"He venido a hacer realidad tres deseos. El primero tocar la nieve, el segundo tener casa propia, el tercer ser de un pueblo", dice la protagonista de La maestra y la Bestia (Anagrama). Y con este impulso, la Severina, a pesar de tener solo diecinueve años, aterriza en Dusa, un pueblo de montaña de la Alta Ribagorça, para ejercer como docente rural. Estamos en 1962 y la experiencia se convertirá para ella en una aprendizaje acelerado de las leyes del mundo que lo rodea y del contexto social y político del franquismo, que contamina también su propio pasado familiar.

La de las escuelas rurales es una realidad que Imma Monsó (Lleida, 1959) puede describir con propiedad. La autora creció en una familia donde las mujeres eran maestras rurales, también en pueblos ribagorçans, un entorno que ha sabido trasladar al libro con fuerza, vitalidad narrativa y humor. Y también lo puede hacer con los secretos de la llamada 'generación del silencio', aquella crecida en el olvido y las omisiones del primer franquismo. Monsó explica que la escritura de la novela coincidió con un descubrimiento chocante y oculto durante décadas en su familia, que dio el impulso definitivo al libro: su padre había sido secretario de la CNT durante la República y fue juzgado por un consejo de guerra sumarísimo cuando volvió a España después de la guerra. Hablamos con la autora de la ingenuidad, de los silencios familiares y de sentirse cómodo con la soledad.

Entrevista Imma Monsó / Carlos Baglietto
Foto: Carlos Baglietto

Severina, la protagonista de la novela, es marcadamente ingenua. ¿Cómo entiendes tú la ingenuidad? ¿Es una cosa positiva que nos permite esquivar el cinismo del mundo o es negativa?
Pienso que es positivo a no ser que no tengas bastante capacidad para abandonarla y ver las cosas que hay que ver. Cada ingenuidad es diferente. La de Severina es una ingenuidad de ignorar el entorno sociopolítico. Ella no sabe nada, tanto por la forma de hablar en clave de los padres, que no le explican nada, como por su miedo a que pase por un desafecto al Régimen. Pertenece a aquello que se llama la 'generación del silencio'; las cosas no se hablaban y como no se hablaban se acababan casi no sabiendo. Es una ingenuidad compartida con tanta y tanta gente que no sabían, no querían saber o habían pasado la guerra y querían vivir tranquilos en este tipo de "paz y prosperidad" del franquismo. Por otra parte, si no estás socializado y no vas hacia los otros, es difícil hacerse una idea del mundo solo con el saber de los libros. En aquel momento todo nos venía a través de la lectura. Había cierta ingenuidad por parte de los padres de la época en el beneficio que la lectura aportaría a los hijos.

Sin embargo, ella tiene muy claro lo que quiere conseguir cuando llega a Dusa: tocar la nieve, tener casa propia y ser de un pueblo.
Aquí su ingenuidad sería la del niño que lo tiene todo por descubrir. Ella pasa del entorno muy solitario donde crece y piensa que un lugar pequeño será el paso lógico después de haber vivido aislada, en vez de una ciudad grande. Y ya sabemos qué pasa con los pueblos pequeños, que básicamente son las redes sociales de hoy en día: un sitio donde todo se sabe, todo se conoce y todo se distorsiona.

¿Severina quiere pertenecer a un lugar porque siente que no es de ninguno?
Viene de un lugar del Empordà pero que es solitario. La única gente que ve pasar son los coches por la carretera, que no se detienen. Esta soledad, más la extrañeza con que la educan, la hace buscar a la gente. A Severina le gusta la gente, pero no sabe como acceder a ella porque no ha sido educada para eso ni ha tenido ningún contacto.

Hay una cosa que a veces no se perdona, que es la distancia con los otros que hay personas que sin querer ponen

Precisamente la dificultad para conectar con la gente de Dusa es lo que la condena a ojos del pueblo.
Creo que hay una cosa que a veces no se perdona, que es la distancia con los otros que hay personas que sin querer ponen. Uno de los trastornos mentales menos comprendidos es el autismo: tienes una persona con depresión o síndrome de Down y puedes conectar de alguna manera o inspiran compasión. En cambio, el autismo genera una distancia que hace que sea mucho menos comprendido.

Explicas también que la historia de la Severina se conecta directamente con tu propio pasado familiar.
En la familia de mi madre, todas las mujeres eran maestras rurales. Eran de la banda de Girona, pero habían pedido plaza en la Alta Ribagorça, dos mundos muy diferentes. Ellas no tenían nada que ver con el personaje porque eran muy extrovertidas: llegaban con su catalán central y su luminosidad al mundo cerrado del pueblo y, a pesar de ser de la Girona rural, parecía que llegaran de París. Recuerdo cierta incomodidad, de pequeña, de ver como mi madre seducía al personal cuándo a mí me seducía mucho más este personal austero y sobrio que eran los habitantes del pueblo. Ponerme dentro de un personaje así cuando yo no soy de este perfil sabía que no lo haría.

¿Cómo era este rol de maestra rural? Muestras en la novela como las maestras eran una autoridad en el pueblo. Y una autoridad femenina, cosa poco habitual para la época.
Eran aquello que se llama 'una fuerza viva'. En los pueblos las fuerzas vivas eran el maestro, el cura y el alcalde, la gente que tenía una pizca de estudios. Esta figura de la maestra rural es paradójica porque eran chicas muy jóvenes y había una mezcla entre la autoridad que se tomaban y su juventud. Y muchas veces eran asediadas por alcaldes desaprensivos. Era una figura curiosa, pero en aquel momento pocas opciones aparte de esta podía tener una chica que quisiera estudiar.

