Madrid, 9 de abril de 1778. El ingeniero tortosino Agustí Navarro, director de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando —de Madrid—, remitía una carta al rey Carlos III, solicitando la construcción de unas casas "para la formación de un pueblo de cien familias en el Puerto de Los Alfaques". La autorización de aquella concesión, que llegaría unas semanas más tarde, ponía fin a un conflicto que remontaba a 1776, y que enfrentaba los proyectos de colonización de las empresas Sabater —de Tortosa— y Milans —de Barcelona—, y sus respectivos y poderosos aliados: el Consejo de Castilla (el equivalente al actual Consejo de Ministros) y el ministro plenipotenciario Floridablanca. Carlos III arbitraba una solución salomónica para apropiarse de un proyecto que pretendía convertir Los Alfaques en una gran ciudad y en el puerto más importante del Mediterráneo español.

¿Qué había en Los Alfaques antes del proyecto?

Antes de la redacción de los primeros proyectos (que fechan de 1749); la bahía de los Alfaques —como todo el Delta del Ebro— era un inmenso despoblado. En aquel momento, el Delta había sido objeto de tímidas colonizaciones; pero el rellanado de tierras, la desecación de lagunas, y la creación de una red de riego y de desagüe —que le daría la imagen actual— todavía estaba lejos; y aquella naturaleza asilvestrada se revelaba en unas condiciones de hostilidad y de insalubridad por la actividad humana; no sería domesticada hasta bien entrado el siglo XIX y después de una titánica obra colonizadora de fábrica popular. Cuando Carlos III aprobó el proyecto de Navarro, la ruta que, sobre el mapa, unía Amposta y Benicarló siguiendo la línea de la costa era un inmenso despoblado, continuación del "desierto" del Delta, con una mínima presencia humana en forma de pequeños y efímeros establecimientos pesqueros.

Mapa del curso del Ebro (1705). Fuente Cartoteca de Catalunya
Mapa del curso del Ebro (1705). Fuente: Cartoteca de Catalunya

¿De dónde venía el proyecto de Los Alfaques?

La profesora e historiadora Noèlia Borràs, en su tesis doctoral (Universitat Rovira i Virgili, 2014); explica que durante los reinados de Fernando VI (1746-1759) y de Carlos III (1759-1788); la cancillería borbónica hispánica puso en marcha varios proyectos colonizadores. Los más conocidos serían Sierra Morena i Écija —en Andalucía—, y Los Alfaques —en Catalunya—. Según la profesora Borràs, estos proyectos pivotaban sobre tres ejes: la creación de asentamientos sobre carreteras que atravesaban grandes despoblados —para dar servicio al intercambio regional—; convertir los páramos en tierras cultivadas —para incrementar la productividad e impulsar la economía—; y habilitar accidentes naturales para construir puertos —para estimular el comercio a gran escala—. Según la profesora Borràs, Los Alfaques era uno de los pocos proyectos sobre la mesa que reunía las tres condiciones.

¿Por qué en Los Alfaques?

Según la investigación geográfica que ha dibujado el proceso de crecimiento del Delta del Ebro, la barra del Trabucador (el brazo de tierra que cierra la bahía de Los Alfaques) se formó a partir del siglo XV, y se aceleró con la deforestación masiva de los Monegres aragoneses (el mayor bosque de encinas de Europa) durante las décadas centrales y finales del siglo XVIII. Por lo tanto, en el momento en que aparecen aquellos primeros proyectos, el puerto natural de Los Alfaques era un elemento nuevo que llamaba poderosamente la atención de comerciantes y de militares. La naturaleza había creado, en el hemidelta sur, el mayor puerto del Mediterráneo peninsular. Y además, aquel proyecto portuario estaba situado en la desembocadura del río Ebro; que, en aquel momento, todavía era navegable (con embarcaciones de pequeña y media dimensión) hasta Tortosa y hasta Zaragoza.

