La escritora Irene Pujadas (Sant Just Desvern, 1990) ganó ex-aequo el Premio Documenta de narrativa para menores de treinta y cinco años con Los desperfectos (L'Altra Editorial/Hurtado & Ortega en castellano), una recopilación de veintiún cuentos donde la muerte y la comida forman una combinación perfecta y grotesca. Con un humor que ve de la tradición cuentista catalana y con la experiencia de haber ejercido la crítica literaria, esta antigua colaboradora de La Llança debuta en la literatura como una nueva voz a tener en cuenta. Hablamos con Pujadas al Ateneu Barcelonès, donde la conocimos ya hace años.

Irene Pujadas/ACN

¿Cómo ha estado el proceso de escritura de Los desperfectos? ¿Hace años que empezaste a escribir los cuentos o han sido un ramalazo?

Depende del cuento, pero la mayoría son del mismo momento vital. Especialmente el último año y medio. No hubo una intención de escribir un libro, pero sí que iba acumulando cuentos y coincidió con una época en que tuve más tiempo. Durante la pandemia, como el mundo se paró y yo no trabajaba, tuve mucho tiempo para escribir. Fue un ir haciendo en qué vi que se iban repitiendo temas y una cierta textura. En el horizonte vi el Documenta, tenía tiempo de intentarlo, tenía bastantes cuentos que podía descartar y escoger los que tenían una cierta coherencia. También te tengo que decir que tampoco la veía mucho la coherencia. El discurso lo he ido creando después.

¿Esta relación entre la muerte o la comida, la has descubierto a posteriori?

No exactamente. Era muy consciente de que había mucha comida y mucha muerte, pero toda la idea de la fe, de la credulidad, la incredulidad, la superstición, el poco control que tenemos sobre la vida, el azar o la creencia..

Al inicio ya queda claro la idea del accidente.

Eso está bastante relacionado con el miedo de la muerte, pero lo he ido viendo después. Sabía que había mucha exploración de hendido muy diversas, pero es verdad que quizás al momento no sabía que lo publicaría.

¿Cómo es que la muerte está tan presente a Los desperfectos? ¿El hecho de acabarlos en un tiempo marcado por la enfermedad y la muerte, ha ayudado?

Por muchos motivos que no vienen al caso he tenido que pensar. Aparte, durante la pandemia también todos hemos tenido que pensar. Hasta ahora, grosso modo, estaba más escondida. El reino de los enfermos, como dice Susan Sontag, no era al discurso público. Y de sopetón la enfermedad y la muerte ha acabado situándose en el centro. Hemos vivido mucho miedo, mucha incertidumbre e, inevitablemente, aparece la desazón y la necesidad de pensar la muerte. Y, quizás, la necesidad de desacralizarla.

Hemos vivido mucho miedo, mucha incertidumbre e, inevitablemente, y la necesidad de pensar la muerte. Y, quizás, la necesidad de desacralizarla

¿De exorcizarla, quizás?

Exactamente. Supongo que es una manera de hacer pasar el miedo.

Con despidos, como el que amigos, conocidos y saludados del moribundo le tributan en torno al lecho, con comida y bebida...

En el pasado los velatorios se hacían así, ¿verdad? Aquí hay un punto de mala leche porque todavía no está muerto y parece que se rompe el respeto al que está de cuerpo presente. A propósito de la relación entre la muerte y la comida, leí a Savis, bojos i difunts, un cuento de Santiago Rusiñol, "La comida negra", donde los que habían acompañado al muerto hacían una comida que se les escapaba de las manos.

De hecho, debe haber sido un mecanismo de vivir y compartir la muerte.

Hay gente que ha leído el cuento como una falta de respeto o como una demostración de odio al patriarca moribundo, pero mi idea no era esta exactamente. En algún momento se ríen, pero con cariño. Al fin y al cabo está la idea de que nadie es perfecto y lo están acompañando en la muerte. Acaban brindando en su honor. De él vivo y de él muerte. Por lo tanto, está el punto de celebración de la vida y de la muerte.

¿Por qué aparece tanto la comida?

