Durante las noches cálidas de La Jolla (California), los surfistas no siempre iban tras las olas. A veces se reunían en un garaje junto al mar, con la sal todavía en la piel, para ver en silencio una vieja película en blanco y negro. Pero el televisor estaba en silencio y solo se escuchaba la radio. Entonces sucedía algo sorprendente: la protagonista de la película abría la boca justo en el momento en que estallaban los primeros acordes de (I Can’t Get No) Satisfaction de los Rolling Stones. Por un instante, parecía que era ella quien cantaba, en un rompecabezas anacrónico que mezclaba clasicismo y modernidad. Era un playback salvaje. Una sincronía cósmica preciosa. El periodista Tom Wolfe retrató esta escena en su famoso libro La banda de la casa de la bomba y otras crónicas de la era pop, publicado en 1968, convirtiéndose enseguida en el gran referente del nuevo periodismo norteamericano.

Su canción se convirtió en la banda sonora de los cambios sociales que se estaban gestando a ambos lados del Atlántico en aquella época, y aún hoy resuena como el gran emblema de la contracultura
Aunque este episodio fue tan real y ensordecedor como un choque de camiones en una autopista, cabe puntualizar que ni Mick Jagger ni Keith Richards practicaron nunca surf. Pero ese detalle es irrelevante, porque su canción se convirtió en la banda sonora de los cambios sociales que se estaban gestando a ambos lados del Atlántico en aquella época, y aún hoy resuena como el gran emblema de la contracultura. Fue el grito de una generación que despertaba en tecnicolor tras muchos años soñando en blanco y negro. Justo ahora, hoy, 4 de junio, se cumplen sesenta años desde que este himno llegó al mercado en formato single para sacudir las mentalidades más conservadoras. Como siempre, para entender la magnitud de la tragedia, hay que volver al principio, cuando Sus Satánicas Majestades eran solo unos chicos necesitados de emociones que querían ser como los músicos negros del delta del Mississippi que tanto admiraban.
El blues como evangelio. La suciedad como bandera
Inglaterra, 1961. Keith Richards y Mick Jagger se reencuentran después de varios años en un andén de la estación de Dartford con un par de discos de Chuck Berry y Muddy Waters bajo el brazo. Ahí empieza todo. El blues como evangelio. La suciedad como bandera. Con Brian Jones en la guitarra y la armónica, Charlie Watts en la batería y Bill Wyman en el bajo, forman una banda de rock que rechaza el buen comportamiento y abraza la distorsión emocional gracias a sus versiones de Willie Dixon, Jimmy Reed y Slim Harpo. Son jóvenes, descarados y tienen eso que no se puede comprar con dinero: actitud. En un país dominado por los trajes bien planchados, las bandas de rock con nombre de escarabajo y esas sonrisas victorianas que esconden más secretos que verdades, los Rolling Stones eran el puñetazo sobre la mesa (o en la cara) que nadie vio venir.
En un país dominado por los trajes bien planchados, las bandas de rock con nombre de escarabajo y esas sonrisas victorianas que esconden más secretos que verdades, los Rolling Stones eran el puñetazo sobre la mesa (o en la cara) que nadie vio venir
Entonces llegaron las giras, los primeros discos, las primeras composiciones originales y el sueño. Ese sueño que lo cambió todo. A mediados de 1965, Keith Richards se metió en la cama de su apartamento de St. John’s Wood abrazado a su guitarra y con una grabadora de casete Philips en la mesita de noche. Al día siguiente, al revisar la cinta analógica, escuchó dos minutos de guitarra acústica. Era un riff crudo e hipnótico de tres notas seguido de la frase “no puedo obtener ninguna satisfacción”. Luego, el sonido de una púa cayendo al suelo y cuarenta minutos de ronquidos. Así nació Satisfaction. Literalmente, en sueños. Ni él mismo sabía qué había hecho. Tres semanas después, los Rolling Stones se embarcaron en su tercera gira norteamericana. El 6 de mayo de 1965, debían dar un concierto en Clearwater (Florida), pero sus fans se amotinaron tras las primeras cuatro canciones y el espectáculo fue interrumpido. Para evitar el caos, los organizadores les pidieron que volvieran al hotel Jack Tar Harrison y pasaran allí la noche. Frustrado, Jagger bajó a la piscina y escribió la letra de aquella canción que Richards había esbozado en sueños en su apartamento.