Grabado de Tortosa (1710). Fuente Cartoteca de Catalunya
Grabado de Tortosa (1710). Fuente: Cartoteca de Catalunya

El puerto de Los Alfaques y el Ebro

De nuevo, la profesora Borràs explica que no se puede separar el proyecto de Los Alfaques y el intento de adaptar la navegabilidad moderna del Ebro. Durante la Edad Media, el río Ebro había sido la gran autopista de comunicación y de transporte que unía Aragón y Catalunya. Pero el proceso natural de formación del delta había dificultado la navegación del tramo final. A mediados del siglo XVIII ya se prefiguraba la isla de Buda; pero la acumulación repentina de sedimentos —provocada por las deforestaciones masivas de la cuenca del río— había dejado impracticable aquel tramo final (entre la desembocadura y Amposta). Y el proyecto del puerto se completaría con la construcción de un canal de navegación entre Los Alfaques y el río a la altura de Amposta. El puerto de Los Alfaques sería la salida de la producción cerealística que se le estimaba a Aragón después de la deforestación de los Monegres.

El puerto de Los Alfaques y América

El interés de las empresas Sabater y Milans en el proyecto de Los Alfaques se explica desde el contexto del momento. El comercio con Aragón era importante, pero todavía lo era más el comercio con América. En 1765, Carlos III y su ministro Squillace habían iniciado el desguace de la Casa de Contratación (el cuello de embudo del comercio hispánico con América). No lo habían hecho para favorecer las demandas de la clase mercantil catalana; como ha proclamado de forma insistente la historiografía nacionalista española, sino para arrancar la "joya de la corona" de las garras de las corruptas oligarquías castellanas; y dispersar las aduanas (es decir, la recaudación de los tributos) por varios puertos. Los Alfaques, llamado a ser el puerto marítimo de Tortosa (que ya tenía una concesión limitada de comercio con las colonias americanas) se presentaba como una gran oportunidad de negocio.

Planols de las baterías militares del puerto de los Alfaques (1779). Font Archivo General de Simancas
Planos de las baterías militares del puerto de Los Alfaques (1779). Fuente: Archivo General de Simancas

La Real Población de San Carlos

Algunas fuentes revelan que Carlos III se entusiasmó con el proyecto de Los Alfaques. Y que esta podría ser la razón que explicaría su salomónico arbitraje. Sin embargo, en cambio, todo apunta hacia otro lado, porque si bien es cierto que los Sabater y los Milans se descolgaron con propuestas muy onerosas, también lo era que eran de empresas de capital privado catalán. Y eso, reveladoramente, llevaría a Carlos III a tomar la iniciativa, como no lo había hecho antes en ningún otro proyecto similar: a promover el proyecto con fondos públicos y entregar una pequeña participación a un personaje secundario. Esta, y ninguna otra, sería finalmente la causa que explicaría por qué aquel proyecto fracasó. Después de una larga etapa de bonanza económica (décadas centrales del siglo XVIII); apareció una formidable crisis que provocaría la enésima bancarrota del reino español.

Una gran ciudad en el Delta del Ebro

No obstante, y gracias a estudios de investigación como el de la profesora Borràs, nos han llegado muchos detalles de aquellos proyectos (de los públicos y de los privados). Y a través de estos detalles sabemos que tanto los comerciantes Sabater o Milans, como el mismo rey Carlos III proyectaron la construcción de una gran urbe; que iba mucho más allá de las cien casas iniciales del ingeniero Navarro. Un gran centro mercantil y militar, dotado de un potente astillero que quería albergar a miles de habitantes. Habría sido la Odesa catalana (que, por cierto, diseñó y creó el catalán Josep de Ribas, al servicio del Imperio ruso). Sobre todo, si Carlos III (el rey ilustrado, el mejor alcalde de Madrid y el que prohibió los libros de contabilidad en catalán), no se hubiera dejado dominar por los celos y hubiera dejado hacer a los Sabater o los Milans.