Jury Duty ha sido la serie revelación de este verano. No faltan motivos para el éxito de esta producción de Prime Video. No es fácil que una serie sorprenda, y a menudo es culpa nuestra. El consumo compulsivo de productos de plataforma te acaba volviendo inmune a determinadas ocurrencias y ver los géneros formulados desde tantas ópticas te acaba haciendo demasiado consciente de sus mecanismos. También hace mucho que atribuyamos a las series las propiedades que nos venden de ellas, es decir, que al final no somos tanto la suma de nuestras decisiones como el resultado de una calculada operación de captación.

Un hombre normal en medio de una gran farsa

Más o menos eso es lo que le pasó a Ronald Gladden, un hombre corriente que respondió al llamamiento para participar en un supuesto documental sobre el funcionamiento de un jurado popular. Su curiosidad y sentido de la responsabilidad lo llevó a formar parte de un rodaje sin hacerse más preguntas de las necesarias. Al fin y al cabo, había cámaras porque era un documental y era consciente de que su imagen sería capturada durante el transcurso del caso. Lo que Ronald no sabía es que en realidad estaba participando en una serie de ficción: el resto de miembros del jurado, el caso que juzgan, el propio juez, y todas las personas que se encontraba eran actrices y actores (y muy buenos, además) que se prestaban a convertir su experiencia en una sucesión de enredos impagable. Eso es Jury Duty, que ha estrenado Amazon y que, además de una comedia muy efectiva, es un ejercicio de metalenguaje absolutamente sensacional. Porque al final somos cómplices de la mentira (sabemos el truco desde el principio y anhelamos ver las consecuencias) y ver a Ronald en medio de determinadas situaciones interpela nuestra manera de mirar el mundo. Por este motivo ríes mucho con el tráfico del protagonista involuntario, y a la vez no puedes evitar imaginarte cómo habrías reaccionado tú en su lugar.

Foto Jury Duty 1
Ronald Gladden, un hombre honesto en medio de una gran farsa

Una serie muy honesta

Una de las principales virtudes de Jury Duty es que se trata de una serie muy honesta. Ya no solo porque nos muestra sus cartas de entrada, sino porque tampoco pretende ser un gran experimento sociológico. Consiste en hacer visible la tradicional línea que separa la realidad de la simulación, a constatar la vigencia de la comedia clásica (pocas cosas más hilarantes que jugar con el desconcierto, la vergüenza y las salidas de tono) y a parodiar lo absurdo del sistema judicial. Si el gran Ronald te roba el corazón es porque es buena persona, y como tal encaja con una sonrisa (o con el mejor de los silencios incómodos) la excentricidad y la imprevisibilidad que lo rodea. Por educación en algunos casos y por pura incredulidad en algunos otros, pero siempre con espíritu constructivo y empático, un poco como pasaba con los personajes de Frank Capra. En medio de todo eso, escenas que merecen figurar en los altares de la comedia, un actor prestándose a una loable autoparodia (James Marsden, a quien costará mirar de la misma manera) y un último episodio para enmarcar que radiografía con brillantez (e incluso emoción) las interioridades de aquello que miramos. Sí, somos cómplices del viaje de Ronald, pero al mismo tiempo el protagonista se erige en el perfecto espejo de nuestro papel hacia la ficción.