La Veronal, bajo la dirección de Marcos Morau, ha aterrizado en la Sala Gran del Teatre Nacional de Catalunya con un espectáculo de gran intensidad: La mort i la primavera, una recreación libre y poderosa de la última novela de Mercè Rodoreda que ya se había podido ver en la Bienal de Venècia. El resultado es un montaje que no busca ilustrar literalmente el texto, sino que lo atraviesa, lo traduce y lo expande en un lenguaje escénico propio: la danza, la imagen y la música, de la que se encarga una hiperactiva Maria Arnal aquí hipnótica, como materia prima.

Un montaje que no busca ilustrar literalmente el texto, sino que lo atraviesa, lo traduce y lo expande en un lenguaje escénico propio: la danza, la imagen y la música, de la que se encarga Maria Arnal, como materia primera

Desde el primer momento, el espectador entra en un universo denso y a la vez hipnótico. Los intérpretes, con movimientos mecánicos, a veces convulsos, evocan un pueblo oprimido por sus propias tradiciones, rituales y violencias. El paisaje escénico recuerda una especie de pesadilla colectiva: paredes que parecen cerrarse, luz que ciega u oscurece, sonidos que resuenan como un eco ancestral. Todo transmite la sensación de un mundo cerrado sobre sí mismo, dominado por lo absurdo y la crueldad.

Metamorfosis artística

Morau recoge la potencia poética y a la vez opresiva del texto rodorediano y la traduce en imágenes de gran belleza plástica. El agua, la muerte, el paso del tiempo y la destrucción atraviesan el espectáculo, que juega constantemente con la fragilidad y la violencia. La palabra, casi ausente, queda sustituida por un cuerpo colectivo que se mueve entre la rigidez y el espasmo, como si los personajes estuvieran atrapados en un ritual eterno. Uno de los momentos más impactantes llega cuando los intérpretes se lanzan al escenario con una fuerza que parece sobrehumana, para después caer en un silencio inquietante. Este contraste constante entre exaltación y vacío, entre comunidad y soledad, es la gran aportación de La Veronal al imaginario rodorediano: mostrar que el pueblo que describía la escritora es, en realidad, un reflejo distorsionado de nosotros mismos.

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Ayer se estrenaba en el TNC La m ort i la primavera de La Veronal con Maria Arnal / Foto: Silvia Poch

Morau recoge la potencia poética y a la vez opresiva del texto rodorediano y la traduce en imágenes de gran belleza plástica

La muerte y la primavera no es un espectáculo fácil. Es exigente, pide del público una atención abierta y una disposición a dejarse llevar por imágenes y sensaciones más que por relatos lineales. Pero la recompensa es inmensa: un viaje a la parte más oscura y fascinante de la condición humana, hecha danza y teatralidad. Al final, el montaje deja una sensación de haber atravesado una pesadilla bellísima y dolorosa a la vez, una pesadilla que, como la obra de Rodoreda, nos interroga sobre los límites de la libertad, la inevitabilidad de la muerte y el papel de la comunidad frente al individuo. Con este espectáculo, La Veronal confirma su capacidad de afrontar textos fundacionales de nuestra literatura y transformarlos en experiencias escénicas únicas. En el TNC, La mort i la primavera es mucho más que una adaptación: es una metamorfosi artística que resuena con fuerza en el imaginario contemporáneo.