Para mí la comida es antídoto contra la muerte. Es la manera de asustarle. La idea de la celebración colectiva del banquete o el festín colectivo, con una buena sobremesa, con buena comida y con buen vino de verdad, es la máxima expresión del bueno vivir.

El festín colectivo, con una buena sobremesa, con buena comida y con buen vino de verdad, es la máxima expresión del bueno vivir

También hemos vivido una época donde se nos ha impedido encontrarnos y comer juntos...

Quizás como lo he echado muy de menos me ha aparecido como el símbolo de vida más bestia y que genera más gozo. Estar en compañía de gente que amas, comer y beber y que la comida se alargue es un hecho importante a nuestra cultura. En el sur de Europa somos mucho de compartir, estar juntos y, quizás, es el que más hemos echado de menos. Haciendo el cuento de "La última cena" me he dado cuenta de que se estaba generando este contraste y quizás por eso lo exageré. En "La Malparida" también hay este contraste.

Ahora hablabas de este espíritu mediterráneo tan presente. Sería muy diferente este libro escrito por alguien del Norte de Europa.

Supongo que aparece lo que consideramos que es tener una buena vida y, en cambio, para los suecos eso es tener una casa muy acogedora. No lo había pensado, pero alguien me dijo que parecía un libro griego contemporáneo.

Los griegos salen, también.

Salen unos cuantos griegos. A "La Malparida" me iba bien porque está basada en las moiras griegas, las parcas romanas, que son las que hilan y cortan el hilo de la vida. Por lo tanto, que la única persona que muera sea un griego, liga. Pero no he ido nunca a Grecia.

Los desperfectos. Irene Pujadas

Por el contrario, no sale la actualidad política.

No tenía mucho interés en explorar ningún tema muy concreto, ni político ni de actualidad. A "A los vándalos" lo acabé planteando como un cuento que podía hablar de la precariedad juvenil, con unos jóvenes que se marchan de casa los padres y, por rabieta, se instalan en el cementerio, donde consiguen renacer. Hay mucho humor negro en este sentido que quizás tienes que matar la manera de hacer de los padres para poder ganar la primera peladura.

¿Crees que los escritores jóvenes se ocupan poco del contexto político? ¿Quizás hemos vivido una época tan saturada políticamente que preferís proteger la obra de esta contaminación?

Es posible que hayamos vivido unos años tan densos histórica y políticamente que hace que en los cuentos no salga la actualidad política. Pero, sinceramente, no quiero leer novelas sobre el confinamiento o sobre el 1 de Octubre. No por nada, pero es que apetecen otras cosas y lo separo de mis gustos literarios.

Sinceramente, no quiero leer novelas sobre el confinamiento o sobre el 1 de Octubre

En Los desperfectos tampoco hay autoficción. ¿No te interesa?

Prefiero viajar a otros lugares. Si la autoficción es de aquí, se acaba pareciendo demasiado a mi vida. Mi vida no me interesa, es muy aburrida. Como la de todo el mundo. Me interesa una literatura en que me lleve a otros lugares.

En el inicio de la pandemia se habló de cómo sería la literatura postconfinamiento. Tú que tienes un pie en el mundo editorial, qué crees que pasará: ¿habrá exploración del yo cerrado dentro de cuatro paredes o iremos hacia una literatura de evasión?

¡Espero que no haya un alud de libros sobre el confinamiento! No creo que, de sopetón, todo el mundo se ponga a escribir sobre lo que nos ha pasado, pero de alguna manera u otra acabará rezumándose. Puedes escribir sobre mundos diferentes, pero el sitio donde estás te afectará porque no somos robots.

El temor de la muerte y el deseo de celebrar la vida, como decíamos, ha inspirado tu libro, pero sin tener que vincularlo directamente a la Covid o aparecer alguien con mascarilla.

Me costaría leer sobre gente con mascarilla. Pero me pasa, en general, con las cosas contemporáneas. Cuando leo una novela donde hay whatsapps, por ejemplo, todavía me cuesta.

De hecho, buena parte de las tramas literarias, teatrales o cinematográficas desaparecerían con whatsapp por el medio.

