Imagen principal: El bufón Sebastián de Morra, pintado por Velázquez (1645) / Fuente: Wikipedia

Madrid, 21 de junio de 1710. Palacio del Alcázar. Reina en la corte madrileña Felipe V —el primer Borbón hispánico—, pero Catalunya resiste como único territorio austriacista de los dominios peninsulares de la monarquía hispánica. Y aquel día muere Nicola de Pertusato, documentado como Nicolasito Pertusato, y conocido en el ambiente cortesano como "La sabandija de palacio". Nicolasito será el último gran bufón de la corte hispánica y su muerte se presenta como un mal augurio: anticipa una última fase del conflicto, larga y costosa, y un resultado internacional devastador para la España borbónica. Las fuentes documentales revelan que Nicolasito y una buena parte de los bufones de la corte hispánica durante las centurias de 1500 y de 1600 fueron algo más que unos simples payasos destinados a entretener las tediosas noches de la familia real.

Felipe IV y el Cardenal Infante. Fuente Museo del Prado

Felipe IV y el Cardenal Infante. / Fuente: Museo del Prado

¿Quiénes eran los bufones de la corte?

Los Habsburgo de Madrid no fueron los pioneros en la introducción del bufones en la corte; pero si que serían los que, en el transcurso del tiempo, acumularían la nómina más extensa de este fenómeno. Entre 1563 y 1710 los estudios históricos contabilizan un mínimo de ciento veintisiete bufones en la corte madrileña (ochenta hombres y cuarenta y siete mujeres) de orígenes diversos: los apellidos de aquel colectivo apuntan hacia Castilla, Galicia, Vizcaya, Flandes, Nápoles y Catalunya. Y la documentación oficial de la época los identifica, generalmente, con un diminutivo y con una palabra asociada a una discapacidad física o intelectual. En aquel centenar largo de nombres figuran, mayoritariamente los apelativos Enano y Loco. Pero no faltan otros apelativos como El niño de Vallecas, El pigmeo, La simple, La monstrua, La de todo el mundo, La pela, La menina o La barbuda.

¿Qué hacían los bufones de la corte?

No todos los bufones y las bufonas de la corte madrileña fueron destinados a la producción humorística. Algunos de aquellos personajes adquirirían un papel destacado en el rincón más sombrío de la política: el espionaje. Una minoría del colectivo, aparentemente los más hábiles, serían convertidos en un siniestro instrumento al servicio de los dos partidos cortesanos que, durante buena parte de la centuria de 1600 se disputaron el poder. Los más célebres serían los flamencos Manuelillo de Gante y Sebastián de Morra; los castellanos Juan Rana y Cristábal Castañeda y el milanés Nicolasito Pertusato. En aquel contexto de guerra soterrada, precisamente Castañeda "Barbarroja", aunque trabajaba al servicio del intrigante y poderoso Fernando de Austria, hermano del rey y nombrado cardenal-infante, sería expulsado de la corte por, el todavía más poderoso, ministro plenipotenciario Olivares.

El bufón Diego de Acedo, pintado por Velázquez (circa 1640). Font Viquipedia

El bufón Diego de Acedo, pintado por Velázquez (circa 1640) / Fuente: Wikipedia

Guerra de espías en la corte

Aquella guerra de espías había alcanzado unos límites que habían alarmado al rey Felipe IV, que a la víspera de la crisis catalana ordenaría que: “Para que no suceda el faltar de los aposentos de la reina algunas cosas, como ha sucedido, y lo mismo en los míos, se previenen las cosas que ha parecido convenientes y se ha dado orden para ello al duque de Alba y a vos la doy para que cuando salieren por la Ante-Cámara y Saleta los muchachos y los locos (referido a los bufones) no los dejen ir hasta haber sabido de los reposteros de camas si falta alguna cosa, para que con este cuidado tengan las cosas el buen cobro que conviene. Vos se lo ordenaréis a los dichos reposteros de camas y los ujieres de saleta.- En Madrid, a 19 de noviembre de 1633-. Al Marqués de Santa Cruz”.

