mal pagado que haces bien solo porque consigues hacerlo más rápido de lo que está establecido y aprovechas para tomarte un quinto y un bocadillo de jamón? Como lectores, sabemos que limpiar casas es lo único que la sustenta, y que se aprovecha para comer en las casas es para no tener que gastar el poco dinero que gana ni entrar en la cocina del piso que comparte y donde solo duerme. Los libros buenos sirven de termómetro y de baremo de nuestra moralidad. En cualquier caso, la espiral descendente de la protagonista de Ocaso y fascinación me ha hecho pensar en la angustia que suscita la novela de Hanne Ørstavik Amor, con la madre soltera y el hijo pequeño que van cada uno por su lado, y la tensión crece tanto que nos olvidamos de juzgar a la progenitora irresponsable. ¿Cuándo dejé de compartir piso con amigas para vivir con extraños? ¿Cuándo dejó de tener ventana, la habitación del piso con extraños? ¿Cuándo fue que mi jornada completa pasó a ser media jornada? Esta es la cadena de las desgracias de la última protagonista de Baltasar, y es parecida a la cadena de la gente que vemos de noche en la calle.
El único recuerdo nítido que tengo de aquella experiencia es el pestillo en la habitación: era un piso de extraños
La precariedad siempre está al acecho
Lo que se describe en Ocaso y fascinación me ha recordado un piso que visité una vez. Era mucho más joven de lo que soy ahora y buscaba una habitación donde vivir, y fui a parar a un piso escuálido y viejo del barrio Gótico. Vivía una mujer sudamericana, y había un señor bastante mayor sentado en el sofá, y aún alguien más, un hombre también extranjero que me enseñaba la casa. Pronto fue el turno de la habitación que estaba libre, que debía ser la mía. No tenía ventanas, o sí, me suena que tenía una interior, da igual. El único recuerdo nítido que tengo de aquella experiencia es el pestillo. En la habitación libre había un pestillo, y por extensión es lógico que lo hubiera en todas las demás. Por lo tanto, aquel era un piso de extraños. La novela Ocaso y fascinación recrea la sensación que tuve entonces. Sentí que traspasaba la raya que separa la vida estudiantil, de aquel compartir piso con personas amigas o afines, y la vida precaria, la de convivir entre desconocidos que sospechan los unos de los otros. La juventud y la alegría se acaban, pero la precariedad persiste y siempre nos amenaza, y nos puede tocar el recibir a casi todos. Si tenéis curiosidad, Marta Gambin entrevistó a Eva Baltasar sobre la novela: leed, leed.