La marcha Radetzky es una melodía archiconocida que cierra los bises de de la Filarmónica de Viena al tradicional Concierto de Año Nuevo, acompañada del dar palmas del público. Escrita por Johann Strauss padre el año 1848 en homenaje al conde Radetzky, el militar que salvó el honor austríaco a las guerras italianas y que en aquella primavera revolucionaria tomó un carácter de símbolo nacional. "A La Marsellesa del conservadurismo", la nombraría Joseph Roth, autor precisamente de la novela, La marcha Radetzky, que acaba de publicar en traducción de Jaume Creus El Avance, en un punto culminante de la recuperación por parte del editorial de la obra del escritor austríaco.

Un judío huerfano del Emperador

Nacido el año 1894, en Brody (Galítzia, en el extremo del imperio, actualmente en Ucrania), también conocida como "La nueva Jerusalén", Roth fantaseó durante toda su vida sobre sus orígenes familiares –aseguró ser hijo de un ferroviario jubilado, de un judío converso, de una cuenta polaca, de un alto funcionario imperial o bien vástago ilegítimo de un Habsburgo según la ocasión– y sobre sus méritos a la Gran Guerra, en la cual aseguraba haber luchado como teniente y haber llorado la muerte del viejo emperador Francisco José y haber rendido honores a su entierro.

Una muerte imperial, el año 1916, prolegómeno de la desaparición misma del imperio, con la cual Roth perdió su mundo. A partir de entonces, aquel antiguo zurdo, Der rote Joseph -Joseph el rojo, nombre con que firmaba sus artículos socialistas– pasó a ser el apátrida añoradizo del misticismo rabínico de su niñez y la vieja monarquía austro-húngara que había sido un Heimat lo bastante amplio y diverso para que un judío no se oyera rechazado. Un spengleriano que sacaba de quicio a sus antiguos amigos comunistas coqueteando con los nostálgicos imperiales y la conversión al catolicismo y que vería sus libros a las piras de libros de los nazis.

El Emperador Francisco José de Austria Hungría/Library of Congress of the USA.

Francisco José, emperador de Austria-Hungría/Library of Congress. USA

Austria-Hungría, un mundo perdido que valía la pena novelar

Si su amigo Stefan Zweig idealizó el pasado –olvidando todo aquello de su biografía y de la misma realidad vienesa que le molestaba, tal como señala el profesor Antoni Martí Monterde a Stefan Zweig y los suicidios de Europa–, Roth convirtió en novela la defensa de un mundo que, efectivamente, se había perdido y que él creía superior a la funesta desintegración nacional del antiguo estado multiétnico y las luchas ideológicas que derivarían en los totalitarismos europeos de entreguerras. Un mundo achacoso y nada idílico, pero tolerante y paternal, bajo la protección benévola de Su Apostólica Majestad Imperial y Real, que el escritor contraponía a los fantasmas del mundo moderno que conoció como periodista antes de morir en París, abatido y alcoholizado el año 1939, poco antes de que su familia fuera exterminada. Una doble corona que fue tan fácil hacer estallar como convertir en kitch de la industria de la nostalgia. Las tres generaciones de la familia Trotta representan el auge y destrucción de este sueño imperial.

La marcha Radetzky empieza justamente con el teniente Joseph Trotta salvando la vida del Emperador en Solferino, la sangrante batalla que se saldaría con la derrota austríaca y la creación de la Cruz Roja por parte de Henri Dunant. El gesto heroico convertirá el humilde Trotta, hijo de un soldado mutilado que hace de jardinero en un parque y nieto de campesinos eslovenos analfabetos, en un barón Trotta de Sipolije que pronto descubrirá su gesta magnificada y lleno de mentiras en los libros escolares de su hijo.

Roth Joseph And Friedl

Joseph Roth (derecha) con su mujer Friedl (en medio), durante un paseo a caballo.

El peso del héroe de Solferino

Sin embargo, a pesar de haber luchado como un auténtico "caballero de la verdad" contra aquella fake news y haber impedido que su hijo Franz hiciera la carrera militar, el recuerdo del abuelo marcará la tercera generación. Su nieto Carl Joseph será un chico sin ambición marcado por "el héroe de Solferino" y una cierta tendencia a ponerse en problemas y enredos. La melodía de Strauss lo acompañará a lo largo de sus peripecias a Moravia o la frontera rusa, de la banda militar en la gramola del burdel.  

Al lado de la música, la otra presencia imprescindible será la del Emperador, que vemos pasar de joven a viejo, como metáfora de su propio imperio, que poco a poco irá hacia el colapso. Un final que el nieto Trotta tendrá tiempo de prever, mientras provoca una cuestión de honor con el judío asimilado Dr. Demant, es testigo de los movimientos nacionalistas en el corazón del Imperio y el contrabando en sus fronteras y es salvado de las deudas y las responsabilidades por el apellido y el mismo monarca, mientras su glorioso imperio se asoma a la Gran Guerra.