Manuelillo

Es a partir de aquella orden que, reveladoramente, los encontramos en misiones en el exterior. Al inicio de la crisis que anticipaba la revolución catalana de los Segadors, Manuelillo de Gante fue discretamente comisionado por Felipe IV y Olivares para una misteriosa misión en Italia (1637). Pero en cambio, Manuelillo vuelve precipitadamente a la corte —después de cuatro años totalmente desaparecido— acto seguido al asesinato del presidente Pau Claris, que en enero de 1641 había proclamado la I República catalana. Eso, en ningún caso, lo convierte en el autor material del magnicidio. Ni siquiera lo sitúa en la escena del crimen, pero, en cambio, los elementos que gravitan en torno al crimen le apuntan claramente; Manuelillo conocía Barcelona de la época que su patrón (otra vez el intrigante cardenal-infante) había sido virrey de Catalunya (1632-1633).

Laso Meninas, pintado por Velazquez. Según algunos historiadores, el personaje de la derecha sería Manuelillo. Fuente Museo del Prado

Las Meninas, pintado por Velázquez. Según algunos historiadores, el personaje de la derecha sería Manuelillo. / Fuente: Museo del Prado

El triángulo Manuelillo-Fernando-Álvarez de Toledo

Todas las fuentes coinciden en que el intrigante cardenal-infante estaba infinitamente más capacitado para gobernar que su hermano mayor, el rey Felipe IV. Tampoco se cabe secreto que en aquella guerra cortesana el intrigante Fernando estaba enfrentado con el todopoderoso Olivares. Y que poco antes de estallar la riña de gallos entre las monarquías hispánica y francesa (1635), que provocaría la crisis catalana de los Segadors, Olivares lo había nombrado gobernador de los Países Bajos hispánicos (actual Bélgica), con el propósito de alejarlo de la corte. El círculo se cierra cuando sabemos que García Álvarez de Toledo —capitán de la Galera Real, sospechosamente atracada en Barcelona al estallido de la revolución catalana— era (como el cardenal-infante) un destacado personaje del partido anti-Olivaste. Y que la violencia de sus "criados" sería la que encendería la mecha de la revolución catalana.

Manuelillo, el espía superviviente

Otros sospechosos detalles que apuntan, como mínimo, a la relación entre Manuelillo y la actividad del espionaje, los encontramos cuando sabemos, que, mientras estuvo "desaparecido", la cancillería tuvo su esposa, La Mercado, discretamente pensionada en la corte; y que cuando reapareció, le fue concedida una generosa pensión vitalicia. En cambio, el hecho de que estos privilegios los consiguiera durante el gobierno de Olivar (eesl rival de su patrón) apuntan claramente a que, en el escenario interno, habría actuado —con éxito— como un espía doble. Después de los clamorosos desastres militares hispánicos en Catalunya, Olivares —acusado de mala gestión— caería en desgracia. Pero Manuelillo no tan sólo habría sido un tenaz superviviente, sino que, también, habría sido un excelente negociador, perfectamente capaz de hacer valer sus "méritos": conseguiría situar a su pariente Sebastián de Morra como su sucesor.

El bufón Francisco Lezcano, pintado por Velazquez (circa 1640). Font Viquipedia

El bufón Francisco Lezcano, pintado por Velázquez (circa 1640). / Fuente: Wikipedia

Nicolasito "la sabandija de palacio"

La historia de Nicola de Pertusato no se demasiado diferente de la de Manuelillo, de la de Bañules (su misterioso acompañante), o de la de Morra (su sucesor). Sólo los diferencia la distancia cronológica. La palabra que acompañaba su nombre (incluso en algunos documentos oficiales) explica extensamente la actividad de este personaje. Nicolasito "la sabandija de palacio" sirvió a caballo entre las dinastías Habsburgo y Borbón (al final del siglo XVIII); y muy probablemente fue —como el superviviente Manuelillo—- un espía doble. Pero a diferencia de sus predecesores, no hay ningún indicio que lo relacione con Catalunya. Nicolasito acabaría sus días como un personaje rico y reconocido por la princesa de los Ursinos y su séquito que habían acompañado al primer Borbón a Madrid, y que habían relevado del poder las oligarquías castellanas: La sabandija de palacio.

Felipe V y la princesa de los Ursins. Font Viquipedia

Felipe V y la princesa de los Ursins. / Fuente: Wikipedia