Una mujer y dos hombres. Un triángulo amoroso en toda regla. Pero en manos de Celine Song, en la sensacional Vidas pasadas o en la película que nos ocupa, las convenciones no tienen cabida. Ni allí ni aquí, la cineasta no parece dispuesta a atravesar lugares comunes ni paisajes reconocibles. En su melancólica ópera prima profundizaba en las renuncias y en los anclajes emocionales que intentamos dejar atrás, quizás nunca del todo, y hablaba de quién somos, pero también de qué queda de quienes éramos, y de quiénes podríamos haber sido, de fantasías de experiencias que no viviremos, y de existencias que no tendremos. Y ahora Celine Song vuelve a jugar con las expectativas y a sacudir las historias de amor de toda la vida. Como mínimo en gran parte del metraje de Materialistas, la directora y guionista recoloca, o invierte, clichés y abre varias cuestiones que los más románticos de la sala harían bien en no perder de vista. Otra cosa es que, a medida que avanza el relato, el discurso se resquebraja, y nos damos cuenta de que todo ello tiene la solidez de un castillo de naipes Heraclio Fournier.
La película nos presenta a una mujer exitosa, una de las mejores en su oficio de casamentera: encontrar pareja a clientes con exigencias que rozan el delirio
En la película que nos ocupa, en un principio parecería que la historia trata de la chica de las sombras de Grey debiendo elegir entre el Capitán América y el mandaloriano matazombis más popular del planeta. ¿Con quién se quedará Dakota Johnson? ¿Con Chris Evans o con Pedro Pascal? Materialistas no pretende centrarse en dar respuesta a esa cuestión, más bien la disfraza de macguffin para poner sobre la mesa otros asuntos. La película nos presenta a una mujer exitosa, una de las mejores en su oficio de casamentera: encontrar pareja a clientes con exigencias que rozan el delirio. O no tanto, porque la base narrativa de la película es precisamente esa: en tiempos marcados por el algoritmo, el amor romántico se ha convertido en un valor de mercado, pura transacción comercial, una herramienta más del capitalismo salvaje. ¿Por qué lo llamamos amor, o conexión, cuando en realidad queremos decir cálculo, o mercancía, o inversión?
El príncipe y el mendigo
Celine Song subraya las ideas con rotulador fosforescente, no sea que leamos en diagonal y se nos escape su tesis. Una y otra vez, el personaje de Dakota Johnson verbaliza su cinismo ("soy célibe voluntaria, o me caso con un hombre rico o moriré sola"), mientras pasea por Manhattan como si fuese amiga de Carrie Bradshaw. Llegar o no a fin de mes es un concepto muy relativo, envuelta en vestidos carísimos y en medio de bodas que aquí no vemos ni en Pedralbes. Un poco como los anuncios de cerveza que nos hacen pensar que nuestras vacaciones son una auténtica mierda. Así que Lucy, nuestra celestina particular, ve tambalear sus convicciones ante la aparición inesperada de un unicornio, el personaje de Pascal (millonario, guapo, detallista, encantador: "eres una fantasía imposible, un 10 sobre 10, dada tu posición en el mercado yo no soy la chica con la que deberías casarte, soy más bien la chica que llevas a casa una noche y nunca vuelves a llamar"), y la reaparición de su ex, Chris Evans, más pobre que una rata. De repente, el dilema de nuestra heroína se multiplica, convencida pero no tanto del mantra que propagaba como si fuera palabra de Nuestro Señor.
Materialistas termina quedándose a medio camino, llámalo recular, llámalo traicionarse, di que todo era de broma. Donde dije digo, digo Diego
Ahora bien, tal y como hacen el noventa por ciento de las comedias románticas que aparentemente cuestionan los dogmas establecidos por los cuentos de princesas Disney y las naranjas cortadas por la mitad, Materialistas termina quedándose a medio camino, llámalo recular, llámalo traicionarse, di que todo era de broma. Donde dije digo, digo Diego. Y la excusa argumental que usa para dar media vuelta resulta, como mínimo, muy cuestionable. Así pues, da la sensación de que la película pisa sus propias bases, que la deconstrucción de la rom-com es solo un trampantojo, y que la inspiración que Celine Song mostró en Vidas pasadas ha quedado aparcada en un cajón. La escena de apertura, conectada con la de cierre, es lo suficientemente representativa como para entender que, para la directora, el indiscutible materialismo que marca los pasos de la sociedad occidental, aplicado a las relaciones de pareja o a cualquier otra cosa, tiene su kriptonita en los valores tradicionales. Ser transgresor y reaccionario al mismo tiempo es tan inverosímil como decir que Cristiano Ronaldo era tan bueno como Messi. ¡O una cosa, o la otra, no fastidies!