Ahora que se ha hecho de noche, dentro de casa hace más calor que fuera.

Tonet, empapado de sudor, con la televisión encendida y el ventilador soplándole directamente a la cara, oye cómo los tambores de la fiesta mayor resuenan a tres o cuatro calles.

La gente se apresura: criaturas con las caras pintadas, Antonieta que ríe exageradamente, adolescentes con bicicletas y patinetes, y él que lo espía todo a través de las persianas medio bajadas, como años atrás lo espiaban todo las viejas del pueblo y Tonet se burlaba.

No tiene ganas de salir, pero le gusta saber qué pasa y luego comentarlo en el bar mientras juega al dominó.

Hay un nuevo cura, cada vez más de derechas.

Han cambiado los dueños del bar, cada vez más dejados.

Han subido los precios de la piscina, cada vez más llena de turistas.

Hoy, su placer discreto es odiar a los recién llegados al pueblo. Primero fueron los de la comarca, ignorantes que venían a buscar trabajo, después los de ciudad, insoportables y altivos que se quejaban del toque de las campanas, y de repente, no sabe por qué santa razón, aparecieron los extranjeros de ojos azules y acento cerrado que no paran de grabar la fuente, que no dejan de llenar el restaurante, que escriben reseñas de la iglesia y difunden a los cuatro vientos que este lugar es el secreto mejor guardado de la provincia.

El alcalde dice que así la economía del pueblo mejorará, pero a Tonet hace años que la economía y el pueblo han dejado de interesarle.

De noche, cuando ya ha pasado el correfoc y aún se puede oler la pólvora, Tonet saca la silla delante de casa y se enciende un cigarro. Un pequeño regalo después de cenar, cuando el aire toma una tibieza dulce. Es la hora del fresco y hoy es la Asunción de María. Antonieta, que vive enfrente, asegura que la orquesta ya toca pasodobles. Tonet no quiere ir, pero irá. Cogerá una silla plegable y se sentará al fondo para contemplar a los músicos y las piernas de las cantantes. Luego mirará el reloj y dirá que ya es tarde y para casa, pero Antonieta insistirá. Insistirá de una manera burda y desmañada, y bailarán.

Sabe que algunas viejas comentarán en voz baja que qué pena cuando se quedó viudo, que ya está bien que salga de vez en cuando, que siempre había perseguido a las mujeres mientras la suya pasaba la noche en el hospital, y Tonet no dejará de mirar los dientes sucios de Antonieta y detestará aquella risa exagerada, pero quizá querrá bailar otra.

"¿Que no lo ves? Las piernas ya no me sirven", se excusará.

Pero luego, cuando acabe el baile y la acompañe a casa, Tonet le dará un beso en los labios. Un beso ridículo y torpe. Una mezcla de mal aliento y oportunismo.

Antonieta negará con la cabeza y se dormirán, empapados de sudor, cada uno en su casa, ahora que dentro de casa hace más calor que fuera.