(Río). Volviendo al libro, es verdad que hay gente que ha leído mucho los cuentos como una cosa muy oscura, y pienso que hay oscuridad, pero creo que hay mucha voluntad de los personajes –aunque sean un poco tullidos– de vivir.

¿Eso sería lo que caracterizaría a los personajes de los diferentes cuentos?

No son nada ejemplares. No tengo ningún interés en crear personajes ejemplares. Todos estamos tullidos por un lado u otro. Te sientes mucho más identificado con alguien que tiene un punto de fracaso a la vida que con alguien que tiene una vida perfecta. Al final, los personajes perfectos generan rechazo.

Te sientes mucho más identificado con alguien que tiene un punto de fracaso a la vida que con alguien que tiene una vida perfecta

¿Cómo has compaginado tu carrera como impulsora del cuento, a través de la revista Rama, y tu faceta como escritora?

Branca la creamos con Júlia Bacardit e Irene Selvaggi, para dar un espacio donde publicar a quien tuviera dos o tres cuentos o dos o tres poemas. Queríamos hacer de plataforma de pruebas. Quizás ha influido el hecho de tener que escribir muchos cuentos a lo largo del año. Yo siempre lo he tenido muy separado, porque hasta ahora todo el tema de escribir formaba parte de mi intimidad, pero supongo que en el proceso de escritura, leer y analizar cuentos de otros es un aprendizaje.

¿Cuántas veces te han preguntado cuándo harás una novela?

El otro día a Ángulo Editorial, donde trabajo, hicimos una rueda de prensa con Ottessa Moshfegh, autora de mi año de descanso y relajación, y le preguntaron cuándo volvería a escribir cuentos. Dijo que le era tan difícil escribir cuentos que no devolvería hasta que no hubiera escrito algunas novelas más. Pero nadie piensa como ella. La mayoría de gente cree que los cuentos son la broma antes de que hagas la pieza seria, la novela que te consolidará. No estoy nada de acuerdo, pero la idea se mantiene. A mí me lo han dicho, sí. ¡Y mira que aquí tenemos una gran tradición de cuentos!

La mayoría de gente cree que los cuentos son la broma antes de que hagas la pieza seria, la novela que te consolidará

¿Cuál es, justamente, tu relación con la tradición catalana de cuentistas?

Es evidente que a Los desperfectos hay un poco de Monzó y, sobre todo, Calders, que estuve leyendo mientras lo escribía. Él tiene el punto de situar inverosimilitudes en ámbitos aparentemente cotidianos. Y hace mucho cachondeo con la muerte. Jordi Masó también me gusta mucho y estoy leyendo todo lo que recupera Malas Hierbas del canon alternativo del cuento catalán. Pero tampoco me he basado específicamente en la tradición cuentista catalana ni lo he querido homenajear. Las citas iniciales, de Lydia Davis y Georges Saunders, apuntan más a la tradición anglosajona.

¿Te has formado con esta tradición anglosajona?

Davis me interesa mucho por el juego con la forma y en Saunders lo estuve leyendo durante el confinamiento y sí que tiene una visión muy loca y muy humana de la muerte.

Has ganado el Documenta, que ha dado a conocer a muchos autores. ¿Provoca vértigo ver la lista de premiados?

Conocía perfectamente el Documenta y me parece muy bestia haberlo ganado. Vértigo ahora, quizás, pero la realidad es que después todo el mundo se acaba olvidando y vuelves a hacer tus cosas y ya está.

Has hecho crítica literaria a varios medios. ¿Qué esperas de la crítica, ahora que estás en el otra lado?

Tengo curiosidad por saber qué piensa la gente y lo que me gusta mucho es ver gente que ha reído mucho, otros que les ha generado incomodidad, gente que ha dicho que son cuentos inverosímiles, otros que me decían que les parecían muy realistas... Los lectores acaban haciendo la última interpretación de los cuentos. Y, con respecto a la crítica, no estoy de acuerdo con esta idea que no hay. Sí que veo una tendencia a ver grandes revelaciones y desastres absolutos. Que un primer libro sea notable, es maravilloso. La inmensa mayoría de libros tienen partes buenas y malas y a mí me gustan las críticas ponderadas. Una crítica con críticas no es el mismo que una mala crítica.