Entrevista Imma Monsó / Carlos Baglietto
Foto: Carlos Baglietto

¿Hasta qué punto es La maestra y la Bestia lo que se llama una novela de aprendizaje?
Totalmente. Yo misma quería ver mi propia ingenuidad en el pasado, como se había producido el descubrimiento de cómo había sido realmente la dictadura. Me doy cuenta de que por parte de la gente de más de cincuenta años, el libro evoca muchas cosas y trae muchos recuerdos. Pero por parte de la gente joven, tú lo vas descubriendo todo a medida que Severina también lo hace y pienso que esta es la gracia.

En este caso, hay un descubrimiento tuyo que te acaba de conducir en la novela: que tu padre había recibido un consejo de guerra sumarísimo los primeros años del franquismo. ¿Cómo lo descubriste?
Como se llega hoy en día a todo: por Internet. Por casualidad vi su nombre en la biografía de un diputado de la época que le agradecía haberlo ayudado a pasar la frontera por la montaña. Eso de repente me conectó a cosas. Su hermano, un día cuándo yo era adolescente, durante la Transición, me dijo estando en el Pla de Beret: "todas estas montañas tu padre se las conocía hasta el último centímetro". Yo le pregunté si iba a hacer pícnics pero él no me contestó la verdad. Y eso que ya podía hacerlo, no era un silencio que pudiera perjudicar a nadie. Y finalmente encontré su expediente, donde también había mucha más cosa de la que me había imaginado. Este fue el revulsivo de la novela: el silencio sobre una cosa de la cual mi madre nunca me habló. Incluso he llegado a pensar que no sabía nada.

¿No llegaste a hablar con ella?
Nunca. Había muerto antes del descubrimiento. Al morir ella, pasa mucho con los padres, te reporta un poco al otro y sientes una necesidad de descubrir su pasado o de prestar atención. Este pasado que cuándo somos jóvenes no nos interesa para nada. Si que es verdad que ella a veces decía cosas como "tu padre me hace sufrir mucho porque se reúne con gente". Y yo también tenía una cierta intuición hacia donde iban sus ideas. Pero claro está, del consejo de guerra no sabía nada.

Este fue el revulsivo de la novela: el silencio sobre una cosa de la cual mi madre nunca me habló

Este consejo de guerra sumarísimo lo sufrió porque era de la CNT, dices.
Sí, porque fue secretario de la CNT y porque, como muchos, volvió de Francia después de la guerra. Cuando llegó aquí, con el lirio en la mano, pensando que le aplicarían el indulto general que se había prometido, se encontró con el consejo de guerra sumarísimo. Muy ingenuos tenían que ser.

¿La familia como institución siempre tiene que ver de una manera u otra con el silencio? ¿Estamos condenados a que sea así?
Creo que eso depende mucho del talante de las personas y quizás de la confianza en la palabra. A mí lo que me chocó en mi caso es que mi madre no era de silencios, sino de explicarlo todo. Pero sí que, en la novela, Severina decide que si un día tiene hijos se lo explicará todo. No sé qué es mejor, he hablado mucho con Sergi Pàmies de eso. Depende de tu talante y de la receptividad de los hijos también, que con eso a veces no contamos. Siempre explicamos menos de lo que nos pensamos y siempre escuchamos menos a los padres de los que nos pensamos. A mí me ha pasado: a la mía podría haberle preguntado muchas cosas y en cambio no lo hice. ¿Por qué? Porque en la vida las cosas surgen como surgen.

Entrevista Imma Monsó / Carlos Baglietto
Foto: Carlos Baglietto

¿Hay un homenaje implícito, en el libro, a la generación de tus padres y a ellos mismos?
De alguna manera las novelas siempre son homenajes; intentos de explorar con ternura, muchas veces con ironía o humor negro, aspectos importantes. Tengo un libro, Todo un carácter, que después de veinte años lo revisé y pensé: "ostras, cómo te pasaste". Y para mí en aquel momento era un homenaje, que no tiene por qué estar exento de crítica.

El catalán no ha podido desarrollar muchas palabras frescas porque ha habido una gran interrupción y nos suenan arcaicas

En la novela, sin embargo, si que hay admiración hacia el personaje de la madre como persona culta, inteligente y crítica que trata de darle una educación más allá de los principios del Régimen a Severina.
Ella viene de la anterior generación, republicana, con la lengua catalana presente. Todo eso se interrumpe al acabar la guerra y Severina ya pertenece a la generación que sufrió esta interrupción. En los años sesenta yo era pequeña y recuerdo que no encontrabas un libro en catalán y no leías en catalán. Fue una interrupción desgraciada para nuestra lengua porque muchas de las cosas que pasan ahora son debidas a eso: la manera en que, por ejemplo, ahora los escritores jóvenes necesitan recurrir mucho a castellanismos porque reflejan bien la realidad, sobre todo la urbana. O muchas palabras frescas que el catalán no ha podido desarrollar porque ha habido una gran interrupción y nos suenan arcaicas. En este sentido, es una relación conflictiva la que tenemos con la lengua.

Severina se siente muy cómoda con la soledad. ¿Hemos perdido la capacidad de disfrutar, por ejemplo en los entornos urbanos?
En el libro hay un elogio de la soledad hasta cierto punto, porque ella también ve que el exceso, como todo los excesos, es perjudicial. Hace el trayecto inverso de estas mujeres que dicen: "por fin he aprendido a estar sola o a ser autosuficiente". Ella aprende a estar socializada. Pero esta es una cuestión terrible, pensar que no podemos estar con nosotros mismos porque todo está ideado para obturar nuestro pensamiento. Al final pensar y reflexionar solo lo haces contigo mismo; cuanta menos reflexión, más riesgo de totalitarismo.