Jenn Díaz (Sant Feliu de Llobregat, 1988) afirma que la ambivalencia y la contradicción son los impulsos de su literatura. Quizás es por eso que los protagonistas de Los posesivos (Amsterdam Llibres), su octava novela, que llega ahora a las librerías, parece que no puedan estar nunca quietos, concentrados en un solo sentimiento. A través de sus cartas, Díaz desgrana con precisión y mucha ternura la cotidianidad de unos personajes que intentan navegar el cambio tan bien como pueden: divorcios, desengaños, nuevos amores... Son los pobladores de un texto gobernado por la máxima de Mercè Rodoreda que las cosas más importantes son las que no lo parecen.

"Yo sé que el matrimonio es un fastidio, y un asco y nos aleja de la persona que somos", dice uno de los personajes en el libro. ¿Es esta la visión del matrimonio que hay en Los posesivos?
La novela gira en torno al amor, del desencanto y el divorcio, y sí que impera la idea del matrimonio como una cosa que te absorbe la energía y que te hace perder un poco la identidad. Pero esta visión viene de concebir el amor como se ha hecho tradicionalmente, es decir, como un sentimiento que tiene que durar para siempre y que se tiene que mantener para siempre dentro de unos estándares. Durante mucho tiempo el divorcio estaba prohibido en este país y generaciones y generaciones de matrimonios no se pudieron plantear otra cosa que mantener esta idea del amor durante décadas. En el momento en que el divorcio se instala y se normaliza, llegamos al siglo XXI, en el que es más difícil mantener un matrimonio durante décadas que divorciarse. En la sinopsis del libro, se habla de la caducidad de las relaciones y creo que trato un poco el matrimonio desde esta perspectiva.

Jenn Díaz acaba de publicar su octava novela, Los posesivos. / Sergi Alcàzar

¿Es que nos hemos dado cuenta que el amor no dura para siempre o es que en el presente contemporáneo todo dura muy poco?
Yo creo que cuando todas las puertas de tu vida están abiertas a nuevos amores, a nuevas experiencias y vidas, a cuestionarte aquellas cosas que eran inmóviles durante mucho tiempo, es imposible que el amor no evolucione hacia otras personas u otras formas de amar. Si pudiéramos hablar con mujeres de generaciones que no se pudieron divorciar, un tanto por ciento muy elevado reconocerían que la idea del amor o el matrimonio tal como lo hemos concebido siempre era una prisión para ellas. Ahora el matrimonio quizás ha dejado de ser una jaula y ha pasado a ser simplemente una opción.

Parece, sin embargo, que ahora hay una parte de la generación millenial que vuelve a reivindicar el matrimonio o las relaciones más tradicionales. Es el caso de la escritora Ana Iris Simón.
Creo que romantizar una idea de familia tradicional, que estaba acondicionada por unas normas sociales que sólo dejaban un camino por dónde pasar, es absurdo. Romantizar la vida de nuestras abuelas es contraproducente porque si pudieran hablar con todas ellas quizás dirían cosas que rompen con la idea romántica de cómo eran relaciones. Yo creo que el amor no puede durar para siempre en los mismos términos, que puede evolucionar y que si estás dispuesto a aceptar el cambio, el cambio estará siempre. Ahora bien, ¿que hay gente que encuentra en la familia tradicional o nuclear la felicidad? Avanti. Yo lo único que digo es que todo el mundo tenga las opciones a su alcance.

Intento hacer un canto al buen divorcio: no puede ser que tú y yo, que hemos querido tanto, no seamos capaces de dejar de querernos bien

Pero el amor y el matrimonio también nos pueden llevar hacia la dirección correcta.
Sí, también nos pueden acercar a la persona que somos realmente, hacer que nos atrevemos a serla. Para simplificarlo mucho podríamos decir que hay tres caminos. El amor hay muchos momentos en que tiene esta fuerza transformadora y te aporta y es estimulante y te hace andar hacia lugares magníficos. Pero el amor también te puede llevar hacia una inercia que puede ser no estimulante. En una sociedad que nos ha pedido siempre la vida en pareja, el miedo a la soledad quizás muchas veces ha hecho que prioricemos esta idea de la compañía o de las relaciones que nos estanca. Y aquel mismo amor que te estaba aportando y estimulando de golpe deja de hacerlo y sin embargo lo mantenemos. Y finalmente hay otro tipo de amor del que en esta novela no hablo que es aquel amor que te destruye y a lo que, por lo tanto, dejamos de decirle amor. Yo he cogido los tres caminos. Hay personas a quien la falta de estimulación ya les va bien y hay otros que somos más kamikazes. A mí cuando se me duerme el amor en las manos, me da mucha pena.

