Ibai Llanos lo ha vuelto a hacer. Si nos pensábamos que su techo de influencias iba a quedarse en Gerard Piqué y que el astro genio de las masas no podía ya conectar con más peña, ahora va y le pega un toque a Ramón García. No es tonto el pequeño Ibai. Le hace ojitos al icono televisivo de la generación de nuestros padres y abuelas, la única que todavía no sabe quién es, y ficha a alguien capaz de presentarte un programa con vaquillas y trajes de sumo y que sea un tremendo exitazo durante 14 temporadas. Y es que comentan las malas lenguas que los dos bilbaínos no solo presentarán las Campanadas desde la Puerta del Sol, en directo y a través de Twitch; que igual hasta vuelve el Grand Prix para modernizar el entretenimiento televisivo, pero con Ibai comandando, porque dice Ramontxu que anda que la gente joven, nueva, que no conoce este formato, no lo iba a pasar bien.

Ahí va la ostia, patxi. No sé si se ha dado cuenta el anacrónico presentador que ya no somos los que tarareaban la melodía del ¿Qué apostamos? mientras veían a una Ana Obregón empapada e hipersexualizada bajo la ducha; ya no nos puede hacer gracia que la guinda dulzona de un programa sea que la presentadora se meta vestida en agua fría para que se le empitonen los pezones, ni que los juegos impliquen molestar a un animal en directo o las minifaldas brillantes se financien con dinero público. La diversión es un barómetro útil para medir la evolución de una sociedad, la transgresión de sus ideas y la desestigmatización de cualquier tipo de diversidad. Ciertamente, de lo que nos reímos dice de nosotros mucho más que lo que pensamos.

Ya no nos puede hacer gracia que la guinda dulzona de un programa televisivo sea que a la presentadora se le empitonen los pezones

Así que cuando Ramón García dice que hay que modernizar el programa y “hacerlo para la gente de aquí”, refiriéndose a los usuarios de las plataformas digitales, me da que no se plantea lo que de verdad debería cambiar para que el Grand Prix volviera con la inclusividad que debería en los tiempos que corren. Habla de proyectar juegos nuevos adaptados a la lógica tecnológica, de colocar a un locutor millennial mejor conectado o de su propia figura redonda y experimentada como presentador en las arenas, y lo hace buscando la aprobación generacional de una forma equivocada. Pretende clavar un clavo con un alicate oxidado. Debería Ramón darse una vuelta por estos lodos para entender que, si se digitaliza un espacio rancio, el resultado solo será otro espacio rancio digital. Otro de tantos que todavía juegan en el tablero del ocio con las normas de otro siglo. Solo podemos esperar con ganas y alevosía que el streamer cumpla con su función de persona moderna de 26 años y pueda rascarse a tiempo la caspa de la mollera.

Pero Ramontxu estaba radiante como él solo hablando distendidamente con Ibai en streaming tras la pantalla, ante miles de personas, con la alegría de quien vuelve a sentirse partícipe del meollo y puede, por fin, sacar la cabeza del fregadero. Se le tiene que entender: todos llegaremos a ese limbo profesional en que los más jóvenes van a saber mucho más que nosotros por pura lógica evolutiva – obsolescencia programada vital – y nos sentiremos fracasos desfalcados, juguetes rotos en un contexto incomprensible. Tampoco parecía importarle mucho al de Bilbao, al mayor, mostrarse como el vasco endeble intentando convencer al otro del retorno de su programa estrella: le faltó tirar la silla al suelo y ponerse de rodillas para suplicarle que le permitiera volver al ruedo. Es casi una alegoría de la brecha generacional: la lucha entre dos mundos que compiten constantemente por mantenerse en el mismo mercado, bajo unas lógicas que han capitalizado nuestra valía, consiguiendo que la autorealización solo se mida con la cotización laboral que tenemos.

Es obvio que la apuesta de Ibai es interesada y algo codiciosa, pero no por eso menos revolucionaria, inteligente, o ejemplificadora. Lo primero, porque nos enseña que el cambio es innato a la evolución – el año pasado, sus campanadas en streaming por Twitch consiguieron más cuota de pantalla que algunas televisiones. Lo segundo, porque para acercarse a un público desconocido para él se aprovecha de un potencial competidor, el presentador de tele tradicional y simpático al que las abuelas hubieran inflado a pucheros: con la táctica, se asegura el mejor streamer del año que nuestros padres ya le pongan cara y puedan llegar a quererle. Y el ejemplo es enorme, superlativo: que la guerra de egos entre el viejo y el nuevo mundo es tan inútil como una nevera en el polo norte y que los idiotas no somos los jóvenes ni los no tan jóvenes, sino aquellos que creen que ya lo saben todo.