El "capitán de empresa", unos de los héroes de la historia de arquetipos propugnada por el ensayista Thomas Carlyle, no tiene un nombre particular en la Terrassa del siglo XVIII y primera mitad del XIX, cuando se produjo el arranque de una economía que permanecería vertebrada por la manufactura de lanas hasta la crisis de los años setenta del siglo XX. En realidad, la villa de la época tampoco presentaba unas condiciones de partida especialmente idóneas para una economía basada en nuevas técnicas de fabricación que superaran la tradicional artesanía textil. Hasta 1904, la villa de Terrassa se encontraba rodeada por un término municipal de base agraria, Sant Pere de Terrassa. La trayectoria medieval y moderna del núcleo urbano quedó limitada por este cinturón que entorpecía la superación del marco rural. Por otra parte, la proximidad a unos centros económicos de primera magnitud, el área de la ciudad de Barcelona, o de relevancia indiscutida, como Manresa o Sabadell, también condicionaban las posibilidades de crecimiento. Estos obstáculos se convirtieron en retos en el siglo XVIII para un grupo muy dinámico de pelaires, los operarios que controlaban todo el proceso de preparación de la lana para ser tejida, desde la compra de la materia prima, al lavado, el peinado, el cardado o el perchaje.

El caso de la Terrassa del siglo XVIII es uno de los más destacables a nivel catalán del ascenso de una oligarquía pañera a partir de la desintegración de las instituciones productivas tradicionales y de la configuración de una especie de asociación patronal nueva. El capital de aquellos que pronto pasaron a llamarse "fabricantes de trapos" controló el trabajo de los tejedores, cuyo gremio desapareció durante el mismo siglo. Los antiguos integrantes del gremio de pelaires se convirtieron el gestores del proceso de compra y transformación de la lana y, al fin y al cabo, de la fijación de los salarios de las distintas fases de elaboración. La concentración de poder fue paralela: de la corporación de 178 pelaires de comienzos de siglo XVIII se pasó a menos de una veintena a 1784, restringiendo el acceso al estatus y entrante en una dinámica de endogamia matrimonial.

Maquinaria industrial expuesta al Colegio Egarense, durante la Fiesta Mayor de 1883.

Fuente: Biblioteca Central de Terrassa, Quebradizo, Diputación de Barcelona.

Aunque la munificencia de la corona desde Carlos III en la concesión de privilegios a fabricantes egarenses no explica, como había afirmado la historiografía tradicional, el surgimiento de este sector de emprendedores, las cédulas reales sí que dan testimonio de las innovaciones técnicas que acompañaron el proceso de consolidación manufacturera. En 1786 se daba licencia a Francesc & Josep Galí, Miquel Vinyals y Miquel Sagrera para la producción libre de manufacturas en sus fábricas, con permiso de introducir variaciones en peinadores, telares y turnos, a pesar de aquello establecido a las ordenanzas generales y distinguiendo los tejidos con un sello de "fábrica libre". La apuesta por el cambio técnico se prolongó y fue decisiva para diferenciar la oferta calificada de pañería lanera de Terrassa a nivel catalán y español, convirtiéndose en una garantía de control de los mercados.

Los cambios económicos y técnicos que se han sucedido en la historia de Terrassa no pueden desvincularse de las experiencias de vida cotidiana de individuos y comunidades

En 1827, varios productores de la industria egarense recibían medallas de reconocimiento por|para sus novedades técnicas. La cruz de Carlos III era concedida a Joan Baptista Galí y Salvador Vinyals; la medalla de oro en los Galí & Vinyals, por su fábrica de trapos y franelas; una de plata a los Ollero, fabricantes de trapos. Estos apellidos junto con los de Busquets, Sagrera o Galí fueron cada vez más frecuentes a la vida económica y el poder público de la villa. Sin aversión al riesgo, de la mano de estos emprendedores las limitaciones urbanas se superaron trasladando parte de las unidades productivas a los alrededores rurales y poblaciones de la región. De esta forma también se subsanaba la manca estructural de recursos fluviales que había limitado las primeras iniciativas mecanizadoras y que duró hasta la década de 1840. La llegada del vapor liberó definitivamente la industria egarense de este lastre inveterado. El ferrocarril garantizaría el alcance de carbón desde 1856.

Obreros de casa Jeroni (1899). Hay que destacar la presencia de chicos y chicas muy jóvenes como trabajadores.

Fuente: Arxiu Tobella

La apuesta por la renovación técnica fue muy grande desde los inicios, acompañada por la captación de fuerza de trabajo rural y las oleadas de población recién llegada en la villa. La variación de escala se hizo evidente de inmediato. Según los datos recogidos por la Gazeta de Madrid en 1779, se contaban 12 fábricas de trapos y bayetas en la villa. En la fábrica propiedad de Francesc Busquest ya trabajaban 700 personas, entre hombres, mujeres y niños. La otra cara de la primera industrialización se desvelaba con el empeoramiento de las condiciones de vida de estos sectores con una división sexual y de edad del trabajo muy marcadas. En el frente de los cargos de control y de las actividades técnicas cualificadas, mejor remuneradas en definitiva, quedaron operarios masculinos. La mecanización de la pañería, que facilitaba que los periodos de formación se acortaran o fueran más rutinarios y que las necesidades de aptitudes físicas disminuyeran, agravaban esta difícil situación social para los grupos subalternos. Sin embargo, esta serie de iniciativas empresariales y de cambios técnicos también puso las bases de la relevancia de la calificación como elemento de prosperidad y promoción del capital humano del mundo obrero. Categorías como emprendeduría, ingeniería y formación nos ayudan a entender mejor toda esta evolución del taller en la fábrica.

Incluso las cosas que damos por conocidas, como la tradición fabril de Terrassa, tienen un pasado y un contexto. Las recopilaciones estadísticas de la historia económica han transmitido una imagen de crecimiento industrial imparable de la ciudad, mientras se alababa una élite empresarial. La referencia al capital humano permite una aproximación más real al pasado de la ciudad en cuánto explica como individuos y grupos de interés muy diversos estuvieron dispuestos a a asumir riesgos y realizar inversiones productivas en la economía; y también como criterios técnicos y educativos permitieron la movilidad entre las diferentes clases sociales. Los cambios económicos y técnicos que se han sucedido en la historia de Terrassa no pueden desvincularse de las experiencias de vida cotidiana de individuos y comunidades. Esperamos que esta serie de artículos ayude a hacer justicia a la realidad plural de esta trayectoria de emprendeduría e innovación que gravitó sobre unas biografías personales pero también sobre una colectividad.