Génova, año 1126. Veinticuatro años antes de la unión dinástica del condado independiente de Barcelona y del reino de Aragón. Los representantes de las cancillerías condales de Barcelona y podestales de Génova firmaban un tratado que garantizaba la seguridad de los mercaderes respectivos en la nación del otro contratante. Aquel tratado, que el año siguiente se haría extensivo a las repúblicas de Pisa y de Venecia, y en la comuna independiente de Milán, evidencia que a principios del siglo XII, el condado independiente de Barcelona era uno de los vértices principales del comercio internacional en el Mediterráneo occidental. Desde la centuria del año 1000, Catalunya era una potencia exportadora. ¿Pero qué producía? Y, sobre todo, ¿qué exportaba aquel pequeño estado en proceso de consolidación situado en el cuadrante nororiental de la península Ibérica?

Atlas Català de Abrahán Cresques (1375). Fuente Bibliothèque Nationale de FranceAtlas Català de Abraham Cresques (1375) / Fuente: Bibliothèque Nationale de France

El comercio con el al Ándalus

Según la investigación historiográfica, la Barcelona de las centurias de 1000 y de 1100 era un activo centro comercial que mantenía una intensa relación mercantil con los dominios musulmanes peninsulares y norteafricanos. Una relación que con el tiempo -y a pesar de la proyección expansiva catalana hacia Mallorca y hacia el País Valencià- se reforzó considerablemente. A finales del siglo XII, la lleuda (el impuesto sobre las mercancías importadas) revela que los mercaderes andalusíes desembarcaban especias y ropas finas (de seda, de púrpura y de algodón). Y los mercaderes catalanes que tocaban los puertos andalusíes desestibaban cueros, productos alimenticios (frutos secos, arroz, pasas e higos) y productos cosméticos, alheña, una pasta rojiza de origen vegetal que en el mundo andalusí se utilizaba para tatuar las manos, los brazos, los pies y los tobillos.

La intermediación entre el mundo andalusí y la Europa cristiana

La posición geográfica de Catalunya durante los siglos XI y XII, situada como una cuña entre la Europa cristiana y el mundo andalusí, lejos de ser percibida como una amenaza fue concebida como una oportunidad. Catalunya fue un puente entre aquellos dos mundos tan diversos; y, al principio de la centuria de 1200, los mercaderes barceloneses y mallorquines ya operaban desde los mercados interiores del Magreb. En aquella ruta, las pasas, los higos o la alheña habían cedido el protagonismo al oro, a los esclavos (principalmente subsaharianos), al marfil, a las plumas de avestruz, a la pimienta de Guinea (denominada grano del paraíso), al ámbar gris, y al alum blanco, que los catalanes adquirían a pie de caravana, estibaban hacia casa (a través de los puertos de Argel y de Orán y con las famosas cocas catalanas), y desde Barcelona y desde Palma distribuían por toda la Europa occidental.

Reconstrucció idealizada de la Lonja|Palco de Barcelona, centro mercantil de la ciudad y del país. Fuente Casa de la Lonja|PalcoReconstrucción idealizada de la Lonja de Barcelona, centro mercantil de la ciudad y del país / Fuente: Casa de la Llotja

El comercio con el Mediterráneo oriental

A finales del siglo XII y principios del XIII, el comercio europeo con el Mediterráneo oriental tenía tres principales proveedores/clientes: el Imperio bizantino y los estados cruzados de Jerusalén y de Armenia. En estas rutas la historiografía generalista ha puesto mucho énfasis en el activo papel de venecianos y genoveses. Sin embargo, las investigaciones más recientes revelan que, el año 1187, una alianza de comerciantes catalanes y provenzales ya había creado comunidades mercantiles en varios puertos de Tierra Santa. La actividad entre los puertos de Barcelona y de Marsella con los de Tir, de Beirut, o de Acre era bien curiosa. Los catalano-provenzales desestibaban antimonio, mercurio, trapos de Lleida, tejidos de lujo franceses y peregrinos de todas partes. Y estibaban, rumbo a Catalunya o a la Provenza, especias y reliquias (o pretendidas reliquias) que se comercializaban en la Europa occidental.

El comercio con la península Ibérica cristiana

El comercio con Aragón, Castilla, León y Portugal, a pesar de la proximidad geográfica, no sería lo primero que se pondría en práctica. Los catalanes, desde un inicio, se echaron el mar, y las vías comerciales con la Meseta no se abrirían hasta bien entrado el siglo XII. De hecho, en la negociación de la unión dinástica de Barcelona y Aragón (1137-1150), la ambición catalana de conquista de los mercados peninsulares jugó un papel importante. A partir de 1150 los comerciantes catalanes son habituales en los puertos fluviales de Zaragoza y de Oporto; y en los puertos secos de Burgos y de Medina del Campo. Los catalanes importaban lana en bruto (destinada a los telares catalanes), y ganado de carne y pescado salado (destinado al consumo nacional). Y exportaban trapos catalanes, ropas finas francesas o flamencas, especias de importación, esclavos africanos, y productos alimenticios catalanes: vino y aceite.

Representació de una coca catalana (siglo XIV). Fuente Wikimedia CommonsRepresentación de una coca catalana (siglo XIV) / Fuente: Wikimedia Commons

El comercio con el Atlántico norte

Las rutas comerciales con el Atlántico norte serían las más tardías. No funcionaron con normalidad hasta después de 1339, cuando las Galeras de Catalunya echaron a la piratería bereber que impedía el libre transido por el estrecho de Gibraltar. A partir de aquella fecha, los comerciantes catalanes se establecieron en los puertos de Brujas, de Amberes y de Londres. En Brujas crearon una comunidad propia, en torno al templo que habían promovido: la iglesia del Carme. Actualmente es un arrabal de la ciudad denominado Carmeenburg. En Flandes, los catalanes estibaban tejidos de lujo -que, posteriormente, distribuían por todo el Mediterráneo- y desestibaban frutos secos de cosecha catalana y cuchillos de forja catalana. Y en Inglaterra estibaban lana en bruto (destinada a los telares catalanes) y desestibaban trigo y, también, cuchillos catalanes de todas los tamaños y de todo tipo.

La balanza comercial catalana

La documentación que cuantifica y valora el movimiento comercial catalán medieval -de importación y de exportación- nos presenta una balanza claramente favorable a los intereses mercantiles catalanes. Los comerciantes catalanes de la baja Edad Media no tan solo exportaban productos de forja o de cosecha catalanas, sino que importaban materia prima que era manufacturada en el país y, en buena parte, redistribuida a través de los circuitos internacionales. Y, además, intermediaban productos de lujo que tenían una fuerte demanda en mercados y en segmentos muy concretos. En definitiva, los comerciantes catalanes ofrecían mercancías con más valor añadido que sus competidores. Y esta sería la causa que explicaría por qué Catalunya, un país relativamente pobre en recursos naturales, durante los siglos XIII y XIV se convertiría en la primera potencia económica del Mediterráneo.

Imagen principal: Representación de la actividad comercial (siglo XV) / Fuente: Bibliothèque Communale de Rouen