Hay una escena en la que, amenazados por los gobiernos europeos con ser sancionados con multas millonarias, los cuatro tech bros que se han reencontrado en la lujosa casa de montaña de uno de ellos deciden contraatacar instigando un apagón eléctrico general en el continente. Vista la secuencia con la boca abierta, es imposible no caer de lleno en teorías conspiranoicas y empezar a creer que a finales del pasado mes de abril nos quedamos a oscuras como un caprichoso sabotaje de alguno de estos millonarios de Silicon Valley enfadado por una ley que no le acababa de beneficiar. Digo esto porque siempre me ha fascinado la capacidad que tiene la industria cinematográfica anglosajona, tanto los estadounidenses como los británicos, de llevar al cine temas de rabiosa actualidad social y política. Ellos ya habrían hecho tres películas y dos series, lacerantes e incisivas, sobre la operación Catalunya, y este verano llegaría a los cines un largometraje sobre Mazón y su gestión de la DANA.

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Mountainhead, no te fíes de cuatro tipos juntos jugando a ser dioses

La virtud de la rapidez, el defecto de la urgencia

En Mountainhead todo pintaba entre bien y muy bien. El guion y la dirección corrían a cargo de Jesse Armstrong, guionista de algunos capítulos de Black Mirror y creador de Succession, una de las mejores series de todos los tiempos. El reparto lo formaban Cory Michael Smith, Ramy Youseff, Jason Schwartzman y Steve Carell. La historia: una punzante y ácida sátira sobre los magnates tecnológicos del siglo XXI: cuatro tipos sin más valores que los de las acciones de sus respectivas empresas en bolsa, que se reencuentran en la mansión invernal de uno de ellos, en principio para pasar un fin de semana de machos alfa jugando al póker, aunque en el fondo, para trazar planes para repartirse el mundo: si hay que provocar golpes de Estado, matanzas, crisis energéticas para hacer subir la cotización de sus aplicaciones, aunque sea a través de noticias falsas, no hay problema, se hace, porque son tech bros, los putos amos del universo (con la complicidad de regímenes ultraliberales encabezados por populistas que, curiosamente, siempre lucen peinados peculiares: Trump, Milei, Boris Johnson...).

Eso que decíamos de la virtud del cine anglosajón de llevar rápidamente a la pantalla cuestiones latentes del presente, aquí se ha transformado en el defecto de la urgencia, porque parece que todo se haya hecho a la carrera

Todo pintaba entre bien y muy bien, porque todo suena entre factible y muy factible. No cuesta mucho imaginar a personajes execrables como Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg y Sergey Brin pasando unos días en la casa de alguno de ellos en Aspen convenciéndose de que no hay ningún dilema ético ni moral en crear imágenes falsas con alguna de sus IA y difundirlas en alguna de sus redes sociales para desestabilizar a algún gobierno democrático (o no), si eso les supone algún beneficio económico millonario. Podría haber sido una gran película, pero acaba siendo una película entre mala y muy mala.

Eso que decíamos de la virtud del cine anglosajón de llevar rápidamente a la pantalla cuestiones latentes del presente, aquí se ha transformado en el defecto de la urgencia, porque parece que todo se haya hecho deprisa y corriendo. El guion, con algún momento brillante, parece haber sido escrito por un equipo de redactores hasta arriba de anfetaminas para llegar a tiempo a la fecha de entrega. La realización es pobre, propia de un culebrón policial alemán de esos de los domingos a la hora de la siesta. La edición y el montaje, bruscos y torpes, como hechos a mordiscos. Las interpretaciones, desbordadas. En su intención de provocarnos arcadas en su reencarnación de magnates digitales, acaban rozando la caricatura clownesca. Así que sí, que los tech bros son unos capullos, pero esta peli es malísima.