El sonido de una púa cayendo al suelo y cuarenta minutos de ronquidos. Así nació Satisfaction. Literalmente, en sueños. Ni él mismo sabía qué había hecho
El suelo comenzaba a hervir en territorio norteamericano con la escalada de la Guerra de Vietnam, los inicios del movimiento por los derechos civiles, el auge de la Guerra Fría, las protestas en las calles y los medios de comunicación ganando protagonismo. Jagger puso palabras a ese malestar difuso que flotaba en el ambiente: la frustración, el deseo y el rechazo a una sociedad obsesionada con vender, comprar y consumir mientras el abismo se intuía por la ventana del vecino. Satisfaction era un grito de desesperación con un lenguaje salvaje y cargado de sexualidad, pero también una declaración de principios de un joven de veinte años que no entendía el planeta donde había aterrizado y estaba harto del statu quo de la sociedad.
Satisfaction era un grito de desesperación con un lenguaje salvaje y cargado de sexualidad, pero también una declaración de principios de un joven de veinte años que no entendía el planeta donde había aterrizado
El 9 de mayo de 1965, la banda actuó en un teatro de Chicago y al día siguiente se encerró en los legendarios Chess Studios, donde grabó la primera versión de su nueva composición. Brian Jones tocaba la armónica. Tenía un aire folk y se emparentaba con la tradición de los trovadores norteamericanos que empezaban a triunfar en aquella época. Pero el resultado no convenció a nadie. Dos días después, en los estudios RCA de Los Angeles, la volvieron a grabar con una actitud muy diferente. Keith Richards conectó su guitarra a un pequeño pedal de distorsión, el Maestro Fuzz-Tone, y el riff adquirió otra dimensión. El folk se electrocutó, el ritmo se aceleró, la armónica desapareció y el estribillo estalló en los altavoces como una bomba de neutrones. Curiosamente, Richards imaginaba que ese riff distorsionado sería sustituido por una sección de metales al estilo de Stax Records en una futura versión más pulida. Pero el destino quiso que aquel rugido fuera definitivo. El productor Andrew Loog Oldham y el ingeniero David Hassinger votaron a favor. Ya no había marcha atrás.
Keith Richards conectó su guitarra a un pequeño pedal de distorsión, el Maestro Fuzz-Tone, y el riff adquirió otra dimensión. El folk se electrocutó, el ritmo se aceleró, la armónica desapareció y el estribillo estalló en los altavoces como una bomba de neutrones
Mucho más que un éxito de ventas
Cuando el single de (I Can’t Get No) Satisfaction llegó a las tiendas de discos de Estados Unidos en formato mono el 4 de junio de 1965, el impacto fue inmediato. La canción entró en el Billboard Hot 100 una semana después y comenzó a escalar posiciones como aquel cohete que aún no había llegado a la Luna. El 10 de julio ya era número 1 en todo el país. Desbancó al tema I Can’t Help Myself (Sugar Pie Honey Bunch) de los Four Tops (de la poderosa Motown) y se mantuvo en lo más alto durante cuatro semanas consecutivas. En agosto ya se habían vendido más de un millón de copias. Además, el single salió con el sonido del pedal Maestro Fuzz-Tone como protagonista y el efecto fue sorprendente: las ventas de este aparato se dispararon y se agotó en todo el país antes de terminar el año. Como han comentado muchos periodistas musicales, el fuzz había llegado al rock y ya no lo abandonaría nunca más. Curiosamente, en Inglaterra el éxito tardó en llegar. La discográfica Decca tenía otros planes para los Rolling Stones (un EP en directo) y retrasó el lanzamiento del nuevo single hasta el 20 de agosto. Pero una vez salió al mercado, también arrasó. La canción llegó a lo más alto de las listas de ventas el 11 de septiembre, sustituyendo la emblemática I Got You Babe de Sonny & Cher, y se mantuvo allí durante dos semanas consecutivas. Todo el mundo hablaba de ella. Todo el mundo la tarareaba. Todo el mundo, incluso sin saber inglés, entendía lo que quería decir.