(foto)Portada del libro, editado por Amsterdam Llibres. / Amsterdam Llibres

Los personajes de Los posesivos se mueven entre acercarse y alejarse de las personas que aman, como si no supieran muy bien qué estado es lo mejor.
Hay un baile central en la novela que es la del personaje de Agneta. Ella ha tenido un amor, muy bonito y sano, pero hay un momento en que para ella aquello no es suficiente. Entonces, apuesta por otra relación y cuando no le sale bien y todo se le tambalea, se acerca al espacio seguro que es Oliver, su ex-marido. Puedes ya no estar enamorada de alguien pero aquella persona puede todavía ser tu casa. ¿Y por lo tanto como renunciar a una persona que se te hace casa? Las relaciones son también este baile. La cosa es si coincidimos en los tempos, si cuando tú necesitas acercarte, yo también. Si este movimiento está en el mismo compás, la intensidad del amor y el deseo pueden fluir.

Es también un libro de amores inoportunos o clandestinos.
Eso que normalmente vivimos con un cierto dramatismo, el desamor, es una cosa la mar de natural. Si fuéramos personas estáticas encontraríamos a alguien y este baile duraría para siempre. En el momento en que no somos así, es imposible que no acabes encontrando puntos de conexión con otras personas. Entonces, este punto de clandestinidad o de cosa inesperada se mezcla con el dramatismo de la relación anterior, de estar rompiendo alguna cosa, y la emoción de que nazca otra. Pero la vida es un poco eso también. Todo el rato estoy intentando explorar qué pasa cuando desposees los objetos, tu vida, tu forma de relacionarte...

¿Qué quiere decir desposeer?
Asumir que tal como nosotros no somos estáticos, las personas de nuestro alrededor tampoco lo son. Y por lo tanto, aceptar este movimiento y no vivirlo como una cosa dramática.

La esfera privada, las cosas pequeñas, me fascinan; soy 'rodorediana' al 100%

En la novela las relaciones amorosas también están marcadas por la clase social. ¿Todavía somos clasistas a la hora de vivir las relaciones de pareja?
Yo creo que si. Durante mucho tiempo las mujeres, como no podían asumir propiedades a su nombre y, aparte que no se podían divorciar legalmente, aunque hubieran podido no habrían podido mantenerse fuera del matrimonio. En los casos de violencia machista es muy claro. Muchas mujeres quedan atrapadas en estas relaciones porque no se pueden marchar de casa, porque no tienen trabajo. En este caso, se habla de clases sociales, pero también hay ejemplos en que la clase es compartida y las dos personas quedan atrapadas. Podríamos hablar de dos personas precarias que no se pueden separar porque no pueden asumir el coste de sus vidas por separado. Una relación también puede venir muy acondicionada por los condiciones materiales de las personas. Si tú no puedes escoger libremente que quieres coger tus cosas y llevarlas a otra casa, evidentemente no puedes ser libre y el amor queda infectado por tu economía.

"Me he dado cuenta que la familia para mí no quiere decir nada concreto excepto bienestar". ¿La familia es, como dices, un paraguas?
Durante mucho tiempo la familia ha sido una cosa buena, no había matices. La familia era buena y punto. Y eso para muchas personas ha sido una condena, porque no nos ha permitido alejarnos de esta idea. ¿Qué pasa cuando la familia no es buena para ti? ¿Cuándo relacionarte en unos términos diferentes? La familia es aquello que siempre está y esta es su parte positiva y su condena, pero si que en los momentos en que te falla todo te das cuenta de que la familia siempre está. El resumen tanto de la novela como de mi vida es que hay un sentimiento en medio de mi existencia que es la ambivalencia y la contradicción; que son los grises y los matices. ¿La familia como paraguas? Sí. ¿Como condena? También. ¿El amor como pérdida de la identidad? Sí. ¿El amor cono a estimulación y transformación? También. De asumir eso como natural creo que nace la voluntad de escribir.

La escritora habla de temas como el divorcio, el desengaño o los nuevos amores. / Sergi Alcàzar

¿Qué te atrajo hacer una novela epistolar en un momento de comunicación absolutamente inmediata?
La novela que siempre me hubiera gustado escribir si pudiera escoger una es La ciudad y la casa de Natalia Ginzburg, que es epistolar. Las ganas de hacer una novela así nacen de esta admiración brutal por Ginzburg. Pero también me fascinan las cartas, sus tempos, como se relacionan con la ambivalencia. A mí me gustaría que todavía nos pudiéramos comunicar a través de cartas, me fascinan: las cartas de los escritores, su intimidad, poder romper y rehacer... Creo que lo hemos perdido mucho esta comunicación repuesta que te permite una serenidad que me gusta mucho.

El material del libro es muy cotidiano. ¿Es aquello que hacer literatura del insignificante es hacer gran literatura?
Yo tengo dos grandes obsesiones con la escritura. Una es que sean novelas que cuando las leas te parezca que alguien te está hablando. La oralidad para mí es muy importante y por lo tanto simplificar mucho el lenguaje es clave. La otra son aquellos elementos que aparentemente nadie mira como los de la vida cotidiana, que es un espacio eternamente vinculado a las mujeres y a la feminidad. A mí, la esfera privada, las cosas pequeñas, me fascinan. Aunque no quiera no lo puedo controlar, acabo escribiendo de eso. Soy 'rodorediana' al 100%.