Dicen que las primeras veces decepcionan. No estoy de acuerdo. La decepción no tiene nada que ver con las primeras veces. La decepción es hija de la expectativa y la expectativa no es más que una fantasía progresista, el resultado de pensar que nuestra existencia es una escala, un camino ascendente hacia vete a saber dónde. Quien crea que le están esperando, que el mundo le debe algo, acabará decepcionándose. Es ley de vida. Supongo que es lo que pasa cuando te esfuerzas en matar el misterio, el destino, cuando decides creer que todo tiene una solución, una salida pactada, sin daños colaterales. Esto, que explicaría tanto el éxito del porno como el de los antidepresivos, es lo que me ha parecido entender leyendo Els invictes, la novela de William Faulkner que acaba de publicar Edicions de 1984.

Cuando los cañones dejan de disparar

Traducida por Esther Tallada, esta historia nos transporta al Condado de Yoknapatawpha, donde seguimos los pasos de Bayard Sartoris durante el transcurso de la Guerra Civil Americana. Mientras su padre, el Coronel John Sartoris, ronda por las fronteras de la Confederación luchando contra el avance de los yanquis, el joven Bayard y su amigo Ringo, un esclavo negro sin mucha conciencia de clase, ven cómo sus juegos infantiles van ganando seriedad a medida que evoluciona el conflicto. Lo que empieza con disparos de mentira, disparados con el índice de una mano desarmada, acabará siendo trágicamente real cuando la derrota de los estados esclavistas del sur transforme la guerra oficial en un conflicto asimétrico, moral, enquistado en las almas de todos sus habitantes.

Las guerras de conquista alcanzan su fase más cruda cuando se firman los tratados, cuando los cañones dejan de disparar. América no fue una excepción

Puede parecer una paradoja, pero tiene su sentido. Las guerras de conquista alcanzan su fase más cruda cuando se firman los tratados, cuando los cañones dejan de disparar. América no fue una excepción. De hecho, si uno se lo mira con cierta perspectiva, se dará cuenta de que la lucha entre Ulysses S. Grant y el General Lee se parece más a las guerras por la unificación de Italia que al tipo de conflicto ideológico que tiende a dibujar la historiografía oficial. Es fácil dejar que la retórica sobre los derechos humanos nos impida verlo, pero la abolición de la esclavitud por parte de Lincoln no deja de ser una especie de Decreto de Nueva Planta, una medida destinada a poner fin a una civilización y someterla a otra, en este caso a la de un norte industrializado que no necesitaba mano de obra esclava para generar riqueza.

La respuesta es otra

Por más que profundamente cruel, la esclavitud (como el feudalismo) era el pilar fundamental de un sistema económico y moral que saltó por los aires de un día para otro, provocando una crisis identitaria aún por resolver. Una forma de entenderlo es fijarse en la frase casi metafísica con la que Ringo reacciona a la entrada en vigor de la decimotercera enmienda. "Ya no soy un negrito", dice, "me han abolido" y no sabiendo bien qué hacer, se queda en la casa de sus antiguos amos, incapaz de adaptarse al nuevo paradigma. Lo mismo puede decirse de los miles de esclavos liberados que caminan desorientados por los parajes inhóspitos de Yoknapatawpha o de los viejos soldados, convertidos en bandidos, o de sus mujeres, que incapaces de aceptar la derrota, se aferran a una lucha íntima, personal, eterna.

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Cubierta de la edición catalana publicada por 1984 de Els invictes de William Faulkner

Un optimista podría pensar que el invicto es Bayard, capaz de romper con su destino y evitar caer en los ciclos de venganza que exigen los genes y la tierra, pero creo que la respuesta es otra

El caso más paradigmático es el de Drusilla, prima del protagonista, que, en el último capítulo de la novela, se convierte en representante corpórea de “la causa perdida”. Prometiendo su cuerpo a cambio de un sacrificio de sangre, Drusilla intenta romper las expectativas de fuga de un Bayard ya adulto, que, habiendo marchado a estudiar a Oxford (Misisipi, no Inglaterra), cree poder deshacerse de las miserias de la nación vencida. Es aquí donde se nos plantea la gran pregunta del libro, basada en averiguar quiénes son “los invictos” que se mencionan en el título. Un optimista o un progresista (da igual) podría pensar que el invicto es Bayard, capaz de romper con su destino y evitar caer en los ciclos de venganza que exigen los genes y la tierra, pero creo que la respuesta es otra.

Es imposible que Faulkner decepcione

Si asumimos que la figura de John Sartoris está inspirada en William Clark Falkner, bisabuelo del autor, y que Bayard es una mezcla entre su padre y su abuelo (como parece indicar el argumento de la novela Sartoris, publicada en 1929), todo hace pensar que su huida a Oxford no servirá para redimirlo. Como explica Marina Porras, autora del prólogo de esta edición, el objetivo principal de la obra de Faulkner sería el de recordarnos “la inutilidad de intentar luchar contra la naturaleza”. Y es eso mismo lo que me hace pensar que la pulsión autodestructiva del escritor y de sus antepasados, especialmente ligada al alcoholismo y la incapacidad para ahorrar un solo céntimo, les impide formar parte de la categoría de los “invictos”, donde tan solo puedes figurar cuando ganas las guerras que te toca luchar.

Si el objetivo de cualquier buen escritor es imponerte una forma de entender el mundo, Faulkner lo consigue, haciéndote abandonar cualquier rastro de las ideas sobre el libre albedrío que, alguna vez, rondaron por tu cabeza

He empezado hablando de las primeras veces porque este ha sido mi primer Faulkner y porque, evidentemente, no me ha decepcionado. Es imposible que Faulkner decepcione, porque en su mundo todas las expectativas nacen muertas, incluso las más pequeñas. Podría parecer un defecto, pero no creo que sea el caso. Si el objetivo de cualquier buen escritor es imponerte una forma de entender el mundo, Faulkner lo consigue, haciéndote abandonar cualquier rastro de las ideas sobre el libre albedrío que, alguna vez, rondaron por tu cabeza. Después cierras el libro, pagas el café, vuelves a casa y no sabes muy bien qué decir ni qué hacer ni cómo mirarte las cosas y de la misma manera que este ha sido tu primer Faulkner te preguntas si no sería mejor que fuera el último. El tiempo dirá.