(I Can’t Get No) Satisfaction fue mucho más que un éxito de ventas. Para los jóvenes, era un grito que mostraba su oposición a la mentalidad retrógrada de la generación anterior
(I Can’t Get No) Satisfaction fue mucho más que un éxito de ventas. Para los jóvenes, era un grito que mostraba su oposición a la mentalidad retrógrada de la generación anterior. Para los más conservadores, era una broma de mal gusto que debía erradicarse de la faz de la Tierra. Fue criticada, debatida e incluso censurada cuando la interpretaron por primera vez en un programa de televisión de la cadena NBC en 1965, porque la letra hablaba de la confusión frente al consumismo, criticaba a los medios de comunicación y hacía referencia al omnipresente anuncio de Marlboro con la figura del cowboy. Jagger también describía el estrés de ser una celebridad, las tensiones de las giras y aludía a una chica dispuesta a tener relaciones sexuales. Evidentemente, la polémica estaba servida en bandeja de plata.

Como toda buena canción de rock, nunca envejeció. Simplemente fue mudando de piel como una serpiente venenosa y se ha adaptado a cada momento histórico con más o menos acierto
Como toda buena canción de rock, nunca envejeció. Simplemente fue mudando de piel como una serpiente venenosa y se ha adaptado a cada momento histórico con más o menos acierto. En 1976, la revista británica New Musical Express la situó entre las diez mejores canciones de todos los tiempos. Pero fue en 1979 cuando tuvo una segunda juventud porque Francis Ford Coppola la incluyó en una de las escenas más memorables de la película Apocalypse Now. Sonaba en una radio portátil, en medio del río Mekong, y el personaje de Lance practicaba esquí acuático con su tabla atada a una barcaza del ejército estadounidense mientras el joven Mr. Clean bailaba como si no estuviera en medio de una guerra imperialista. Era una escena perfecta. Era preciosa. Era el momento de calma antes de la tormenta, tanto en la película como en la sociedad de la época.

Aún hoy, cuando suena por la radio en medio de un apagón o aparece en cualquier playlist, se activa algo primitivo dentro de nosotros. Quizás los tiempos han cambiado, pero la música sigue obrando milagros difíciles de expresar con palabras
Sesenta años después de su aterrizaje mundial, el gran himno de los Rolling Stones sigue sonando con la misma fuerza. Lo han versionado Otis Redding, Devo, The Residents, Dolly Parton y Britney Spears. Su riff de guitarra ha sido sampleado, parodiado, imitado, invertido, estudiado y reverenciado a partes iguales. La grabación está presente en museos, figura en todas las listas de las mejores canciones del siglo XX y aparece en infinidad de bandas sonoras. Y aún hoy, cuando suena por la radio en medio de un apagón o en cualquier playlist, se activa algo primitivo dentro de nosotros. Quizás los tiempos hayan cambiado, pero la música sigue haciendo milagros difíciles de expresar con palabras.
(I Can't Get No) Satisfaction no es solo una canción, como diría Ramon Gener en su programa de 3cat. Es un gemido eléctrico que cambió el curso de la música popular
Porque (I Can’t Get No) Satisfaction no es solo una canción, como diría Ramon Gener en su programa de 3cat. Es un gemido eléctrico que cambió el curso de la música popular y transformó a los Rolling Stones en un monstruo gigante. Es la voz de quienes no se conforman. Es la piedra angular de un edificio en ruinas llamado rock & roll. Y mientras haya alguien frustrado, furioso o insatisfecho con la sociedad que nos rodea, aquella guitarra y aquella frase omnipresente seguirán sonando con toda su magia. Aunque sea en un garaje junto a la playa, a oscuras, mientras se proyecta una película muda en la pared y alguien, en silencio, parece hacer playback con la boca abierta.