A menudo es difícil distinguir la sátira del catastrofismo. Y es que el pesimismo, la crítica o el existencialismo suele traernos al terreno del absurdo y la comedia. En muchos casos, la sátira nos ayuda a ser constructivos, a ver las cosas por lo que realmente son. Llevado al extremo, aquello que parodiamos se puede quedar en una mera representación, una imagen demasiado real de lo que ya sabemos y nos preocupa, una crítica sin ningún tipo de gracia. Según The New Yorker, este es el caso de la última producción de Netflix, Don't Look Up, la cual muchos ven como una alegoría de la estupidez humana ante catástrofes como la crisis climática o la pandemia de coronavirus. Para el crítico Richard Brody, se trata de una "película inteligente que carece de ingenio".

Una comedia escalofriante

Para Brody, Don't Look Up es "una comedia escalofriante" que, "con la mejor de las intenciones", acaba por enfangar todavía más aquello que intenta satirizar. El crítico destaca que el ritmo frenético del guion y la técnica de improvisación de los actores otorga una sensación de estar viendo unos "dibujos animados" de temática política. La propuesta del filme y lo que busca criticar, argumenta Brody, es a la vez lo que el filme acaba ofreciendo: una producción enorme, un reparto brillante y unos efectos grandiosos que quieren retratar la superficialidad de la sociedad, los medios y la política norteamericana. Sin embargo, el producto, o la sensación que evoca en el espectador es una visión "cínica y apolítica de la política". El filme "evita completamente cualquier sentido real de política o confrontación política", lamenta Brody.

Y es que este cinismo, este convencimiento que todo seguirá igual independientemente de lo que uno haga, paraliza las masas. Para el crítico, Don't Look Up es una "encogida de hombros", donde acabamos por aceptar "que no hay diferencia entre los partidos, que el gobierno está en el bolsillo corrupto de los negocios y que las élites de todo tipo son indiferentes a los intereses reales del país". A efectos prácticos, la película desvía al espectador, lo inmoviliza o la enseña a resignarse en vez de esperar, luchar, movilizarse o exigir a sus representantes cambios que pueden ser adoptados perfectamente, como políticas efectivas contra el colapso climático.

Cuándo la parodia ya no hace gracia

Los norteamericanos sufrieron un efecto similar durante la presidencia de Donald Trump, cuando los titulares de las noticias, pero también los programas de entretenimiento, giraban en torno a él y la última burrada que se le había ocurrido decir o hacer aquella semana. Al principio, los programas de sátira, como el Saturday Night Live, vieron un repunte en los espectadores. Para los no partidarios del expresidente, la crítica y el humor a costa de él era necesario y catártico, o al menos era mejor que dejarse llevarse por el resentimiento durante cuatro años.

Muy pronto, sin embargo, el conjunto de la sociedad norteamericana, seguidores de Trump y haters por igual, empezaron a cargar contra el alud incesante de parodias, imitaciones y chistes sobre el presidente. Aparte de la saturación generalizada, los telespectadores comprendieron que la realidad de Donald Trump como presidente superaba cualquier sátira barata. El 'Real Donald Trump' era mucho más gracioso, o al menos absurdo, que las imitaciones del Saturday Night Live. La parodia se convirtió en un catastrofismo paralizante en muy poco tiempo. Dicho esto, ¿puede ser que Don't Look Up muestre una versión 'demasiado real' de la sociedad? ¿Puede ser que la sátira y la exageración, tal como dice Brody, no deje sitio para el humor?